••••••••••• Capítulo 9 ••••••••••••
Nadie comprendió al principio lo que estaba ocurriendo.
El cielo no se rompió; simplemente cambió de textura, como si el aire se volviera líquido y el horizonte comenzara a respirar. Las nubes se deshicieron en hilos brillantes que caían lentamente, confundiendo al ojo humano. Las calles se curvaban sobre sí mismas, como si la ciudad tratara de mirarse al espejo. En los ventanales de las torres se reflejaban rostros que no eran los de ahora, sino de antes... o tal vez de un tiempo que aún no había llegado.
La pureza ya no era blanca.
Era translúcida, un velo de luz atravesado por destellos de colores imposibles, tonos que parecían nacer de memorias ajenas, de emociones que no pertenecían a nadie y a todos a la vez.
Los Puros fueron los primeros en sentirlo.
Al principio creyeron que era un susurro del viento, una alucinación colectiva. Pero las voces persistieron. Se filtraban entre los pensamientos con una claridad insoportable, trayendo consigo nombres olvidados, decisiones que nunca tomaron, amores que jamás recordaban haber sentido.
Uno de ellos, temblando, murmuró:
—No puede ser… esa voz soy yo… pero no soy yo.
Y entonces comprendieron que los ecos no provenían del exterior, sino del interior de su propia conciencia, como si el universo les devolviera todo lo que habían negado ser.
Elen fue la primera en entenderlo.
Se encontraba arrodillada frente a los restos de la Torre del Cántico.
El viento arrastraba fragmentos de cristal y polvo luminoso que flotaban a su alrededor como si el aire se hubiera fracturado. La luz, antes pura, ahora era un río desordenado que se derramaba sobre las ruinas.
Su reflejo —el eco que había visto en el agua días atrás— emergía lentamente de entre aquella claridad. Ya no era una sombra ni una ilusión: tenía cuerpo, respiraba, y en su rostro vivía la misma duda que en el de ella.
Elen retrocedió un paso, el corazón latiendo en descompás.
El eco la miró con una mezcla de tristeza y ternura.
—No hay dos mundos —susurró, con una voz que parecía provenir de dentro y fuera al mismo tiempo—. Solo uno… dividido por el miedo.
El silencio que siguió fue tan denso que parecía tener peso.
Elen extendió la mano, temblando, como quien busca la forma de su propio destino. Cuando sus dedos se tocaron, una corriente de luz recorrió su piel y la atravesó por completo.
El tiempo se quebró.
Vio un bosque que nunca había pisado, un niño riendo bajo una lluvia de pétalos dorados, la caída de un sol negro, una melodía de arpa flotando entre estrellas que no existían en ningún mapa. Todo se mezclaba, girando en una espiral de recuerdos que eran suyos, pero también de alguien más… de algo más.
—¿Qué eres? —preguntó con voz apenas audible.
El eco sonrió, una sonrisa idéntica a la suya.
—Soy lo que dejaste atrás cuando elegiste olvidar.
Y en ese instante, Elen comprendió que no estaba frente a una aparición, sino ante su parte más antigua, aquella que había permanecido callada en la frontera entre la memoria y el miedo.
En los confines del límite, Lumi observaba cómo el paisaje se deshacía.
Las montañas se movían lentamente, como si buscaran nuevas posiciones en un mapa que ya no existía. Los ríos, confundidos, cambiaban de dirección, ascendiendo por las laderas para volver a caer en cascadas invertidas. Las sombras caminaban solas, desorientadas, buscando los cuerpos a los que alguna vez habían pertenecido.
Auric tocaba el arpa con calma.
Cada nota que brotaba de las cuerdas era un intento por contener el caos, un susurro de orden en medio de la descomposición de todo. La melodía flotaba sobre la realidad como una plegaria suspendida.
—El tiempo está sangrando —dijo Lumi, con la voz apenas audible.
Sus ojos reflejaban destellos de mundos solapados, fragmentos de realidades que se cruzaban como velos translúcidos.
—Ya no hay antes ni después. Solo ecos... que no saben hacia dónde regresar.
Auric asintió, sin dejar de tocar.
—El Cántico rompió la estructura de la percepción —respondió, con serenidad melancólica—. Ahora cada ser recuerda todas sus posibles versiones al mismo tiempo. Lo que fue… lo que pudo ser… y lo que todavía existe en otro reflejo.
El sonido del arpa se volvió más profundo, como si resonara en la médula del mundo.
Lumi cerró los ojos; su respiración se entrecortó.
—¿Y Auren? —preguntó al fin, con un temblor de esperanza y miedo entrelazados.
Auric detuvo sus manos.
El silencio se expandió, vasto, casi vivo. La luz dorada de las cuerdas palpitó una sola vez, como un corazón que decide si seguir latiendo.
—Auren no es un recuerdo —dijo al fin—. Es el punto donde todas las memorias se tocan.
El aire se estremeció.
A lo lejos, una nota invisible vibró en el tejido del universo, y Lumi sintió que esa verdad no solo era escuchada… sino recordada por todo lo que existía.
En la ciudad, el Alto Orador Daren caminaba sin rumbo.
Sus pasos resonaban en calles que ya no obedecían a la geometría. Los templos habían perdido su forma; las campanas sonaban desde dentro de las piedras, como si el metal recordara su antigua vibración. La autoridad de Daren se había disuelto, desvaneciéndose entre las grietas del nuevo mundo.
A cada esquina, veía pasar versiones de sí mismo.
Un niño curioso que observaba el cielo con inocencia.
Un hombre joven con el rostro endurecido por el deber.
Un anciano que lo miraba con una ternura casi dolorosa.
Cada uno hablaba con su voz, pero las palabras eran distintas, como si el eco de su existencia se hubiera fragmentado en una multitud de verdades.
—Creímos que la luz era orden —dijo una de las sombras, avanzando hacia él—. Pero la luz, sin sombra, es ceguera.
Daren retrocedió, tambaleante.
Sintió el peso de siglos de fe derrumbarse en su pecho.
Cayó de rodillas, y al hacerlo, sus manos se llenaron de una ceniza luminosa que parecía respirar.
Entre los granos ardía un destello azul: el mismo tono del eco que Elen había liberado.
#764 en Fantasía
#58 en Ciencia ficción
fantasia amor magia mundos paralelos, amor romance misterio suspenso, fantasía ciencia ficcion suspenso
Editado: 27.10.2025