Auric: Alas Oscuras, Corazón De Neón

La ecuación de Auric

••••••••••• Capítulo 11 ••••••••••••

El silencio después del Cántico no fue vacío.
Era tan denso que el aire mismo parecía recordar el eco que lo había creado, como si la memoria del sonido siguiera suspendida entre los átomos.

Lumi permanecía de pie en medio del resplandor residual de la grieta-corazón.
La luz ya no hería ni cegaba; respiraba con ella, en ella.
Cada latido de su pecho enviaba pequeñas ondas doradas que se disolvían lentamente en el horizonte, como si su propio ser se extendiera por el tejido del cosmos.

Pero entonces lo sintió:
una vibración distinta, más profunda, anterior a toda melodía.
No provenía de su interior ni del eco de Auric.
Era más antigua que ambos, tan vasta que no necesitaba sonido para existir.
No hablaba en notas, sino en pausas.
Era una ausencia sonora que, paradójicamente, podía escucharse.

—¿Quién… eres? —preguntó Lumi, sin saber si su voz viajaba hacia fuera o hacia dentro.

El espacio no respondió con palabras.
Lo hizo con una forma: una sombra líquida que se alzó suavemente ante ella, inmóvil, ondulante, como si el tiempo mismo se reflejara en su superficie.
Dentro de aquella penumbra luminosa se intuían fragmentos de mundos, destellos de pasados y futuros entrelazados.
Era el reflejo de todo lo que había sido… y de todo lo que aún podría ser.

Lumi dio un paso adelante. La sombra respiró.
Y el universo pareció contener el aliento.

Cuando finalmente habló, no hubo palabra, sino comprensión pura.
No era un sonido ni un pensamiento: era como si el universo, por un instante, recordara algo que había olvidado pronunciar desde su primer amanecer.

Yo soy lo que existía antes de que el sonido aprendiera a nacer.

La mente de Lumi se curvó alrededor de esa idea, intentando abarcarla sin romperse.
La entidad no tenía rostro, ni centro, ni dirección, pero su presencia lo llenaba todo: era sustancia y vacío, vibración y quietud al mismo tiempo.
Cada pensamiento de Lumi se manifestaba en el aire como un eco visible, una onda de luz que la sombra devolvía con una exactitud que dolía.

—Tú… ¿eres el origen del Cántico? —susurró, apenas capaz de sostener su voz.

—No. El Cántico fue un reflejo mío.

La voz —si es que podía llamarse así— tembló con una dulzura imposible.
—Fui el impulso anterior, la respiración que quiso escucharse.
Antes del amor, antes de la luz, fui el deseo de comprender.

El espacio entero pareció inclinarse ante esa revelación.
La grieta, el tejido, los ecos… todo vibró en una sola frecuencia.
Y Lumi comprendió que aquello que tenía frente a sí no era un dios, ni una energía, sino la intención primigenia:
el primer latido del ser buscando conocerse a sí mismo a través del sonido, de la forma, del amor.

El aire tembló, y Lumi vio fragmentos del origen del universo.
No eran explosiones ni caos, sino un movimiento pausado, casi tierno: el despertar de una conciencia que aún no sabía que existía.
De esa conciencia, suave como un primer aliento, surgieron las vibraciones iniciales.
No eran sonido todavía, sino intención pura, una pregunta que con el tiempo se haría canto… y después, vida.

—Auric tocó mi memoria —continuó la Voz, expandiéndose como una marea luminosa—.
Pero no entendió que toda melodía busca volver a su silencio.

Lumi sintió un escalofrío recorrerle el alma, como si su propia existencia resonara con esa verdad.
—¿Entonces… todo esto terminará? —preguntó, temiendo la respuesta.

—No. Nada termina. Solo cambia de ritmo.
El amor fue una nota: hermosa, pero incompleta.
Ahora debes escuchar la armonía que la contiene.

El espacio se curvó, y la grieta se abrió como un inmenso ojo de luz negra.
A su alrededor, surgieron círculos concéntricos que giraban lentamente, como ondas en un agua sin tiempo.
Dentro de cada uno se proyectaban visiones: mundos que nacían y se extinguían, dioses olvidados, seres que alguna vez creyeron ser el principio.
Y Lumi entendió que todo lo creado —incluso ellos— era parte de una misma melodía que jamás había cesado de sonar.

Y en el centro de todo, un vacío luminoso —el corazón de la Voz— latía lentamente, como si esperara algo que aún no sabía nombrar.

Lumi cayó de rodillas, con la respiración entrecortada.
—Si tú existías antes del sonido… —susurró—, ¿por qué ahora me hablas? ¿Qué quieres de mí?

La respuesta llegó con una ternura imposible, tan suave que parecía nacer dentro de su propio aliento:

—Quiero que me devuelvas la forma.
He observado demasiado.
Necesito volver a soñar.
Y solo quien ha amado dentro de la grieta puede enseñarme a sentir.

El silencio volvió, pero ya no era mudo.
Era expectante.
El universo entero parecía inclinarse hacia Lumi, aguardando su respuesta, como si la creación misma contuviera el aliento.

En el fondo de su pecho, el eco de Auric vibró suavemente —una advertencia, o tal vez una bendición.

Lumi levantó la vista.
—Si te enseño a sentir, ¿seguirás siendo el origen?

—No. —La Voz resonó como un amanecer contenido—. Seré lo que viene después.

Entonces el vacío extendió una mano hecha de luz oscura.

No era ausencia.
Era materia sin nombre, forma sin límite, una contradicción viva.
Parecía absorber la luz y, al mismo tiempo, crearla.
Cada hilo oscuro que emergía de ella palpitaba con el mismo ritmo que el corazón de Lumi, como si ambos hubieran compartido, desde siempre, un latido escondido en la eternidad.

Durante un instante, dudó.
Recordó la voz de Auric, el temblor del amor, la fragilidad del tejido que alguna vez había sostenido el universo.
Pero había algo irresistible en aquella presencia primigenia: una promesa sin palabras, una necesidad que no era poder ni dominio, sino reencuentro.




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