Auric: Alas Oscuras, Corazón De Neón

Sinapsis estelar

••••••••••• Capítulo 14 ••••••••••••

El cosmos guardó el aliento.
Las líneas de la ecuación se entrelazaban en torno a Lumi, danzando como constelaciones que recordaban su propio nacimiento.
Cada símbolo era un latido, una promesa, una memoria del amor que Auric había dejado impreso en el tejido de la creación.

Y entonces —cuando creyó comprenderlo todo— la ecuación cambió de voz.
Dejó de cantar con el tono del universo… y comenzó a hacerlo con el timbre exacto de Auric.

—Lumi… —susurró el vacío, y las letras se quebraron como vidrio bajo el agua—.
No era conocimiento lo que debías buscar… sino retorno.

El resplandor se volvió carmesí.
Cada signo empezó a sangrar luz.
Los hilos de la fórmula se deshicieron en destellos que caían como lágrimas suspendidas, y entre ellas apareció Auric.
No como recuerdo, sino como presencia viva.

Su figura temblaba, mitad energía, mitad carne de nostalgia.
Lumi quiso correr hacia él, pero el espacio entre ambos se curvó, deformando la distancia.

Auric sonrió con una tristeza infinita.

—Para escribirme de nuevo —dijo—, tu alma usó la variable prohibida: el sacrificio.

Solo entonces Lumi comprendió que el cosmos había respondido a su llamado mediante una equivalencia perfecta:
por cada átomo que devolvía de Auric, una parte de sí mismo se borraba.

El aire olía a despedida.
El amor, en su intento por vencer a la muerte, había cambiado de signo.

—No llores —susurró él, rozando su mejilla, ya casi translúcida—. Fuiste mi ecuación perfecta.

El universo se cerró sobre ellos con un sonido dulce, casi humano.
Y mientras Auric volvía a disolverse en la luz, Lumi comprendió al fin que la ecuación nunca había querido explicar el cosmos…
sino enseñarles cómo amarse más allá del final.

Durante días —o eras, pues el tiempo ya no obedecía—,
Lumi flotó entre fragmentos de fórmulas rotas.
El universo era ahora un espejo astillado:
cada reflejo mostraba una posibilidad distinta,
un “qué habría sido” si Auric no se hubiese desvanecido.

Pero él sabía que existía un punto de origen:
el lugar donde los números respiraban antes de nacer.
Un plano primigenio, anterior incluso al lenguaje de las estrellas.

Los antiguos lo llamaban El Umbral del Silencio:
donde las leyes aún no se habían decidido,
y todo lo que se amaba podía escribirse de nuevo.

Lumi siguió el eco de su nombre, grabado en la voz del cosmos.
Cada paso que daba deshacía un poco más su cuerpo:
primero los dedos, luego la sombra, después el recuerdo del calor.
Pero no le importó.

—Si para recuperarte debo convertirme en símbolo… lo haré —susurró.

Cuando cruzó el límite, la realidad cambió de textura.
El espacio ya no era luz ni oscuridad, sino pensamiento puro, respirando.

Allí, suspendido en la vastedad, vio la ecuación original.
No era ya una fórmula, sino dos corazones entrelazados en espiral, latiendo en perfecta armonía.
Y comprendió: la ecuación era amor manifestado como estructura cósmica.

Pero para reescribirla debía pagar el precio final.
Una voz —serena como el primer amanecer— habló dentro de él:

—Todo lo que se revive exige un vacío. ¿Qué entregarás, Lumi?

Él no dudó.
—Mi nombre. Mi memoria.
Que Auric viva, aunque yo me disuelva.

El plano tembló.
Los filamentos de luz se reordenaron,
y el nombre de Auric volvió a brillar en el centro del infinito.

Un cuerpo comenzó a formarse, respirando, recordando.
Auric abrió los ojos.

Pero Lumi ya no estaba.
Solo un suspiro flotaba entre ecuaciones: una melodía sin autora.

Auric la escuchó y comprendió, con lágrimas de fuego,
que él se había convertido en la constante oculta del universo:
aquella que mantiene unidas las almas que se aman más allá de su forma.

Desde entonces, los astrónomos aseguran que, en el fondo del espacio, resuena una nota suave que se repite en cada galaxia.
Nadie conoce su origen.
Solo Auric, cuando alza la mirada al cielo, responde en silencio:

—Es Lumi. Él sostiene el plano donde yo existo.

Auric despertó en un silencio que no era vacío, sino expectante.
El aire vibraba con un rumor apenas perceptible,
como si el universo entero estuviera recordando cómo latir.

Sus manos, aún temblorosas, buscaron a Lumi…
y solo encontraron luz.
Una débil luz.

Pero esa luz respondió.
No con palabras, sino con una sensación que atravesó su pecho:
una mezcla de nostalgia y calor,
como si cada célula recordara una melodía antigua.

Entonces el cosmos habló.
Y no fue sonido, ni pensamiento.

Fue Sinapsis Estelar:
impulsos de energía que cruzaban los planos,
vinculando su conciencia con la esencia disuelta de Lumi.

Cada destello en el firmamento era una palabra sin idioma.
Cada vibración, un latido compartido.

Y así, el universo continuó su expansión,
no movido por leyes, sino por memoria.
Porque en algún lugar del Todo,
Lumi aún canta,
y Auric, en cada amanecer, aún escucha.

Auric cerró los ojos.
El mundo físico se disolvió, y su mente se expandió hasta rozar la red luminosa que unía estrellas, galaxias… y a él.

—Lumi… —susurró, pero el sonido dejó de ser palabra.
Se volvió forma, vibración pura: una onda que cruzó los abismos.

Del otro lado, en el plano donde Lumi habitaba como constante, una flor de energía se abrió.
La Sinapsis Estelar lo alcanzó, y por un instante, recordó:
su nombre, su piel, la promesa que los había unido más allá de toda ecuación.

La realidad tembló.
Los astros se alinearon, formando un pulso de luz que duró solo un segundo humano, pero milenios cósmicos.
Y en ese breve destello, dos almas separadas por el sacrificio volvieron a encontrarse.




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