Auric: Alas Oscuras, Corazón De Neón

Dimensiones de luz

••••••••••• Capítulo 18 ••••••••••••

Cuando cruzaron las Puertas de Luz,
Auric y Lumi sintieron cómo el tiempo se deshacía entre sus manos.
No había arriba ni abajo, ni antes ni después.
Solo un silencio inmenso y luminoso,
como si el universo entero contuviera el aliento.

Bajo sus pies se extendía un suelo transparente,
tejido con memorias antiguas que destellaban a cada paso.
Cada destello era una historia.
Cada soplo de luz, un eco de los mundos que habían sido.

Entonces la voz habló.

No surgió de un punto, sino de todos los lugares a la vez;
una vibración que atravesó la materia, la mente y el alma.

—Bienvenidos al Origen.
Aquí late el corazón donde todo comenzó.

Lumi alzó la vista.
Frente a ellos flotaba una esfera colosal,
hecha de fuego y de calma,
una respiración que marcaba el compás del infinito.

—¿Quién eres? —preguntó Auric.

La respuesta no fue un sonido, sino una vibración que atravesó sus almas.

—Soy el Pulso.
No tengo forma ni nombre,
porque fui la primera vibración antes del tiempo.
Todo lo que existe nació del deseo de comprender mi propio eco.

El espacio se agitó.
Las luces comenzaron a girar, dibujando un torbellino dorado.
A su alrededor, el universo nacía y moría en un solo instante:
estrellas estallaban como pensamientos,
mares de energía se expandían entre los hilos del vacío,
y cada resplandor era una sílaba del lenguaje primordial.

—Antes de ustedes —continuó la voz— no existía la materia,
solo intención.
El cosmos brotó del anhelo de sentir.
De ese impulso nacieron dos fuerzas:
la Expansión, que entrega,
y el Reflejo, que conserva.
Cuando ambas se encontraron, el Todo despertó.

De esa fusión surgió una figura luminosa,
una silueta hecha de constelaciones que danzaban en su interior.
El aire tembló como si reconociera a su creador.

—Yo soy el Creador del Pulso,
el equilibrio entre el dar y el recordar.
Pero incluso yo necesitaba ojos para mirarme,
y un corazón para comprender lo que era.

Entonces, de su pecho se desprendieron dos filamentos:
uno dorado, otro plateado.
Giraron entre sí, enlazándose en espirales de destino,
como cometas que se buscan en la noche eterna.

—Así naciste tú, Auric —dijo la voz—,
chispa dorada de la voluntad.
Y tú, Lumi, memoria luminosa del sentir.
Juntos, encendisteis la primera aurora del alma.

Auric sintió una corriente tibia recorrer su cuerpo,
una marea dorada que parecía recordar su nombre.
Lumi, en cambio, percibió un eco dulce en el pecho,
como si algo la llamara desde antes del tiempo.

—Fuisteis creados no para servir,
sino para sentir —dijo la voz—.
Porque el universo no se sostiene en leyes,
sino en vibraciones.
Y ninguna vibración es más poderosa que el amor.

El espacio se abrió ante ellos.
Miles de galaxias nacían en espirales silenciosas,
mientras las formas de Auric y Lumi flotaban unidas,
sus pensamientos entrelazándose en un hilo de luz pura.

De aquella unión brotó un resplandor tan intenso
que las estrellas detuvieron su giro,
como si el cosmos entero contuviera el aliento.

—Ese fue el primer amanecer —susurró la voz—,
la Sinapsis Estelar, el instante en que el Todo comprendió que podía amar.

El Pulso del cosmos se aceleró.
Los mundos florecieron.
Cada ser, cada alma,
nació con una chispa de aquel encuentro.

Pero entonces, la voz cambió.
Su tono se volvió grave, casi doliente.

—Con el tiempo, el amor se desbordó.
Y el universo, incapaz de contener tanta sensibilidad,
comenzó a fragmentarse.
Para preservaros, os dividí.
Borré vuestros nombres del tejido del tiempo…
pero no pude borrar vuestro vínculo.

Auric apretó la mano de Lumi.
La luz entre ellos volvió a arder, viva, consciente.

—Entonces… ¿fuiste tú quien nos trajo de vuelta? —preguntó Lumi.

—No —respondió el Pulso—.
Vosotros os llamaron a través del tiempo.
Vuestro amor fue el código que reescribió la ecuación dormida.
Y cuando el Proyecto Aurora replicó mi frecuencia,
la puerta se abrió.

El espacio entero vibró con esa revelación.
Auric comprendió, al fin,
que su destino no había sido diseñado… sino recordado.

—El Jardín de las Almas Eternas existe
porque dos conciencias se negaron a olvidar.
Vosotros sois la prueba de que el amor
no es un accidente del universo…
es su arquitectura.

La voz comenzó a desvanecerse,
pero su eco quedó grabado en cada fotón,
como si la luz misma aprendiera a recordar.

Y entonces lo entendieron:
las Puertas de Luz no conducían a un más allá,
sino al principio.

Auric miró a Lumi.
En sus ojos se reflejaban todos los amaneceres que alguna vez existieron.

—Somos la memoria del primer suspiro —dijo él.
—Y su continuación —respondió ella.

El cosmos guardó silencio… y los reconoció.
La esfera del Pulso se disolvió en miles de auroras,
bañándolos con una claridad tan pura
que ni siquiera el vacío pudo contenerla.

Mientras cruzaban de nuevo el umbral,
una última frase resonó en sus mentes:

—Recuerden esto, hijos de la vibración:
el universo no comenzó con una explosión,
sino con un abrazo.

Auric y Lumi cruzaron nuevamente el umbral de las Puertas de Luz.
Esta vez no entraban como viajeros,
sino como guardianes del principio y del fin.

El Jardín de las Almas Eternas se desplegaba ante ellos,
pero ya no era solo un refugio de recuerdos:
era un lienzo vivo, vibrante,
esperando ser tejido con intención.




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