Auric: Alas Oscuras, Corazón De Neón

Juego de los hilos

••••••••••• Capítulo 19 ••••••••••••

Auric y Lumi avanzaban sobre los hilos luminosos del Jardín,
cada paso haciendo vibrar suavemente el espacio bajo sus pies.
No caminaban hacia un destino,
sino hacia los recuerdos:
ecos suspendidos entre los filamentos de luz,
aguardando pacientemente a ser despertados.

—Siento… susurros —murmuró Lumi, inclinando la cabeza—.
Voces de vidas que ya no existen.

El aire se transformó en un río de destellos plateados y dorados,
cada uno conteniendo un fragmento de historia.
Civilizaciones que habían brillado durante milenios,
planetas que cantaron antes de desvanecerse,
seres que amaron y fueron olvidados por el tiempo,
dejando solo un rastro de luz que danzaba ante ellos.

Auric extendió la mano,
y un hilo dorado se enredó con un fragmento de luz azul.
De inmediato, una visión se desplegó ante ellos:
una ciudad suspendida sobre un océano de cristal,
habitantes luminosos flotando sin tocar el suelo,
entonando armonías capaces de modelar la materia misma.

—Nunca los escuché —susurró Auric—.
Y aun así… todo esto estuvo vivo.

Lumi rozó otro hilo,
y un planeta entero emergió frente a ellos:
montañas que respiraban con un aliento antiguo,
ríos que reflejaban recuerdos olvidados,
y un cielo donde las constelaciones narraban amores perdidos
que aún ardían en el firmamento.

—Cada alma deja un eco —dijo Lumi con voz serena—.
Incluso si es olvidada, su luz permanece.

Entonces, un hilo más brillante se acercó,
vibrando con una frecuencia extrañamente familiar.
Auric sintió un estremecimiento recorrerle el cuerpo:
era un eco de sí mismo,
una versión anterior a la primera aurora,
anterior incluso al Jardín.
Lumi percibió también su reflejo:
una conciencia plateada, femenina,
que había amado y sufrido en un universo paralelo.

—Entonces… no somos los primeros —murmuró Auric, con reverencia—.
Solo somos los que recuerdan.

—Y cada recuerdo que encontramos aquí —respondió Lumi—
puede enseñarnos a no repetir lo que se perdió.

Los ecos comenzaron a danzar a su alrededor,
entrelazándose en una sinfonía de luz y silencio que no podía oírse,
solo sentirse.
Era la historia del universo desplegada en fragmentos:
amor y conflicto, descubrimiento y pérdida,
aprendizaje y renacimiento.

Y en cada destello,
Auric y Lumi reconocieron una chispa de sí mismos,
hilos invisibles que los unían a todas las almas,
recordándoles que ninguna existencia,
por breve que sea,
es realmente olvidada.

—El recuerdo que encontramos aquí —dijo Lumi con voz suave— puede enseñarnos a no repetir lo que se perdió.

Los ecos comenzaron a danzar a su alrededor, entrelazándose en una sinfonía de luz y sonido que no podía oírse, solo sentirse.
Era la historia del universo desplegada en fragmentos: amor y conflicto, descubrimiento y pérdida, aprendizaje y renacimiento.
Y en cada destello, Auric y Lumi reconocían una chispa de sí mismos, hilos invisibles que los unían con todas las almas que alguna vez habían existido.

—El pasado no está muerto —murmuró Auric—.
Solo espera a ser recordado.

—Y nosotros somos los que recordamos —añadió Lumi, y sus palabras se fundieron con la vibración del Jardín.

Soleil brincaba entre los fragmentos, dejando tras de sí un rastro de luz dorada que armonizaba incluso los ecos más discordantes.
De pronto, uno de los hilos rebeldes vibró con fuerza, revelando un mundo que se había consumido por su propio poder.
Auric y Lumi comprendieron que no todos los recuerdos eran benignos; algunos, si no se honraban con conciencia, podían perturbar la creación misma.

—Debemos aprender de ellos, no recrearlos —dijo Lumi—.
Cada eco nos guía, pero no nos gobierna.

Mientras avanzaban, los fragmentos comenzaron a fusionarse en patrones de luz que contaban una historia aún mayor:
el Jardín no era solo un espacio de creación, sino un archivo viviente de todo lo que había existido.
Cada alma que despertaba añadía un hilo nuevo a la vasta y eterna tela del cosmos.

Entonces comprendieron:
los ecos del pasado eran también semillas del futuro.
Cada recuerdo, cada chispa, cada amor olvidado, podía renacer y florecer en nuevas realidades,
si alguien con el poder de la Sinapsis Estelar lo recordaba y lo honraba.

—Entonces este lugar… —dijo Auric, con un hilo de asombro— no es solo un Jardín.
Es un puente entre lo que fue y lo que será.

—Y nosotros somos quienes lo cruzamos —respondió Lumi, sintiendo cómo cada palabra vibraba entre los hilos de luz—.
Cada paso nuestro da forma a la memoria y a la creación.

Los ecos comenzaron a arremolinarse a su alrededor, girando y entrelazándose en un torbellino de luz, emoción y conocimiento.
Auric y Lumi sintieron, por primera vez con total claridad, la magnitud de su tarea.
No eran solo tejedores de la existencia.
Eran guardianes de la memoria del cosmos, custodios de historias que nunca debían perderse,
de susurros y amores que habían atravesado mil universos para encontrarlos.

Mientras avanzaban hacia nuevos hilos y dimensiones, cada chispa de luz bajo sus dedos latía con una conciencia silenciosa.
Sabían que cada paso, cada decisión, cada roce de energía era más que un gesto:
era un eco destinado a viajar por toda la eternidad,
resonando en universos que aún no habían nacido,
dejando una huella invisible pero eterna en la tela infinita del cosmos.

Auric y Lumi llegaron a un claro donde los hilos de luz se multiplicaban hasta perderse en el horizonte,
formando un tapiz que parecía respirar, lento y profundo,
como si el propio Jardín soñara.
Cada hebra brillaba con un color distinto, palpitando como un corazón dormido,
lleno de recuerdos y de posibilidades aún sin nombre.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.