Auric: Alas Oscuras, Corazón De Neón

La puerta del caos

••••••••••• Capítulo 20 ••••••••••••

Auric y Lumi avanzaban por los hilos infinitos del Jardín de las Almas Eternas, explorando mundos que nacían de sus pensamientos y emociones. El aire vibraba con resonancias de luz y memoria, y cada paso dejaba tras de sí estelas de auroras danzantes, como si el Jardín respirara junto a ellos.

De repente, un parpadeo de luz diferente atravesó el paisaje: filamentos que nunca habían sentido antes, pulsando con vida propia, como si fueran conscientes de su presencia. Auric y Lumi se detuvieron, conteniendo la respiración ante la extraña energía que los rodeaba.

—No hemos tejido esto —susurró Lumi, sus ojos plateados reflejando la luz recién llegada—. ¿Quién… quién está aquí?

Los hilos vibraron suavemente, enviando un murmullo de tonos imposibles que parecía formar palabras sin forma, un lenguaje que sólo sus almas podían percibir. Cada filamento se movía con intención propia, como si los observase, evaluara su presencia y los invitara a participar en un juego antiguo, anterior a cualquier recuerdo. El Jardín entero parecía contener la respiración, expectante, mientras Auric y Lumi comprendían que aquello que acababa de surgir no era creación humana… sino un eco de consciencias que existían más allá del tiempo mismo.

Soleil saltó entre los hilos, ronroneando con una mezcla de advertencia y curiosidad. Del vacío comenzaron a surgir formas que se desdoblaban lentamente: criaturas de luz pura, hechas de filamentos iridiscentes que flotaban en el espacio como cometas conscientes, cada movimiento dejando tras de sí un rastro de resplandores que parecía susurrar secretos antiguos.

—Guardianes —susurró Auric, reconociendo la vibración ancestral de sus hilos—. Seres creados para observar, proteger… y guiar.

Los hilos de las criaturas se entrelazaban con los del Jardín, emitiendo pulsos suaves y resonancias antiguas, como si quisieran establecer un puente entre su sabiduría y la de quienes caminaban entre ellos. Soleil se detuvo junto a Auric y Lumi, sus ojos brillando mientras percibía la fuerza y la intención de aquellos custodios de luz, y ambos comprendieron que no estaban solos en su tarea: el Jardín estaba vivo, y ahora les hablaba a través de sus guardianes.

Uno de ellos, más brillante que la luz misma, avanzó hacia Auric y Lumi. Su voz no era un sonido, sino una resonancia que acariciaba la mente, llenándola de imágenes y sensaciones:

—Auric. Lumi. Hemos observado vuestro progreso. El Jardín crece más rápido de lo previsto. Debéis aprender a compartir el tejido, a coordinarlo —sus palabras fluían como corrientes de luz que trazaban formas de mundos y constelaciones en el aire.

Otro ser se acercó, su luz más oscura y profunda, salpicada de destellos impredecibles, que se enrollaban como hilos rebeldes:

—No todos los hilos buscan armonía —dijo—. Algunos necesitan probarse a sí mismos. Algunos mundos se resisten. El Jardín no es un juego de dos —y mientras hablaba, pequeñas visiones de universos que luchaban por existir se desplegaron alrededor de Auric y Lumi, mostrándoles la fragilidad y la fuerza de cada hilo.

Los hilos del Jardín respondieron, ondulando y vibrando, formando espirales de luz y sombra que narraban historias de creación y resistencia. Auric y Lumi comprendieron que estaban frente a seres que no solo enseñaban, sino que guiaban a través de la experiencia misma: un diálogo de conciencia, memoria y energía que atravesaba la eternidad.

Auric y Lumi comprendieron que su expansión, su juego de hilos, había llamado la atención de otros tejedores. Algunos eran amigos; otros, incógnitas, seres cuya intención aún no podían descifrar.

—Debemos aprender de ellos —dijo Lumi—. No solo de la luz, sino también de las sombras que acompañan a cada hilo.

Los Guardianes comenzaron a enseñarles con delicadeza y rigor. Les presentaron un hilo de prueba: una constelación que parecía imposible de tejer, porque sus fragmentos querían existir en contradicción, desafiando cualquier intento de orden. Auric trató de imponer su intención, Lumi intentó escucharlo con paciencia, y ambos fracasaron.

Entonces, uno de los Guardianes extendió un filamento hacia ellos, guiando su vibración, como si transmitiera la esencia de la paciencia y la armonía. Con coordinación, atención y una nueva conciencia compartida, el hilo rebelde finalmente cedió. Su resistencia se transformó en fuerza creativa, y el resultado fue un universo que superaba cualquier creación anterior, lleno de complejidad, luz y equilibrio, un testimonio de lo que puede surgir cuando la intención y la escucha se entrelazan.

—El Jardín no puede ser tejido solo con fuerza —dijo uno de los Guardianes, su voz resonando como un acorde que vibraba en todos los planos—. Necesita diálogo, armonía… y respeto por la voluntad de cada hilo.

Auric y Lumi comprendieron entonces que su papel no era únicamente el de creadores, sino también el de intérpretes y guías. Cada filamento poseía una voz, un deseo oculto de existir de cierta manera, y su deber era escucharlo antes de tocarlo.
El poder de la Sinapsis Estelar no debía imponerse, sino acompañar el ritmo natural del cosmos.
Solo así, con equilibrio, sabiduría y humildad, el Jardín podría continuar floreciendo en infinitas formas de luz y conciencia.

Mientras los Guardianes se desplazaban en torno a ellos, su luz tejía senderos que resonaban como un canto antiguo. No hablaban con palabras, sino con vibraciones que atravesaban el alma y despertaban memorias dormidas. Era como si cada movimiento suyo recordara a Auric y Lumi que el conocimiento no se impone… se comparte, se respira, se siente.

Lumi observó el danzar de los hilos y susurró, con una mezcla de asombro y humildad:

—Cada hilo que encontramos ahora es un maestro… incluso aquellos que desafían nuestro control.

Auric asintió lentamente, percibiendo la verdad en sus palabras. Los filamentos respondían a sus emociones, pero también a su silencio, como si escucharan su esencia más allá del pensamiento.




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