••••••••••• Capítulo 21 ••••••••••••
El Jardín respiraba en calma, pero en las profundidades del tejido, algo comenzó a agitarse.
Una nota disonante recorrió los hilos, tan sutil al principio que apenas se distinguía del murmullo cósmico. Sin embargo, esa vibración creció, multiplicándose como una fractura que se propaga bajo una superficie perfecta.
Auric y Lumi se detuvieron. La Sinapsis Estelar ardía entre sus manos con un brillo inquieto.
—No es caos natural —dijo Lumi, su voz temblando con una mezcla de intuición y miedo—. Es… voluntad.
Los hilos más antiguos del Jardín comenzaron a ennegrecerse. No era sombra: era ausencia. Un vacío tan profundo que devoraba la luz misma. De ese abismo emergió una figura humanoide, pero incompleta, formada por fragmentos de hilos rotos y recuerdos distorsionados. Sus ojos eran dos estrellas muertas.
—Me recuerdan —dijo la voz, quebrada y múltiple, como un eco atrapado en mil mundos—. Me tejieron… y luego me olvidaron.
Auric retrocedió un paso, reconociendo la vibración que emanaba de aquel ser: era una creación antigua, un intento fallido de los primeros tejedores, un hilo que había sido rechazado por el Jardín y abandonado en los márgenes del tiempo.
—Eres un Eco Disforme —susurró Lumi—. Un fragmento del tejido que no encontró su lugar.
La criatura sonrió, pero su sonrisa era una grieta en el vacío.
—No busco un lugar —dijo—. Busco el fin del Jardín. Si no puedo existir dentro del orden, lo desharé desde sus cimientos.
Los Guardianes intentaron alzarse, pero sus luces se apagaron una por una. El Eco Disforme extendió sus manos y los hilos del Jardín comenzaron a desgarrarse como seda bajo una llama invisible. Mundos enteros se contraían y colapsaban en silencio, reducidos a polvo de memoria.
Auric sintió el rugido del caos recorrerle el cuerpo. Intentó tejer una barrera de luz dorada, pero el Eco la atravesó como si nada. No era una fuerza física, sino conceptual: un ente nacido del olvido, intangible para cualquier creación consciente.
—No puedes contener lo que fue negado —susurró el Eco, y su voz resonó en los cimientos del cosmos—. Yo soy el eco de los hilos no escuchados, de las voluntades que deshicisteis para mantener vuestro equilibrio.
Lumi cayó de rodillas, sosteniendo entre sus manos un filamento que se desintegraba.
Soleil rugió, su cuerpo estallando en destellos de fuego solar, pero el Eco lo desvió con un gesto, y la luz del felino se fragmentó en mil pedazos, dispersándose en el aire como polvo de aurora.
Auric gritó, sintiendo el vacío devorar su conexión con Lumi.
—¡Basta! —rugió—. ¡El Jardín no es una prisión!
El Eco se detuvo por un instante, observándolo con un brillo de curiosidad, casi humana.
—¿Entonces qué es? —preguntó—. ¿Un espejo donde solo reflejan sus deseos?
¿O un juego donde deciden quién merece existir y quién no?
Lumi se incorporó lentamente, su mirada fija en el vacío que lo rodeaba.
Había comprendido algo: el Eco Disforme no buscaba destrucción por maldad, sino por dolor. Era la encarnación de todo lo que los tejedores alguna vez rechazaron.
—No podemos destruirlo —susurró el—. Si lo hacemos, el Jardín volverá a fragmentarse. Debemos… reintegrarlo.
Auric lo miró con incredulidad.
—¿Reintegrar el olvido? Lumi, su existencia misma corrompe el tejido.
—No —respondió, extendiendo la mano hacia el Eco—. Su existencia nos recuerda que no todo puede controlarse. Que incluso el error tiene voz.
El Eco dudó. Su forma se agitó, luchando entre furia y memoria.
Auric sintió la Sinapsis Estelar arder, pero esta vez no como arma, sino como puente. Lumi canalizó su energía, tejiendo un filamento entre ellos tres: luz, sombra y vacío, unidos por un pulso común.
El Jardín tembló.
Los Guardianes reaparecieron, sus luces encendidas nuevamente.
El Eco rugió, tratando de romper la conexión, pero algo en su interior comenzó a transformarse: los hilos rotos que lo formaban se reconfiguraban, volviendo a brillar débilmente, como si recordaran su propósito original.
Auric gritó, sintiendo la presión de mil universos sobre su mente.
—¡Lumi! ¡Nos destruirá a ambos!
—Entonces que el Jardín decida —respondió el, su voz firme—. Si el olvido merece ser amado o temido.
El Eco emitió un último grito, mezcla de dolor y liberación, y su forma se deshizo en una lluvia de hilos oscuros que se elevaron al cielo, integrándose lentamente con la luz del Jardín. Donde antes había ausencia, ahora brillaba una nueva constelación: un recuerdo redimido.
Auric cayó de rodillas.
Lumi, exhausto, sonrió débilmente.
—Lo escuchamos… —murmuró—. Por primera vez, lo escuchamos.
Y el Jardín respondió con un suspiro de equilibrio, como si el universo entero hubiera aprendido una lección que llevaba eras esperando comprender.
El Jardín volvió a brillar tras la integración del Eco Disforme.
Durante un instante, todo fue silencio: una calma tan pura que parecía prometer eternidad.
Pero los Guardianes no cantaban.
Sus luces se mantenían fijas, tensas, como si escucharan un eco que los demás no podían oír.
Soleil se erizó, y el aire comenzó a oler a hierro y ceniza.
Desde los límites del tejido, donde los hilos del Jardín se disolvían en el vacío, surgió un temblor.
No era vibración, sino ausencia de vibración.
Un vacío tan absoluto que devoraba el sonido antes de que existiera.
Lumi lo sintió primero.
Una fuerza que no provenía del caos, ni del olvido… sino de la negación.
El enemigo de todo eco.
—No… —susurró, retrocediendo—. No es una forma. Es una voluntad.
Auric extendió la mano, pero los hilos se marchitaban a su alrededor, desintegrándose en polvo gris.
El Jardín lloraba. Las luces se apagaban una a una, como si el universo mismo perdiera el deseo de recordarse.
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Editado: 18.11.2025