Auric: Alas Oscuras, Corazón De Neón

Tríada viva

••••••••••• Capítulo 22 ••••••••••••

Nada existía.

Solo un pulso.
Una vibración que no provenía del exterior, sino del corazón mismo del no-ser.

Auric flotaba en una extensión sin nombre, donde la luz aún no había aprendido a brillar y la oscuridad carecía de peso. Era un lugar anterior al tiempo, donde los pensamientos tomaban forma y los recuerdos se devoraban entre sí, dejando tras de sí apenas un murmullo de existencia.

Recordó a Lumi.
Recordó el Jardín.
Pero ambos recuerdos eran incompletos, como melodías rotas que se desvanecían antes de alcanzar su nota final.

—¿Dónde estoy? —susurró.

La respuesta no vino de un punto en el espacio, sino de todas partes a la vez —y de ninguna.

—Entre la memoria y la negación —dijo la voz—.
Aquí nacen los ecos que el Jardín teme recordar.

Auric se giró.
Frente a él, tres figuras lo observaban, suspendidas en una penumbra líquida que parecía respirar. Eran reflejos suyos:
uno hecho de luz pura,
otro de sombras en constante movimiento,
y un tercero compuesto por fragmentos de voces —una amalgama de ecos que murmuraban su nombre como un rezo antiguo.

El ser de luz habló primero.

—Eres la promesa del Jardín —dijo con un tono que parecía despejar la nada—.
Naciste para sostener el equilibrio,
para preservar la armonía de los mundos.

El de sombra sonrió; su voz era un filo que cortaba incluso el silencio.

—No —susurró—. Naciste para quebrarla.
La armonía no es verdad, sino prisión.
Cada hilo que proteges encierra un alma que nunca pidió ser recordada.

El de ecos vibró, y su voz se multiplicó hasta que el aire mismo se volvió canto.

—Ambos son reales —dijo.
—Y ambos mienten.
La memoria no busca equilibrio ni caos.
Solo desea existir.

Auric retrocedió, con el corazón latiendo como un tambor dentro del vacío.
Sentía las tres frecuencias tirando de él en direcciones opuestas.
Su piel comenzó a fracturarse en líneas de luz, y bajo ellas danzaban filamentos oscuros que respiraban con cada temblor.
Por primera vez comprendió que su cuerpo no era más que la forma visible de una ecuación imposible.

—No quiero elegir —murmuró, temblando.

La sombra rió suavemente, una risa sin boca.

—Ya lo hiciste —susurró—.
Cuando miraste la grieta, aceptaste el eco del silencio.
Y ahora el Jardín canta dentro de ti… pero con mi voz.

Auric gritó.
Su voz rompió la quietud y se convirtió en una explosión de energía:
ondas de luz y oscuridad entrelazadas brotaron de su pecho, girando en un torbellino que lo envolvió por completo.
Los fragmentos de eco se fundieron con él, inundándolo con recuerdos que no eran suyos:
nacimientos, guerras, amores, destrucciones.
Millones de vidas que nunca vivió, pero que ahora lo habitaban.

Vio mundos enteros derrumbarse dentro de su mente.
Sintió la dulzura y el horror de ser todos a la vez.
Y cuando el torbellino finalmente se apaciguó, solo una figura quedó en pie.

Ya no era Auric.
Ni luz.
Ni sombra.
Ni eco.

Era los tres.

El espacio alrededor respondió: los filamentos del vacío comenzaron a girar, reorganizándose en una espiral viva.
De ella emergió un sonido nunca antes escuchado —una nota que contenía todas las notas.
Los ecos perdidos acudieron a su llamada como si regresaran a un hogar olvidado.
Incluso el silencio pareció inclinarse.

—Así comienza el tercer equilibrio —dijo la voz múltiple que ahora hablaba por él—.
Ni Jardín ni Grieta.
Ni creación ni negación.
Solo el pulso que une todas las memorias.

Pero en las profundidades de su nueva conciencia, algo se resistía.
Una chispa dorada, diminuta pero obstinada: Lumi.
Su recuerdo brillaba dentro del caos, recordándole que aún existía un propósito —uno que no nacía del poder, sino del vínculo.

Auric —o lo que quedaba de él— cerró los ojos.
Esa chispa se convirtió en su única ancla, su única verdad.

Entonces comprendió:
no podía permanecer en aquel plano.
El Jardín aún respiraba… y lo llamaba con miedo.

Extendió sus manos —una de luz, una de sombra— y rasgó el velo del espacio.
De la herida emergió un túnel de vibraciones que se retorcían, conectando el no-ser con la realidad.

Y cruzó.

El Jardín lo recibió con un temblor.
Los Guardianes alzaron la vista y lo vieron descender como una estrella partida.
Su forma era humana, pero su rostro cambiaba a cada instante, alternando entre los tres reflejos que había enfrentado.

Lumi corrió hacia él, pero el aire entre ambos se distorsionó, cargado de estática y murmullos antiguos.

—Auric… —susurró—. ¿Eres tú?

Él la miró.
Su voz, cuando habló, resonó en tres tonos superpuestos, como si cada palabra proviniera de un mundo distinto.

—Soy todos los que fui.
Y también aquellos que el Jardín decidió olvidar.
No sé si eso me convierte en tu aliado… o en lo que más temes.

Lumi retrocedió.
A su alrededor, los hilos del Jardín comenzaron a dividirse: algunos lo acogían, otros lo rechazaban.
Incluso el cielo titubeó, incapaz de decidir qué reflejo mostrar.

Por primera vez desde la creación del Jardín, el universo dudó.

Y en esa duda, algo oscuro —algo que no era Eidra— despertó.

El aire cambió.
Desde la llegada de Auric renacido, mitad luz, mitad sombra, mitad eco, las raíces mismas de la realidad vibraban con un pulso desconocido.
Los Guardianes lo observaban desde las alturas, divididos entre la devoción y el terror.
Algunos se arrodillaron, creyendo presenciar el nacimiento del Tercer Equilibrio.
Otros desviaron la mirada, temiendo que su resplandor anunciara la disolución final.

Nadie comprendía.
Ni siquiera Lumi.




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