••••••••••• Capítulo 25 ••••••••••••
Lumi permaneció de pie frente al lago, sin decir palabra.
El aire olía a ozono, a energía contenida.
Podía sentir en su pecho el eco de la grieta que se había formado bajo el agua —no en el Jardín, sino en él mismo.
Cada pensamiento era una vibración discordante.
Cada emoción, una onda que el entorno amplificaba hasta el exceso.
El Jardín siempre había respondido a su equilibrio, pero ahora… ahora respondía a su herida.
Auric intentó acercarse una vez más, pero Lumi levantó la mano.
No fue un gesto de rechazo, sino de contención.
Su voz sonó más frágil de lo que habría querido.
—No entiendes lo que siento, Auric.
Cuando lo tocaste… fue como si parte de mí dejara de existir.
Como si el Jardín recordara una versión tuya en la que yo no estaba.
Auric guardó silencio.
No había respuesta lógica ante esa clase de dolor.
Lumi continuó, mirando el reflejo distorsionado del lago:
—Creí que habíamos alcanzado la unidad. Que nada podía dividirnos.
Pero ahora veo que el amor no nos hace uno… solo nos expone.
Y no sé si estoy preparado para ver todo lo que eso significa.
El lago tembló.
Los filamentos del agua se abrieron en espirales lentas, formando imágenes: momentos de ellos dos, recuerdos del primer encuentro, de la batalla contra el Olvido, del beso que encendió la Tríada.
Pero entre esas imágenes, algo nuevo se filtraba: el rostro de Bastian.
No como intruso, sino como posibilidad.
Lumi apretó los puños.
—¿Por qué aparece? —susurró, más para sí mismo que para Auric—.
¿Es él… o soy yo quien lo está llamando?
Auric dio un paso adelante, su voz temblando entre comprensión y miedo.
—Quizá no lo estés rechazando… sino reconociendo.
Lo que sientes, Lumi, no es solo celos. Es memoria.
La palabra cayó como un rayo en su mente.
Memoria.
El Jardín entero vibró.
Las luces se encendieron en una frecuencia tenue, como si quisieran consolarlo.
Pero Lumi no hallaba calma.
Porque si Auric tenía razón… entonces algo de sí mismo vivía en Bastian.
Algo que había olvidado, o decidido no recordar.
Su respiración se volvió irregular.
Las ondas del lago comenzaron a girar en dirección contraria, creando un vórtice suave, como un corazón latiendo al revés.
—¿Y si el Jardín está intentando que recuerde? —preguntó Lumi, casi con miedo—.
¿Y si lo que siento no es pérdida… sino regreso?
Auric lo miró en silencio.
Y por un instante, ambos comprendieron que el verdadero conflicto no era entre tres almas, sino entre lo que habían sido… y lo que aún no se atrevían a ser.
El viento —si es que era viento— se detuvo.
Solo quedó el sonido del lago respirando con ellos.
Lumi seguía mirando el lago.
El silencio entre ambos pesaba más que cualquier palabra.
Auric seguía ahí, quieto, esperándolo, sin saber si debía hablar o simplemente dejarlo sentir.
Finalmente, Lumi rompió el silencio.
Su voz tembló, no de rabia, sino de agotamiento.
—No puedo fingir que no vi lo que pasó.
Cuando él te tocó… sentí que algo se deshizo en mí.
No fue solo celos, Auric. Fue miedo.
Miedo de no reconocerte. De que el Jardín te devolviera a una versión donde yo no existo.
Auric bajó la mirada, con los ojos llenos de una culpa que no encontraba nombre.
—No fue mi intención…
—Lo sé. —Lumi lo interrumpió con suavidad, respirando hondo—. Y eso es lo que más duele.
Porque no hay culpa, no hay traición… solo esa verdad que no puedo controlar.
El aire vibró entre ellos, cargado de esa tensión invisible que no nace del enojo, sino del amor que teme perder su forma.
—He intentado comprenderlo —continuó Lumi—.
He tratado de convencerme de que lo que sentí fue una reacción del Jardín, una distorsión de las frecuencias. Pero no.
Fui yo.
Fui yo temiendo que ya no me necesitaras.
Auric levantó la vista, sus ojos llenos de ternura y dolor.
—Nunca fue necesidad, Lumi. Fue elección.
Y te sigo eligiendo… incluso cuando el Jardín decide probar lo contrario.
Lumi cerró los ojos un momento, dejando que esas palabras lo atravesaran.
Su voz, cuando volvió a hablar, era apenas un hilo.
—Pero si algún día el Jardín te muestra algo que yo no puedo darte… ¿también lo elegirás?
—No lo sé —respondió Auric, con honestidad—.
Y eso también me duele.
Porque amarte me enseñó a no temer a lo desconocido.
Y ahora… lo desconocido tiene tu rostro, y también el de él.
Lumi se estremeció.
No esperaba esa respuesta. No una mentira, sino una verdad tan limpia que dolía más.
—No quiero ser una frontera para ti —susurró—. Pero tampoco sé cómo dejar de sentir esto.
—No tienes que dejar de sentir —dijo Auric, acercándose—.
Solo tenemos que aprender a no rompernos cada vez que algo cambia.
Por primera vez desde que todo comenzó, Lumi no buscó entenderlo.
Solo lo miró, con los ojos llenos de esa tristeza que también es amor.
Y cuando habló, lo hizo sin reproche, casi como una plegaria:
—Prométeme que, si algún día te alejas… no olvidarás cómo suena mi frecuencia.
Auric alargó la mano, pero no lo tocó.
Solo dejó que el aire entre ambos se encendiera con esa luz dorada que había nacido la primera vez que se amaron.
—Prometido —dijo—.
Porque aunque cambie todo, tú sigues siendo mi punto de origen.
El silencio que siguió no fue vacío.
Fue humano.
Y en ese silencio, ambos entendieron que amar también era aceptar que el otro podía resonar con algo más… y que aun así, seguiría existiendo el lazo invisible que los había creado.
Auric se acercó un paso.
El aire entre ambos aún temblaba, lleno de ecos que no terminaban de apagarse.
Lumi respiró hondo, sin saber si debía retroceder o rendirse.
Había tanto amor en su mirada… y tanto miedo también.
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Editado: 18.11.2025