••••••••••• Capítulo 26 ••••••••••••
Esa misma noche, cuando las luces del Jardín se desvanecían en un suspiro de neblina azul, Auric invitó a Lumi a descansar en su hogar.
Habían compartido tantas emociones en tan poco tiempo, que separarse habría sido como apagar una melodía a la mitad.
Lumi aceptó con una sonrisa apenas visible, rendida por el cansancio y la calma que por fin sentía. Se acomodó junto a la ventana, donde los destellos del firmamento teñían su rostro de reflejos dorados. En pocos minutos, su respiración se volvió tranquila, casi imperceptible, como si flotara en un sueño luminoso.
Auric, en cambio, no pudo dormir.
Desde el balcón, observaba cómo las corrientes de energía serpenteaban entre los árboles de cristal del Jardín. La noche era densa, casi viva; se escuchaban los murmullos de los ecos que aún vagaban entre los senderos, y el aire olía a memoria y lluvia.
Entonces lo vio.
A lo lejos, más allá de los límites de su morada, una figura se recortaba contra la bruma: Bastian.
Estaba sentado sobre una raíz luminosa, con el rostro cubierto entre las manos. Su cuerpo temblaba apenas, pero el silencio que lo rodeaba hablaba más fuerte que cualquier llanto.
Auric sintió una punzada en el pecho.
Sin pensarlo, descendió por el corredor de luz que unía su balcón con el suelo, avanzando con pasos contenidos, intentando no romper el equilibrio de aquella quietud.
—Bastian… —susurró al llegar, con voz cautelosa—. ¿Qué haces aquí?
El otro no respondió. Solo giró un poco el rostro, lo suficiente para que Auric notara el brillo húmedo en sus mejillas.
—No deberías estar solo —continuó Auric, dando un paso más—. Lo que ocurrió hoy… nos afectó a todos.
—No te acerques —interrumpió Bastian, la voz áspera, casi quebrada—. No necesito tu compasión.
Auric detuvo su avance, sintiendo el eco de esas palabras vibrar en el aire.
La luz del entorno pareció apagarse un instante, como si el Jardín mismo contuviera el aliento.
—No es compasión —dijo finalmente, con tono sereno—. Es preocupación. Todos cargamos algo que no sabemos nombrar, Bastian. Nadie debería enfrentarlo solo.
Bastian alzó la mirada. Sus ojos, normalmente llenos de firmeza, estaban nublados por una tristeza profunda.
—No entiendes… —murmuró—. Algunos de nosotros no fuimos creados para ser salvados. Solo para mirar desde las sombras cómo los demás encuentran la luz.
El viento sopló entre ellos, arrastrando fragmentos de neón disperso.
Auric quiso responder, pero algo en la expresión del otro lo detuvo: una mezcla de dolor y resignación que parecía más antigua que ambos.
Entonces, Bastian se levantó, giró apenas y añadió con voz baja:
—Vuelve con el. No dejes que su luz se apague por mi culpa.
Y antes de que Auric pudiera decir una palabra más, la sombra de Bastian se desvaneció entre las brumas, dejando tras de sí solo el eco de su tristeza… y un resplandor tenue que se extinguió junto al amanecer.
Auric permaneció de pie largo rato, mirando el punto donde él había estado.
El Jardín seguía respirando en silencio, pero algo en su pulso había cambiado: una nota nueva, melancólica, que anunciaba que nada volvería a ser igual.
El amanecer llegó sin ruido, deslizándose entre las ramas cristalinas del Jardín como una caricia tibia. Las luces que durante la noche habían danzado en tonos fríos ahora se tornaban doradas, suaves, casi humanas.
Auric seguía despierto. No recordaba en qué momento la sombra de Bastian se había desvanecido del todo, pero aún podía sentir su presencia, como un hilo suelto vibrando dentro del pecho.
El viento matutino trajo consigo el aroma del rocío: una mezcla de pureza y melancolía.
Giró la mirada hacia el interior de la habitación.
Lumi dormía aún, envuelta en una tenue luminiscencia azul. Su respiración se acompasaba con el ritmo del Jardín; cada exhalación liberaba pequeñas motas de luz que ascendían lentamente y se disolvían en el aire, como sueños que preferían quedarse un poco más.
Auric se acercó despacio, sin hacer ruido.
Se detuvo a su lado y observó su rostro: tan tranquilo, tan distinto del torbellino de emociones que él sentía dentro.
—Cómo puedes dormir tan en paz… —susurró, apenas audible.
Lumi se movió un poco, como si hubiera escuchado algo desde muy lejos. Sus labios se curvaron en una sonrisa dormida.
Auric sonrió también, con tristeza.
Durante un instante, deseó que ese amanecer pudiera detenerse, que el mundo quedara suspendido entre la luz dorada y el silencio. Pero sabía que la sombra de Bastian, y lo que había visto en sus ojos, no le permitirían hacerlo.
Salió nuevamente al balcón.
El Jardín despertaba: las raíces luminiscentes se expandían lentamente, los ecos cantaban sus primeras notas, y las aguas transparentes de los canales reflejaban el cielo naciente como un espejo líquido.
—No todo lo que brilla es paz —murmuró Auric, mirando la distancia—. A veces, la luz solo oculta un corazón que duele.
—¿Estás hablando conmigo… o contigo mismo? —preguntó de pronto una voz suave detrás de él.
Auric se volvió.
Lumi estaba en el umbral, envuelta en la claridad del amanecer. Su cabello parecía un reflejo del sol y sus ojos, aún somnolientos, tenían ese brillo que mezcla ternura y comprensión.
—Desperté y no te vi —continuó el—. Sentí que algo te inquietaba.
Auric vaciló.
—Vi a Bastian anoche… —dijo al fin—. Estaba solo. Llorando. No quiso que me acercara.
Lumi bajó la mirada.
—Él también lleva una herida —susurró—. Pero no todos están listos para dejar que los toquen.
Se acercó hasta quedar frente a Auric, tan cerca que él pudo sentir el calor que emanaba de su piel.
—Tú no puedes salvar a todos, Auric —añadió con dulzura—. Pero sí puedes amar sin perderte.
Auric lo miró largo rato.
Entonces, sin decir palabra, lo tomó de las manos. La luz del amanecer los envolvió y el Jardín pareció inclinarse hacia ellos, como si escuchara una promesa sin voz.
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Editado: 18.11.2025