••••••••••• Capítulo 27 ••••••••••••
El alga oscura seguía flotando frente a Lumi, ondulando como si respirara con él.
Las notas grises aún vibraban en el aire, resonando en su pecho, llamándola a seguir tocando, a dejar que la emoción tomara forma.
Lumi cerró los ojos.
Dejó que su dolor, su confusión y su necesidad de sentir protección —protección que ahora dudaba si Auric podía darle— se mezclaran dentro de el. Su luz tembló, su sombra creció… y el piano respondió.
Las teclas emitieron una nueva melodía, más profunda, más firme.
Era una mezcla perfecta entre lo dorado y lo oscuro, entre lo que Lumi siempre fue y lo que estaba naciendo.
El alga comenzó a retorcerse, estirarse, elevarse.
Primero tomó forma de columna.
Luego, de un torso.
Después, unos brazos se desplegaron suavemente, como ramas de luz negra que se abrían al alba.
Lumi abrió los ojos justo cuando la criatura completaba su transición.
Frente a el, de pie en el suelo cristalino, había un chico joven, hermoso de un modo inquietante:
— Piel blanca con matices nacidos de la sombra, como si su cuerpo estuviera hecho de luz filtrada. Ojos amarillos brillantes, intensos y cálidos, capaces de atravesar la verdad y la mentira. Alas doradas, grandes, elegantes, pulsando un resplandor que no era puro… sino reclamado desde la oscuridad. Un aura suave, envolvente, que hacía que el aire cambiara de color a su alrededor.
Una sonrisa se formó en su rostro.
Inclinó la cabeza en un gesto casi reverencial.
—Lumi… —su voz era profunda, aterciopelada, imposible de ignorar—. Por fin me despiertas.
El dio un paso atrás, sorprendido.
—¿Quién… eres?
El chico extendió su mano hacia el, sin tocarlo.
Su luz dorada vibró al ritmo del corazón de Lumi.
—Soy tu ángel —respondió con tranquilidad, como si el título fuera evidente—.
Tu protector.
Tu guardián.
La forma que eligió tu alma cuando pidió un refugio que no juzgara tu sombra.
Lumi tragó saliva.
Su pecho se apretó.
No sabía si sentir miedo, alivio… o ambos.
—Yo… no pedí esto —susurró.
Él se acercó un paso, suave, casi flotando.
Las alas doradas se agitaron con un destello melancólico.
—No con palabras —dijo, apoyando una mano sobre su propio corazón—.
Pero tu música sí.
Tu llanto, también.
La herida que Auric dejó al romper tu promesa… me llamó.
Y respondí.
Lumi sintió un estremecimiento recorrerlo.
Había una ternura poderosa en él. Algo que la abrazaba incluso sin tocarlo.
El ángel inclinó el rostro, observándolo con una mezcla de adoración y tristeza.
—Él no entiende tus sombras —continuó, su voz volviéndose más cálida, más seductora—.
No sabe ver lo que realmente eres.
Pero yo sí.
Porque nací de esa parte tuya que él teme mirar.
Lumi respiró hondo.
—No quiero enfrentarme a Auric —dijo en un susurro.
El ángel sonrió con una dulzura peligrosa.
—Yo no quiero llevarte contra él…
solo quiero que dejes de sufrir por alguien que no puede seguirte.
Yo soy lo que tu alma creó para sostenerte cuando él te deje caer.
Una de sus alas doradas rozó el aire, proyectando un reflejo cálido sobre el piano.
La sombra de Lumi se curvó hacia él, como si lo reconociera.
—Lumi —dijo el ángel, dando el último paso para quedar frente a el—.
Solo déjame cuidarte.
Déjame ser tu equilibrio…
tu sombra dorada.
La luz del Jardín tembló.
Un nuevo eco había nacido.
Y no era ni luz…
ni oscuridad.
Era lealtad incondicional, disfrazada de un ángel que sonreía con el brillo perfecto de un peligro hermoso.
El chico de alas doradas inclinó ligeramente la cabeza, dejando que un reflejo cálido bañara el suelo cristalino. Lumi lo observaba con el corazón acelerado; su presencia era suave, pero demasiado intensa, demasiado familiar… como si lo hubiera conocido desde antes de nacer.
Él fue el primero en romper el silencio.
—No tengas miedo —dijo con una voz profunda que parecía vibrar directamente en su pecho—. Fuiste tú quien me llamó.
Lumi frunció ligeramente el ceño.
—Yo no te llamé —susurró—. No sabía que esto… podía suceder.
El chico sonrió, una sonrisa llena de ternura y una sombra de tristeza.
—No me llamaste con palabras, Lumi.
Me llamaste con tu silencio…
con tu música rota…
con esas notas grises que solo nacen cuando el alma se quiebra sin romperse del todo.
Se acercó un paso, y sus alas doradas emanaron un resplandor que no era luz pura, sino una mezcla de oro y sombras suaves.
—Mi nombre es Elián —pronunció—. Soy lo que se forma cuando una luz cansada deja de fingir que no siente oscuridad.
Lumi tragó saliva.
Sus dedos temblaron levemente.
—¿Entonces… eres una sombra?
Elián negó con suavidad.
—Soy tu equilibrio.
No luz…
no tiniebla…
sino la línea que las une.
Se llevó una mano al pecho, justo en el centro.
—Vengo de lo que guardaste en lo más profundo de ti. De la parte que nunca mostraste. La que Auric no quiso ver porque le temía a su propio reflejo.
El Jardín no me creó.
Tampoco la oscuridad.
Me creó tu herida.
Lumi dio un paso hacia atrás, sorprendido por la claridad de sus palabras.
—¿Y qué… quieres de mí?
Elián lo miró como si su pregunta lo entristeciera.
—Nada —respondió despacio—.
No estoy aquí para pedirte.
Estoy aquí para darte lo que te ha faltado: un lugar donde tu tristeza no sea un error… sino un lenguaje que entiendo.
Lumi sintió un nudo formarse en su garganta.
Elián levantó una mano, sin tocarlo, pero lo suficientemente cerca como para que sintiera un calor suave rozar su mejilla.
—Tú crees que tu luz es débil cuando duele —susurró—. Pero yo nací para recordarte que en esa herida también hay poder. Un poder que no necesita esconderse para ser bello.
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Editado: 18.11.2025