••••••••••• Capítulo 28 ••••••••••••
Lumi bajó la mirada. Sus dedos temblaban. Aún podía sentir el eco de las palabras de Elián acariciando su mente, como si hubieran sido grabadas directamente en su pecho.
—“Las alas doradas nacen para ser refugio…” —murmuró sin darse cuenta, recordando la frase que el ángel había pronunciado como quien ofrece un secreto antiguo.
Elián sonrió, satisfecho, como si esa pequeña repetición hubiese sido un pacto silencioso.
—Ves… ya lo comprendes —susurró, acercándose lo suficiente para que las puntas de sus alas rozaran la piel del aire alrededor de Lumi—. Nunca quise confundirte. Solo mostrarte que no tienes que cargar solo lo que te rompe.
Las notas grises que flotaban aún sobre el piano comenzaron a apagarse lentamente, absorbiéndose en la luz dorada alrededor de Elián.
Lumi sintió que el pecho le latía más tranquilo, casi en sincronía con esa aura suave.
—Auric… —intentó decir, pero el nombre se quebró en su garganta.
Elián inclinó la cabeza con una delicadeza casi dolorosa.
—Auric eligió ver tu luz solo cuando brillaba para él —respondió con voz serena, sin dureza, sin rabia—. Pero yo veo incluso tus sombras, Lumi.
Y aun así… te sostengo.
Lumi cerró los ojos, dejando escapar un suspiro que llevaba entendimiento y miedo.
Una parte de él sabía que eso no estaba bien.
Otra parte… quería quedarse en esa calidez.
—¿Por qué yo? —preguntó al fin, apenas audible.
Elián se acercó más, su presencia envolvente como un abrazo hecho de luz.
—Porque nací de tu dolor… pero vivo por tu deseo de ser visto —respondió—. Y no voy a dejarte caer.
Sus dedos, sin tocarlo, se alinearon con la mejilla de Lumi, y él sintió un calor suave, como si el aire mismo lo acariciara.
—Déjame ser tus alas doradas.
Déjame ser quien te cuide cuando el mundo no pueda.
Lumi abrió los ojos. Y por un instante breve, muy breve… creyó en él.
Creyó en Elián.
Los días comenzaron a estirarse como hilos tensos para Auric.
Cada amanecer lo encontraba despierto antes de que la luz tocara las hojas del Jardín, y cada atardecer lo sorprendía mirando a lo lejos… buscándolos.
Lumi y Elián.
Siempre juntos.
Auric los veía salir por los senderos luminosos, caminando tan cerca que sus sombras parecían mezclarse. Veía a Elián inclinarse para decir algo en el oído de Lumi, y cómo Lumi reía con esa risa suave que antes solo pertenecía a él.
Veía la forma en que Elián tomaba las mejillas de Lumi con una delicadeza casi teatral, provocándole ese rubor cálido que Auric había visto nacer solo en momentos íntimos.
Cada gesto era una aguja.
Cada risa, un latido fuera de ritmo.
Cada roce… una punzada que volvía a aparecer en su pecho.
Auric no sabía si era miedo o celos.
Tal vez ambas cosas.
Tal vez algo más.
En las noches, cuando el Jardín callaba y solo quedaban las luces flotantes como luciérnagas de memoria, Auric se sentaba en los escalones de su hogar, mirando el horizonte donde los hilos de realidad brillaban.
A veces escuchaba ecos de voces… la de Lumi, suave, y la de Elián, envolvente.
Demasiado cerca.
Demasiado íntimas.
Auric apretaba sus manos, incapaz de dormir, sintiendo ese vacío que dejaba la ausencia de Lumi a su lado.
—¿Cuándo…? —se murmuraba—. ¿Cuándo dejé de ser suficiente?
Pero no encontraba respuesta.
Solo el silencio del Jardín… y el recuerdo de la luz neón que un día había brotado de su pecho cuando besó a Lumi.
Auric los observaba desde lejos, sin atreverse a acercarse.
No quería interponerse.
No quería parecer desesperado.
Y, sin embargo…
cada vez que veía las alas doradas envolver a Lumi, su corazón se cerraba un poco más.
No sabía cómo recuperarlo.
No sabía cómo volver a él.
O peor aún…
no sabía si Lumi aún quería que volviera.
En las noches más pesadas, Auric se llevaba una mano al pecho, sintiendo el lugar donde el neón antes vibraba fuerte.
Ahora estaba apagado, tembloroso… como si algo dentro de él se hubiera desconectado.
—Lumi… —susurraba al vacío, sin que nadie lo oyera—. ¿Cómo vuelvo a ti?
La tarde caía como un velo dorado sobre el Jardín cuando Auric finalmente reunió el valor.
Había visto a Lumi solo, sentado sobre la orilla de un puente de luz, las piernas colgando sobre un río transparente donde flotaban pequeñas notas grises que parecían seguirlo a todas partes.
Era el momento.
Tenía que hablar.
Tenía que intentar recuperarlo.
Auric respiró hondo y avanzó, sintiendo cómo la luz bajo sus pasos titilaba nerviosa.
—Lumi… —llamó con suavidad, casi con miedo.
Lumi levantó la mirada. Su expresión no era fría… pero tampoco era aquella que antes se iluminaba al verlo.
Era… distante. Cansada.
—Auric… —dijo, apenas murmurando su nombre.
Auric sonrió con una fragilidad que incluso él pudo sentir.
—Necesito hablar contigo. Solo tú y yo. Lo que pasó, lo que dije… no supe manejarlo. Y sé que he estado lejos y que…
Sus palabras se atoraron cuando vio la sombra dorada reflejada en el agua del río.
Antes de que pudiera reaccionar, Elián descendió desde un árbol de luz, plegando sus alas con elegante lentitud. Su figura parecía casual, pero la energía que emanaba transmitía lo contrario: él también había estado esperando.
—Auric —saludó Elián con una sonrisa casi amable—. Qué inesperado verte aquí.
Auric apretó los puños con discreción.
—Quiero hablar con Lumi —repitió—. A solas.
Elián ladeó la cabeza, como un depredador que simula curiosidad antes de atacar.
—¿A solas? —repite con suavidad—. Qué palabra tan… peligrosa. Lumi ha tenido suficientes conversaciones que lo han herido. No creo que una más le beneficie.
Auric dio un paso hacia Lumi, ignorándolo.
—No quiero lastimarlo. Quiero entenderlo.
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Editado: 18.11.2025