Auric: Alas Oscuras, Corazón De Neón

Entre alas doradas y cicatrices de luz

••••••••••• Capítulo 29 ••••••••••••

El Claro de las Resonancias siempre había sido un lugar sagrado.
El suelo estaba cubierto de una hierba luminosa que respondía al tacto del viento, y sobre sus cabezas el cielo parecía una herida abierta en tonos rosados y violetas, respirando como si fuera un ser vivo. Allí todo lo dicho dejaba un eco, una vibración suspendida que nunca terminaba de morir.

Auric fue el primero en llegar.

Se quedó de pie en silencio, las manos entrelazadas detrás de la espalda. El brillo que solía envolverlo —cálido, firme— ahora era más tenue, difuminándose en los bordes como una luz que lucha por no apagarse. No parecía enojado. Ni triste. Solo… cansado.

Lumi llegó después, con pasos dudosos, sintiendo el corazón desacompasado como si cada latido fuera una pregunta sin respuesta.

—Auric… —susurró.

Auric levantó una mano suave, deteniéndolo antes de que dijera algo más.

—No empieces pidiendo perdón —dijo con esa calma inquietante—. No deberías cargar con todo.

Lumi se estremeció. Esa serenidad fría le dolía más que cualquier grito.

Fue entonces cuando las alas doradas de Elían entraron en escena.
El ángel descendió con un brillo majestuoso, aunque su presencia no intimidaba: irradiaba una tranquilidad peligrosa, como el brillo de una promesa hecha a medias.

—Déjalo hablar —pidió Elían, colocándose detrás de Lumi, apenas un paso, pero suficiente para mostrar de qué lado estaba.

Auric lo observó sin rencor. Sin desafío.
Solo con el reconocimiento amargo de quien entiende que está viendo su propio reemplazo.

—No vine a pelear —dijo Auric suavemente—. Solo… quiero entender.

El viento pareció contener la respiración.

Lumi dio un paso adelante, temblando.

—Yo sigo amándote, Auric. —La voz se le quebró—. Eso no ha cambiado. Eres parte de mí… de lo que soy ahora. Pero yo…

El silencio era tan denso que parecía tener peso.

—También me estoy enamorando de Elían —confesó al fin.
La verdad cayó como un hilo que se corta, tenso y violento.

El brillo de Elían titiló, cargado de emoción.
Auric permaneció inmóvil, pero algo en su luz se apagó un poco más.

El hilo que lo conectaba a Lumi vibró entre ellos, intermitente.
Herido.
No roto, pero debilitado.

Cuando habló, la voz de Auric parecía un susurro suspendido entre resignación y alivio.

—Lumi… también yo he sentido el cambio.
Cada vez que te alejabas, cada vez que tu luz se volvía hacia otro lugar…
mi pecho lo sabía, incluso antes de que yo lo aceptara.

Lumi tragó saliva, con los ojos húmedos.

—Yo… no quería…

Auric negó despacio.

—No es culpa tuya.
Los hilos no son cadenas.
Y no puedo obligarte a quedarte donde tu corazón ya no descansa.

Elían dio un paso adelante, sin invadir, pero firme en su lugar.

—No estoy aquí para ocupar el lugar de nadie —dijo con honestidad—.
Pero tampoco puedo ignorar lo que siento por él… ni lo que él siente por mí.

Auric lo observó por primera vez con verdadera atención.
No vio un rival, ni una sombra, sino un destino que se estaba escribiendo sin su mano.

Lumi llevó ambas manos al rostro, sollozando sin poder contenerse.

Auric se acercó.
No lo tocó.
Pero su voz fue un abrazo tenue.

—No tienes que elegir hoy —susurró—.
Ni mañana.
Ni nunca, si no quieres.

Lumi bajó las manos. Sus ojos rojos buscaban desesperadamente los de Auric, como quien teme perder la última parte de un sueño.

—Yo encontraré mi camino —continuó Auric, con una sonrisa herida—.
Aunque no sea junto al tuyo.
Tú… debes escuchar tu corazón, aunque vibre en dos direcciones.

Elían puso una mano en el hombro de Lumi.
Auric lo vio.
Y esta vez, no apartó la mirada.
No dolió tanto como esperaba.
La distancia ya había comenzado a formarse desde mucho antes.

Auric respiró hondo, mirando al chico que había amado con todo su ser.

—Seguimos conectados —dijo, apenas audible—.
Pero los puentes a veces dejan de usarse para que uno pueda cruzar otros nuevos.

Dio un paso atrás.
Luego otro.

El brillo de su cuerpo se volvió más difuso, como si empezara a absorberse entre las luces del claro.

Lumi extendió una mano hacia él, pero Elían lo sostuvo, temblando.

Auric se dio la vuelta.
Y mientras se alejaba, los ecos del Claro parecían repetir su último pensamiento, uno que ninguno de los otros dos alcanzó a escuchar:

“Amarte también significa dejarte ir.”

La noche había caído, pero el cielo seguía temblando por lo ocurrido en el Claro.
Lumi y Elían caminaron en silencio hacia el Santuario del Piano Blanco.
El aire era frío, cargado de una tensión que casi se podía tocar.

Lumi se sentó en el borde del escalón de mármol.
Sus dedos se retorcían, inquietos, como si todavía sostuvieran un hilo que ya no existía.
Elían permaneció de pie, sus alas plegadas pero temblando suavemente, reflejando emociones que no se atrevía a decir aún.

Finalmente, fue Lumi quien habló.

—No debí besarte —susurró, sin mirarlo—. No debí arrastrarte a esto.

Elían cerró los ojos un instante.
Su respiración se volvió un hilo fino.

—Lumi… mírame.

Lumi no lo hizo.

—Lumi.

La voz de Elían no era una orden.
Era una súplica disfrazada.

Lumi levantó el rostro, con los ojos rojos.

Elían se arrodilló frente a él, demasiado cerca, tan cerca que la luz dorada de sus alas bañó el mármol bajo sus pies.

—No me arrepiento del beso —dijo Elían—.
Me arrepiento de haberte confundido. De haber aparecido cuando tu alma ya estaba rota.

Lumi tragó saliva.

—Yo estaba… tan vacío —murmuró—. Me aferré a ti porque sentí tu calidez. Me aferré porque pensé que… necesitaba olvidar. Pero no sé si lo que siento por ti es real, Elían… o si solo eres el lugar donde mi corazón cayó cuando dejó de sostener Auric.




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