••••••••••• Capítulo 30 ••••••••••••
Auric había vuelto a caminar los senderos del Jardín al amanecer, como lo hacía antes, cuando Lumi solía esperarlo bajo el árbol de hilos rosados.
Ya no lo esperaba nadie.
Pero aun así, caminaba.
No buscaba a Lumi.
O tal vez sí.
Pero no quería admitirlo.
Las luces matutinas tejían un resplandor suave sobre los caminos cuando escuchó una risa.
Una risa conocida.
Una risa que antes le perteneció.
El pecho se le tensó.
Siguió el sonido sin pensarlo, movido por un impulso que le quemaba los pies.
Y entonces los vio.
Lumi estaba sentado en la hierba, recargado contra Elián, quien lo rodeaba con una de sus alas doradas.
La luz del sol jugaba en el cabello rosa de Lumi, dándole un tono aún más tierno, más cálido.
Elián lo miraba como si el mundo hubiese sido creado solo para él.
Auric se detuvo en seco.
Su respiración se cortó cuando el ángel alzó una mano y apartó un mechón rebelde del cabello de Lumi, dejándolo caer entre sus dedos con un cuidado casi reverencial.
Lumi sonrió.
Una sonrisa tímida, ruborizada.
La misma sonrisa que Auric había memorizado durante tantas noches.
La que había sentido contra su cuello, en sus manos, en su corazón.
Y antes de que pudiera procesarlo, Elián inclinó la cabeza y le dejó un beso suave en la mejilla.
Lumi rió bajo.
Un rubor delicado le coloreó la piel.
Auric sintió cómo una punzada le desgarraba el pecho.
Era física.
Real.
Como si algo dentro de él hubiera crujido.
Quiso hablar.
Llamar a Lumi.
Decir algo, cualquier cosa.
Pero las palabras se le quedaron atoradas, y solo pudo observar.
Elián tomó el rostro de Lumi entre sus manos y lo acercó un poco, apenas unos centímetros, los suficientes para que Lumi cerrara los ojos por reflejo, como alguien que ya conocía esa cercanía, que no temía esa calidez.
Auric tragó saliva.
Sintió un vértigo extraño.
Era la misma expresión que Lumi había tenido con él tantas veces.
La misma forma en que se sonrojaba cuando Auric acariciaba su rostro.
La misma respiración temblorosa.
El mismo brillo en los ojos.
El mismo… todo.
Excepto que no era él quien lo provocaba.
Era otro.
Otro que había entrado en los espacios donde antes solo Auric había existido.
El viento movió una rama y los hilos de luz desprendieron un susurro suave.
Elián lo escuchó.
Se giró.
Vio a Auric de pie, rígido, con la mirada herida que intentaba disimular.
Sus ojos dorados se estrecharon apenas, como si entendiera todo en un solo segundo.
Lumi abrió los ojos al notar el movimiento.
Cuando vio a Auric, su rostro cambió.
Confusión.
Culpa.
Dolor.
Y algo más difícil de descifrar… algo parecido al miedo de perder a los dos.
Elián, en cambio, mantuvo su mano en la mejilla de Lumi, sin retirarla.
Un gesto claro.
Un mensaje silencioso.
Auric sintió otro golpe en el pecho.
Y, aun así, avanzó un paso.
—Lumi… —su voz se quebró, apenas audible— ¿Eso… es lo que quieres?
Lumi no respondió.
No pudo.
El silencio entre los tres se volvió tan denso que casi parecía un cuarto personaje, presenciando la fractura.
El silencio que cayó sobre los tres fue tan espeso que incluso el Jardín pareció contener el aliento.
Lumi seguía sentado, con el rubor aún en las mejillas, atrapado entre la calidez de Elián y el dolor desnudo en los ojos de Auric.
Su corazón latía tan fuerte que podía oírlo en sus oídos.
Elián fue el primero en moverse.
Enrolló lentamente su ala dorada alrededor de Lumi, no para ocultarlo, sino para marcar territorio.
Un gesto suave… pero claro.
Auric sintió la provocación como un latido seco en el pecho.
—Suelta tu ala —dijo, controlando la voz con un esfuerzo que le tensaba los hombros—. No eres tú quien debe protegerlo.
Elián lo miró con una serenidad peligrosa.
—Lo protejo porque él me lo permite —respondió—. Porque está cansado de sostenerse solo.
Lumi apretó los labios, sin saber a quién mirar.
Auric dio un paso más, la luz verde de su pecho vibrando irregularmente.
—¿Es eso cierto, Lumi? —preguntó con la voz rota—. ¿Me dejaste… por cansancio?
Lumi levantó la vista.
Sus ojos temblaban.
—No te dejé —susurró—. Solo… me quebré. Y no supe cómo decirte nada.
El rostro de Auric se contrajo como si esas palabras fueran un golpe físico.
—Siempre estuve ahí —insistió, con un dolor antiguo saliendo a flote—. Incluso cuando no sabía qué te estaba lastimando. Pero tú… tú elegiste cerrarme la puerta.
Elián intervino, su tono suave pero afilado.
—Porque contigo no podía respirar.
Auric giró hacia él con una furia silenciosa.
—Tú no sabes nada de lo que vivimos.
—Sé lo que él sintió después —respondió Elián, inclinándose apenas hacia Lumi—. Y sé que ahora… no tiembla cuando estoy cerca.
Lumi bajó la mirada al suelo.
Auric lo escuchó respirar hondo, como si intentara no romperse allí mismo.
—Lumi… —dijo Auric, con la voz hecha ceniza—. Dime la verdad.
Dímela tú. No él.
Lumi levantó la cabeza con ojos brillantes y húmedos.
—Auric… no te dejé de querer —confesó—. No sé cómo hacerlo. No sé si puedo.
Pero… —su mirada se desvió hacia Elián— él llegó cuando yo ya no podía sostenerme más.
Elián posó una mano en su hombro, lento, reconfortante.
Y Lumi no se apartó.
Auric sintió que algo dentro de él se fracturaba por completo.
—Entonces… —respiró hondo, temblando—.
¿Lo amas?
El silencio volvió a caer como un filo.
Lumi abrió la boca… pero no encontró respuesta.
Porque una parte de él aún lo amaba a él.
Y otra parte… empezaba a florecer hacia Elián.
—Yo… no lo sé —respondió finalmente, con dolor sincero—. No sé a quién pertenece mi corazón ahora.
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Editado: 18.11.2025