Auric: Alas Oscuras, Corazón De Neón

Paraíso perdido

••••••••••• Capítulo 31 ••••••••••••

Los días que siguieron fueron tranquilos, casi demasiado.
El Jardín parecía haber guardado silencio alrededor de ellos, como si respetara la fragilidad del alma de Lumi… o como si temiera la intensidad que empezaba a nacer entre él y Elián.

Elián se encargó de todo.

Cada mañana despertaba antes que Lumi y dejaba en la pequeña terraza un cuenco de esferas de luz dulce, pequeñas melodías que podían comerse como fruta. Cuando Lumi abría los ojos, encontraba el desayuno brillando suave, pulsando en sincronía con su respiración.

—¿Hiciste esto tú? —preguntaba Lumi, maravillado.

Elián sonreía, con esa sonrisa que parecía diseñada para calmar incluso a los ecos más turbulentos.

—Solo quiero que empieces el día sintiendo que alguien piensa en ti.

Lumi apartaba la mirada, rojizo, sin entender por qué esas palabras hacían vibrar su pecho.

Elián descubrió qué flores hacían brillar el cabello rosado de Lumi con tonos iridiscentes.
Le trenzaba pétalos dorados que se deshacían en una brisa cálida, dejando un aroma suave a vainilla y néctar.

Le enseñó a tocar nuevas melodías en el piano blanco: notas tempranas, vibrantes, que curaban un poco del vacío que aún no sabía que tenía.

Y cada vez que Lumi cerraba los ojos, había una mano sosteniendo la suya.
Una presencia cálida a su lado.
Una voz que le decía:

—No tienes que esforzarte para ser amado. Con estar, basta.

Lumi empezó a esperar esas cosas sin decirlo.
A notar cuando Elián no estaba cerca.
A sonreír cuando escuchaba sus alas acercarse, incluso antes de verlo.

Una tarde, mientras caminaban entre un campo de rosas lumínicas —las que crecían donde el Jardín quería reparar un corazón— Lumi se detuvo sin razón. Las sombras del atardecer se reflejaban en sus ojos color aurora.

—Elián… —susurró, como si el nombre fuera un descubrimiento.

—¿Sí? —respondió el ángel, acercándose.

Lumi respiró hondo.
Ese aire olía a pétalos dorados y a algo que no sabía nombrar.

—No sé por qué… pero contigo es más fácil respirar.
Y siento… siento como si estuviera empezando a recordar algo que nunca viví.

Elián se detuvo.
No lo tocó de inmediato.
No quiso romper la pureza del momento.

—No tienes que recordar nada, Lumi —dijo con voz baja—. Lo que estás sintiendo ahora… es tuyo. Nace de ti. No es eco de nadie.

Lumi levantó la mirada.
El brillo en sus ojos se mezclaba con una emoción tímida, casi infantil.

—Me haces sentir… visto.

Elián dio un paso más, lento, como si se acercara a una constelación frágil.

—Y tú me haces sentir… elegido.

El silencio que siguió no fue incómodo.
Fue un puente.

Lumi bajó la mirada, pero su corazón ya sabía lo que su mente aún no comprendía:

Estaba empezando a quererlo.
A buscarlo.
A necesitarlo.

Y Elián… lo sabía.

Esa tarde, Lumi despertó de una siesta suave envuelto en el aroma de algo diferente. No era néctar, ni flor dorada, ni brisa templada del Jardín.
Era… nostalgia.

Elián estaba de pie cerca de él, con las alas recogidas y una expresión extrañamente seria, como si hubiera tomado una decisión que llevaba siglos postergando.

—Lumi —dijo, extendiendo una mano—. Quiero mostrarte un lugar donde nadie más ha puesto un pie. Un rincón del Jardín que incluso Auric nunca descubrió.

Lumi se incorporó despacio, intrigado.

—¿Un lugar secreto?

Elián sonrió con una dulzura que le hizo arder las mejillas.

—Un lugar al que solo puedo llevar a quien amo de verdad.

El corazón de Lumi dio un salto suave y tibio, como una chispa que por fin encontraba oxígeno.

Elián lo tomó de la mano y lo guió entre senderos de luz tenue, hasta llegar a una grieta brillante escondida entre dos columnas de raíces antiguas.
El aire vibraba con una melodía que Lumi nunca había escuchado.

—Cierra los ojos —pidió Elián.

Lumi obedeció.
Sintió un viento cálido envolverlo… y luego silencio.

Cuando abrió los ojos, el mundo había cambiado.

Era un valle suspendido en el cielo.
El sol nacía en todas direcciones, sin quemar, sin pesar.
La hierba era blanca como los sueños sin dolor, y cada flor tenía un núcleo dorado que seguía a Lumi como pequeñas miradas amorosas.
Un río transparente recorría el lugar, reflejando constelaciones que no pertenecían al mundo conocido.

Y sobre todo…

Un árbol inmenso se alzaba en el centro: de tronco perlado y hojas rosas, brillantes como si estuvieran hechas del primer amanecer.

Lumi llevó una mano a sus labios.

—Es… hermoso.

Elián se acercó por detrás, rozando su hombro apenas.

—Solo nace para quien tiene el corazón roto y aún así decide seguir sintiendo.

Lumi tragó saliva. Ese lugar… era suyo. Era para él.
Y eso lo desbordó por dentro más de lo que podía admitir.

Elián tomó ambas manos de Lumi y lo guio hasta quedar bajo la sombra del árbol. Las hojas danzaban sobre ellos, cayendo en pétalos que se deshacían antes de tocar el suelo.

—Lumi —susurró Elián, con la voz más sincera que le había escuchado jamás—. No tienes que entender todo lo que ha pasado. No tienes que recordar ni decidir aún entre heridas que no sabes de dónde vienen.

Lumi lo miró con los ojos grandes, vulnerables.

—Entonces… ¿qué tengo que hacer?

Elián sonrió, pero esta vez sin seducción, sin estrategia.
Solo verdad.

—Escuchar tu corazón. El de ahora. El que late cuando estoy contigo.

Lumi sintió que algo se movía en su pecho. Calor. Luz. Miedo. Esperanza.

—Elián… —susurró.

El ángel tomó aire, reuniendo valor.

—Quiero preguntarte algo —dijo, acercando su frente a la de Lumi—. Algo que he soñado desde que apareciste en mis manos en aquel piano blanco.

Lumi cerró los ojos, sin darse cuenta de que se inclinaba hacia él.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.