Auric: Alas Oscuras, Corazón De Neón

Tres hilos

••••••••••• Capítulo 32 ••••••••••••

La mañana avanzó lentamente mientras Lumi y Elián caminaban hacia el corazón del Paraíso Perdido. Cada paso parecía despertar al paisaje: los pétalos rosados se abrían al sentir su cercanía, el aire liberaba un perfume dulce, y la luz se deslizaba por la piel de Lumi como si lo reconociera como su dueño.

Pero Lumi no lo sabía.
No sabía que ese mundo nacía de él.

Caminaban tomados de la mano, y el reflejo del lago parecía estremecerse cada vez que sus dedos se entrelazaban.

—¿Lo sientes? —preguntó Elián en voz baja, casi reverente.

—¿Qué cosa? —Lumi ladeó la cabeza, aún fascinado por los destellos dorados que flotaban sobre el agua.

—Este lugar —dijo Elián, acercándose detrás de él, sus alas extendiéndose con un susurro suave—. Cambia contigo. Respira contigo. Te responde.

Lumi sonrió, tímido, como si no mereciera tanta atención.

—No puede ser por mí… es demasiado hermoso.

Elián apoyó su frente en la nuca de Lumi, y el lago exhaló un resplandor dorado en ese mismo instante.

—Todo lo hermoso que ves aquí —susurró Elián— existe porque tú lo haces posible.

Lumi se estremeció.
Las aguas formaron un ligero remolino a sus pies.
Las flores se inclinaron hacia él, como buscando su voz.

Y en esa misma quietud perfecta…
una duda mínima, casi imperceptible, cruzó su pecho.

¿Por qué le dolía un poco el corazón
cuando Elián le hablaba así?
¿Por qué esa sombra tibia dentro de él?

La superficie del lago tembló, volviéndose levemente opaca.

Elián lo notó al instante.

—¿Lumi? —preguntó con una suavidad casi inhumana—. ¿Qué has sentido?

Lumi bajó la mirada, sin saber cómo explicarlo.

—No lo sé… solo… una punzada. Nada importante.

Elián tomó sus mejillas con ambas manos, obligado a mantenerlo centrado en él.

—Este lugar te escucha —dijo—. Y yo también. Nada de lo que sientas será “nada importante”. No aquí.

Sus labios rozaron los de Lumi apenas un segundo…
y el agua volvió a ponerse clara, brillante, pura.

El Paraíso Perdido respondía a su amor.
A sus dudas.
A cada latido.

Y sin saberlo, Lumi se convirtió en el corazón de un mundo que podría romperse o renacer según sus emociones.

Elián lo sabía.
Por eso lo amaba.
Por eso lo quería solo para él.

El sol comenzaba a descender, envolviendo el Paraíso Perdido en una luz dorada que parecía filtrada a través de un sueño. Las hojas brillaban como si llevaran diminutas estrellas atrapadas en sus venas, y el aire era suave, tibio, casi consciente.

Lumi y Elián se sentaron en la orilla del lago, tan cerca que sus rodillas se rozaban. La superficie del agua reflejaba sus rostros, fusionados por un brillo rosado que el cielo no tenía antes de que Lumi llegara allí.

El Paraíso estaba enamorado de él.
O tal vez estaba aprendiendo el amor a través de él.

Elián deslizó su ala dorada alrededor de Lumi, como un abrazo que no necesitaba brazos.

—Lumi… —susurró, inclinado hacia él—. No tienes idea de cómo te veo.

Lumi sonrió, pero era un gesto frágil, casi inseguro.

—Dímelo —pidió, mirando el agua como si temiera mirar a Elián.

Elián tomó sus manos, y el lago se encendió en círculos de luz que se expandían desde sus dedos.

—Te veo como ve la aurora al mundo —dijo él, con una ternura que parecía quebrarlo por dentro—. Como la primera belleza después de una larga oscuridad. Como un milagro que intenta convencerse de que no lo es.

Lumi sintió que su corazón se abría, una herida dulce y cálida al mismo tiempo.

—Nunca nadie… —intentó decir, pero la voz se le quebró.

Elián acercó su frente a la suya.

—Yo nunca te mentiría —susurró—. Estoy aquí para amarte de todas las maneras que no sabías que mereces.

El viento envolvió a Lumi como una caricia.
El agua se iluminó.
Las flores emitieron un leve sonido, como si suspiraran.

El Paraíso entero se inclinó hacia ellos.

—Gracias —murmuró Lumi contra su pecho—. Me haces sentir como si… por fin tuviera un lugar.

—Tú eres mi lugar —respondió Elián, estrechándolo más—. Mi hogar. Mi luz.

El corazón de Lumi latió fuerte.
Tan fuerte que el Paraíso respondió con un estallido de color:

Las flores se abrieron más grandes.
El lago brilló con un dorado líquido.
El cielo se tornó rosado, púrpura, vivo.

Era belleza absoluta.
Era amor manifestado.

Elián sonrió.

—¿Ves? —dijo suavemente—. Este mundo siente lo que tú sientes.

Y Lumi creyó que todo estaba bien.
Que todo podía ser perfecto.
Que ese amor era suficiente para sostener el cielo.

Hasta que lo vio.

La primera anomalía

Un pétalo cayó al agua.
Luego otro.
Luego otro.

Pero no eran rosas.
No eran flores del Paraíso.

Eran pétalos grises.
Apenas nacidos… y ya sin vida.

Lumi se inclinó, confundido.
El lago respondió con un leve estremecimiento, como si un temblor silencioso lo recorriera desde el fondo.

—¿Elián…? —susurró Lumi, tocando el agua—. ¿Qué es esto?

Elián tardó demasiado en responder.
Un segundo de silencio.
Un segundo en el que su ala tembló.

—No es nada —dijo finalmente, demasiado rápido, demasiado suave.

Pero el Paraíso no mentía.
Y en ese instante, justo detrás del reflejo de ambos, Lumi vio una mancha oscura crecer en la profundidad del lago, extendiéndose como una herida nueva.

Una anomalía.

Algo que no debía existir allí.
Algo que había nacido de una sola cosa:

Un pensamiento.
Una duda.
Una emoción que Lumi aún no había querido nombrar.

El nombre que no podía dejar de resonar en lo más hondo de su pecho.

Auric.

La noche cayó sobre el Paraíso Perdido con una suavidad engañosa.
Las estrellas parecían latir al ritmo del corazón de Lumi, brillando más cada vez que exhalaba.




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