••••••••••• Capítulo 35 •••••••••••
Esa mañana Lumi se despide de Auric.
Lumi llegó al hogar de Elián con pasos lentos, aún con un rubor suave en las mejillas que no había logrado desaparecer desde la noche anterior.
Respiró hondo antes de tocar.
Knock… knock.
La puerta se abrió casi al instante.
Elián apareció con el cabello ligeramente despeinado, los ojos brillando como un amanecer dorado. Sus alas también, aunque esta vez su luz era más tenue, casi… contenida.
—Lumi… —susurró, sorprendido, pero con un brillo cálido en la voz— pensé que vendrías más tarde.
Lumi bajó la mirada, tímido.
—Quería verte… pronto.
Elián no dijo nada más.
Sonrió con suavidad y abrió la puerta por completo.
—Pasa. Preparé desayuno… por si llegabas con hambre.
Dentro había una mesa sencilla: frutas cristalinas, pan de luz suave, néctar cálido. No era gran cosa, pero se notaba el esfuerzo.
Era hermoso en su simpleza.
Lumi se sentó, aún con la timidez pegada a la piel.
Elián sirvió té y tomó asiento frente a él, observándolo en silencio por un segundo demasiado largo.
—Te ves… diferente —dijo por fin, sin juicio, sin reclamo—. Más brillante.
El sonrojo de Lumi volvió a arder.
—Solo… dormí bien —mintió.
Elián sonrió de lado.
—Me alegra.
No insistió.
No preguntó.
No mencionó a Auric.
Eso, más que cualquier palabra, desarmó a Lumi.
Mientras desayunaban, Elián comentó algo sobre las flores del Jardín, una historia tonta de cómo una vez una de ellas le había mordido el dedo. Lumi rió, relajándose poco a poco, hasta que un tema que nunca había tocado salió sin querer.
—Cuando era niño… —dijo Lumi, sin mirar a Elián— yo también solía jugar con flores. Pero… no aquí. Y… no eran amables conmigo.
Elián levantó la vista despacio.
La voz de Lumi temblaba apenas.
—¿Lo… quieres contar? —preguntó el ángel, con ese tono suave que nunca presionaba, solo invitaba.
Lumi se quedó en silencio largo rato antes de asentir.
—Mi niñez fue… pequeña —dijo, como si pesara—. Oscura. No tenía a nadie. Los lugares donde vivía… no eran bonitos. Y… aprendí muy rápido a no hacer ruido. A no molestar. A no llorar.
Elián dejó los cubiertos.
Sus alas, como un acto reflejo, se inclinaron hacia Lumi, ofreciendo protección aunque no lo tocara todavía.
—Lumi… —susurró.
Pero Lumi continuó.
—No me gusta recordar. Es como una sombra en mi pecho. Y nunca te lo dije porque pensé que… que me mirarías diferente.
Elián se acercó un poco más, tan lento que Lumi tuvo tiempo de no huir.
—¿Diferente?
—Sí… —Lumi tragó saliva—. Como alguien roto.
Elián exhaló.
Y su voz, por primera vez en mucho tiempo, tembló.
—Lumi… todos estamos rotos de alguna forma.
Y entonces, con una honestidad desnuda que arrancaba el aire, añadió:
—Yo fui abandonado por mis padres.
Lumi alzó la mirada.
Elián rara vez hablaba de sí mismo.
Menos aún de su pasado.
—Me dejaron en el borde del Jardín cuando no era más que un niño. Nadie me explicó por qué. Nadie regresó jamás. Mis alas crecieron sin ellos… mis miedos también.
Sus ojos dorados se humedecieron, aunque la lágrima nunca cayó.
—Por eso siempre quise protegerte. A ti… que sabes lo que es crecer sin un lugar seguro.
Lumi apretó los labios.
Sin pensarlo, estiró su mano y la colocó sobre la de Elián.
—No estás solo —susurró Lumi—. Yo tampoco… quiero que lo estés.
El ángel cerró los ojos un momento, absorbiendo ese pequeño gesto como si fuera un milagro.
Y cuando volvió a abrirlos, su luz había cambiado.
Más cálida.
Más vulnerable.
Más real.
—Gracias, Lumi —dijo, entrecortado—. No tienes idea de lo que eso significa para mí.
El espacio se volvió íntimo.
No por deseo, sino por verdad.
Y por primera vez desde que lo conocían, Elián no intentó ser perfecto.
Ni fuerte.
Ni el ángel protector.
Solo fue Elián.
Un chico con alas doradas… y un corazón que temía ser olvidado.
Lumi lo miró con una dulzura que jamás antes le había mostrado así.
Y entre pequeños sorbos de té, risas suaves y confesiones que dolían pero curaban, ambos construyeron un puente nuevo entre ellos.
No el de pasión.
No el de rivalidad.
Sino uno mucho más profundo:
El de dos almas que, al fin, se atrevían a decir:
“también tengo cicatrices.”
Elián mantuvo la mirada en Lumi mientras recogía los platos del desayuno. Había algo distinto en él —una luz suave, un rubor que aparecía y desaparecía como si no supiera dónde esconderse.
No preguntó nada. Solo sonrió con esa paciencia cálida que lo caracterizaba.
—Entonces… —dijo Elián, secándose las manos en una toalla— ¿prefieres que salgamos a caminar un rato, o…?
Se inclinó un poco hacia Lumi, ladeando la cabeza— ¿o quieres quedarte aquí conmigo? Podemos hacer lo que quieras. Tengo chistes malos, un sillón cómodo, y un piano que necesita desesperadamente ser tocado.
Lumi, aún con los hombros tensos por la mañana vivida con Auric, desvió la mirada.
—¿Piano? No sabía que tocabas.
—No sabía que confiarías en mí lo suficiente para contarme algo de tu infancia —respondió Elián, acercándose sin invadir—. Hoy parece un buen día para cosas nuevas.
Ese comentario dejó a Lumi sin palabras. Se mordió el labio, sintiendo un vuelco suave en el pecho.
—Está bien… —susurró—. Me quedo. Aquí. Contigo.
Elián no ocultó la alegría que le iluminó el rostro.
La casa de Elián siempre tenía ese aroma a madera cálida y hojas secas. Lumi lo siguió hasta la sala donde el piano descansaba cubierto por una tela azul.
Elián la retiró con cuidado, como si descubriera un tesoro.
—Prometo no destruir tus oídos —dijo, riendo suavemente.
#1689 en Fantasía
#199 en Ciencia ficción
fantasia amor magia mundos paralelos, amor romance misterio suspenso, fantasía ciencia ficcion suspenso
Editado: 18.11.2025