Auric: Alas Oscuras, Corazón De Neón

Explosión de emociones

••••••••••• Capítulo 37 •••••••••••

La luz de la madrugada se filtraba por las cortinas del refugio, un brillo cálido, casi dorado, que anunciaba el inicio de un día extraño y hermoso.

Lumi despertó primero… o al menos eso pensó.

Sentía dos brazos alrededor de su cuerpo:

Uno más cálido, firme, que lo rodeaba por la cintura: Elián.
Otro más sereno, silencioso, que reposaba sobre su pecho: Auric.

Los dos respiraban cerca.
Los dos dormían apoyados contra él como si no hubieran querido separarse en ningún momento.

Lumi parpadeó… su cabello estaba tan alborotado que una mechita rosada le cayó sobre la nariz, haciéndole cosquillas. Intentó acomodarlo sin mucho éxito.

Y entonces escuchó una voz ronca y adormilada detrás de él:

—Te ves… destruido, Lumi. —Elián rió entre dientes, sin abrir del todo los ojos—. Creo que anoche fuiste demasiado para nosotros.

Lumi se quedó rojo instantáneamente.

—¡E-Elián…! Yo no… ¡eso no…!

Antes de que pudiera terminar, Auric abrió los ojos y se incorporó apenas, mirándolo desde arriba con ese gesto tranquilo que lo caracterizaba.

Y entonces, muy seriamente, dijo:

—Tu cabello está tan desordenado que parece que luchaste contra una tormenta.
Puedo confirmarlo: perdimos contra ti anoche.

Elián soltó una carcajada suave contra el cuello de Lumi, lo que sólo empeoró su vergüenza.

Lumi se tapó la cara con ambas manos.

—No… no digan esas cosas… ¡no puedo con esto!

Pero Auric continuó, impasible:

—Y esas marcas… Lumi, ¿quieres que las ocultemos o las dejamos?
Son… llamativas.

Elián añadió, divertido:

—Podríamos decir que son trofeos de guerra.
Aunque la verdad es que tú también dejaste los tuyos.

Lumi estaba ya completamente encendido, desde las orejas hasta el pecho.

—¡BA-BASTA! —dijo, con un chillido suave de vergüenza—. No quiero escuchar nada de eso…

Los dos lo apretaron un poco más entre ellos, como para calmarlo.

Elián apoyó la frente en su hombro.

—Tranquilo… te ves adorable así.

Auric, desde el otro lado, completó:

—Mucho más de lo que imaginas.

Lumi sintió que el corazón se le derretía…
y que la vergüenza empezaba a ser reemplazada por una calidez nueva, dulce, casi mareante.

Eran dos fuerzas distintas…
pero ambas lo amaban.
Ambas lo protegían.
Ambas lo miraban como si él fuera el amanecer mismo.

Y por primera vez, despertar entre ellos no le dio miedo.

Le dio hogar.

Lumi intentó incorporarse, apoyando las manos en la cama.
Apenas subió unos centímetros… sus brazos temblaron… y cayó de nuevo entre las sábanas con un pequeño quejido ahogado.

—…No puede ser… —susurró, mirando el techo como si lo hubiera traicionado.

Elián soltó una risa suave, fresca.

—Te dije que no estabas listo para levantarte tan pronto.

Auric, más serio pero con una sonrisa que se le escapaba por la comisura de los labios, añadió:

—Lumi… apenas puedes mover las piernas. ¿Qué pretendías? ¿Caminar una maratón?

Lumi hundió más la cara en la almohada, completamente rojo.

—N-no es mi culpa… ustedes… anoche… hicieron…

Elián arqueó una ceja, divertido.

—¿Nos estás echando la culpa?
Yo recuerdo que tú fuiste quien nos agarró del cuello para que no nos alejáramos.

Auric asintió muy lentamente.

—Confirmo. Yo incluso traté de preguntar si querías descansar… y tú dijiste “no te atrevas”.

Lumi lanzó un gemido de pura vergüenza y se cubrió con la manta hasta la cabeza.

—¡YA NO DIGAN NADA!
¡DE VERDAD! ¡¡NO PUEDO ESCUCHAR ESO!!

Los dos rieron… esa risa suave que sólo los dos sabían compartir.

Auric se inclinó y le bajó un poco la manta para poder ver sus ojos.

—Lumi, no te preocupes. Sólo estamos bromeando.

Elián añadió, tocándole suavemente el cabello totalmente alborotado:

—Además… te ves tan lindo cuando te avergüenzas que vale la pena.

Lumi se hundió más en la almohada.
Sabía que así no iba a salir de ahí nunca.

Entonces Auric dijo:

—Muy bien. Si no puedes levantarte…

Elián terminó la frase con una sonrisita peligrosa:

—…te llevaremos nosotros.

Antes de que Lumi pudiera protestar, ambos lo tomaron con extremo cuidado:

Auric lo sostuvo por la espalda, Elián por las piernas.
Y entre los dos, como si fuera lo más natural del mundo, lo levantaron de la cama.

—¡Oigan! ¡Puedo caminar! —mintió Lumi, agarrándose del pecho de Auric para no caerse.

—No, no puedes —respondió Auric con calma.

—Definitivamente no —agregó Elián.

Entre risas suaves, lo bajaron con delicadeza sobre un sofá acolchado, envuelto en una manta cálida.

Auric le puso un cojín bajo la cabeza.
Elián lo acomodó para que no se enfriara.

—Quédese aquí nuestro pequeño desastre adorable —dijo Elián.

—En unos minutos regresamos —señaló Auric—. Te prepararemos un desayuno para que recuperes fuerzas.

Lumi abrió apenas un ojo.

—¿D-desayuno… juntos?

Elián le guiñó un ojo.

—Lo menos que podemos hacer después de… todo lo de anoche.

Auric sonrió.

—Y porque te amamos, Lumi. Eso también cuenta.

Lumi sintió que algo cálido, dulce, profundo estalló en su pecho.

No podía moverse.
Pero no necesitaba hacerlo.

Estaba cuidado.
Estaba querido.
Estaba amado.

Y mientras ellos entraban a la cocina, discutiendo quién sabía hacer mejor el jugo o el pan, Lumi cerró los ojos y dejó que la sensación lo envolviera por completo.

Desde el sofá, envuelto en la manta, Lumi escuchaba ruidos en la cocina: platos chocando, risas contenidas, y ocasionales suspiros frustrados cuando algo no salía bien.

—Elián, no puedes servir el jugo antes de exprimirlo —dijo Auric, intentando sonar paciente.

—Claro que puedo… sólo que no queda jugo —respondió Elián muy serio.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.