Aurora

N O G A L

En la escuela las cosas eran un poco distintas. Aurora solía ser distante y dispersa, todo el tiempo sentía el palpitar de los árboles y se movía a su ritmo cuando el viento soplaba, estiraba sus brazos en dirección a las hojas y abría las manos lo suficiente para que los rayos del sol atravesaran sus dedos. Era la manera en la que se mantenía conectada con su mundo, como se sentía segura.

Su comportamiento era tema de conversación entre los alumnos e incluso los maestros. Era el objetivo directo de las burlas y acoso, lo cual la orillaba a quedarse en su propio mundo, en su propio árbol.

En una zona no tan alejada del pueblo cuyo nombre aún no tengo permiso para escribir, se encontraba un pequeño espacio abierto, un círculo casi perfecto que no estaba tapizado de árboles gigantes. Pero justo en el centro de este, se hallaba un nogal enorme; tan imponente que lograba sobresalir de los pinos y las diferentes especies que se encontraban alrededor. Aurora lo descubrió cuando tenía ocho años, cuando su madre la llevó a caminar. Al ver tal paisaje, Aurora quedó completamente enamorada y lo adoptó como parte de ella misma, como una extremidad más. Los títulos de todos los libros que allí leyó se quedaron impresos en las raíces, en cada hoja y en cada rama. Refugio, refugio secreto. Cómplice de lo que susurran los árboles.

Aurora solía pasar horas descansando sobre una enorme rama en lo alto del nogal, escribiendo, hablando con las polillas y leyendo su libro favorito: Una Habitación Propia, una y otra vez hasta que la noche estaba a punto de caer o la lluvia decía que era momento de volver a casa.

Esa rutina fue la misma hasta el veintiséis de marzo.

Aurora caminó hasta llegar a casa.

Bomberos. Policía. Bullicio.

Su madre muerta. Intoxicación por inhalar gas mientras dormía.

La lluvia era demasiado fuerte.

Corrió lo más rápido que pudo. Escaló hasta aquella rama y le contó su pesar al bosque entero. Sus lágrimas el nogal bebió. Sus ojos llovieron más fuerte que las nubes.

Se preguntaba a dónde habría ido su madre, si de verdad iría al cielo. Se sentía como estar hundida bajo el agua, sabía que su madre no volvería. Amalia no volvería. Una pregunta atravesó su cabeza por horas, qué se suponía que haría sola a los dieciséis años.

Aurora recordó aquella noche durante años, tres, para ser exactos; sentada desde la casa de su abuela materna en la Ciudad de México. Fue la única persona que buscó a Aurora después de la muerte de su madre. Fue entonces cuando se adentró en el mundo de la religión, no porque en ella existiera fe, pero nació un interés por la pintura y el arte gótico. El haber entrado en contacto por primera vez con una ciudad grande también influyó mucho. Aurora saludaba a los árboles morados que brotaban de las calles caóticas, pero estos se habían quedado sordos, eso creía ella, pues estos no le respondían nunca.



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En el texto hay: tristeza, tragica, dolor desamor

Editado: 30.07.2025

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