La iglesia se convirtió en su nuevo hogar, como voluntaria ayudando a niños con su educación y adoctrinamiento. El tiempo pasaba afuera, pero no en ella, como si se hubiera quedado congelada en un espacio del tiempo.
La pintura comenzó a ganar terreno cuando Aurora trató de recordar cómo era aquel pueblo de nombre misterioso. Y en un lienzo enorme decidió pintar solo unas cuantas ramas de aquel nogal, que la esperaba eternamente, que aún guardaba su niñez y que, como a su abuela la protegía Dios, a ella el nogal. Aurora le había otorgado la fé necesaria para convertirlo en algo que puede dar lo que es llamado "milagro".
Recuerda cómo se siente estar viva- escribió en una esquina de la pintura.
Aurora prefería ver todo a su manera, sin necesidad de hablar con otras personas. Tenía miedo a ser rechazada.
No le gustaba el ruido de la ciudad. No podía escuchar lo que decían las libélulas al volar entre las ramas. Las mariposas llegaban a morir a una esquina de su habitación, buscando un lugar suave en dónde caer y no volver.
Su habitación tenía un aspecto lúgubre, no tenía mucho acceso a la luz del sol. Era una casa grande.
Su adinerada abuela, ex integrante de la secretaría de cultura de México, había trabajado durante cuarenta años y ahora se dedicaba a la iglesia, que la recibía siempre con los brazos abiertos junto a Aurora después de cada generosa donación.