La lluvia caía sin parar, furiosa. El tiempo había pasado pero no para Aurora, quien se quedaba congelada en cada evento que cambiaba la dirección.
Apenas si podía reconocerse como un habitante de este planeta. Conoció México con el dinero que le dejó su abuela, recorrió calles, lugares importantes que no hacían nada más que dejarle ese sentimiento de ser pequeña e insignificante.
Volvió al pueblo de las luciérnagas y los nogales, está vez para vivir allí. En aquella vieja casa en donde había Sido criada.
Era esta lluvia que parecía tener como objetivo borrar todo aquello que estuviera mal, y Aurora caminaba por una de las calles de su pueblo, pensando qué haría con su vida, aquella que le era arrebatada constantemente. El baile de sus manos comenzó a hacerse presente, sus pies se movían como si en una dulce melodía caminara. Bailaba en honor a los malos tiempos, bailaba en honor a todo lo que la ponía de rodillas rogando por un cambio radical y la hacía tan miserable.
En un súbito momento, se detuvo, solo para darse cuenta de que estaba completamente sola.
SOLA.sola.SOLA.sola.SOLA.sola.SOLA.sola.SOLA.sola.SOLA.sola.SOLA.sola.