Aurora lunar: La frecuencia de la curiosidad

Ojos que no quisieran ver tanto

Al mediodía siguiente, la cabeza de Nicolás descansaba sobre su almohada. El resto de su cuerpo estaba cubierto por un desastre de sábanas y ropa sucia. No hacía más de cuatro horas que él había vuelto del club, el sol se ocultaba detrás de las persianas bajas y el ruido de los demás habitantes de aquella casa estaba amortiguado, en parte, por la puerta cerrada.

Roncaba por la posición antinatural que había adoptado, como si no le bastara el tamaño del colchón para estar cómodo. Como si hubiera dado mil vueltas antes de que el sueño lo venciera.

De pronto, la puerta comenzó a abrirse con mucha lentitud y algunos de los sonidos del día se colaron, sin provocar en el dj más que el deseo de taparse la cabeza con las sábanas. Al pie de la cama, su madre lo observaba, apenada.

—Lo siento, Nico, pero tú mismo pediste que te despertase apenas estuviese lista la lasagna —aclaró la mujer, en un tono de voz muy suave—. Ven a almorzar, luego sigues durmiendo.

Como nada ocurrió con solo decirlo, ella debió mover a su hijo, zamarrearlo un poco para que lograr que éste respondiese con algún gruñido.

—Mmm... sí... —dijo Nicolás, entre sueños—. Ahora voy.

Morena suspiró y volvió a incorporarse junto a la cama de su hijo.

—Nico, puedo guardarte un poco en la heladera.

Estaba por marcharse, cuando el joven entre quejidos que denotaban gran esfuerzo pudo sentarse, con los ojos entreabiertos.

—No, no. Ya estoy arriba, ma. Ahora voy, sirve un plato para mí.

Ciertos platos cocinados por aquella mujer podían ser motivo de competencia entre los habitantes de esa casa. La lasagna era uno de éstos y Morena sabía que su hijo menor no se perdería aquel almuerzo, por más estilo de vida nocturno que tuviera.

—Te esperamos, hijo —se limitó a responder, con una sonrisa, antes de salir al pasillo.

***

Ya en la mesa, Nicolás escuchó a sus hermanos mayores Thiago y Mirna, ambos hijos predilectos de su padre, hablar de asuntos relacionados al mundo de los espíritus mezclados con sus respectivas profesiones diurnas. Tomás Luna, sentado a la cabecera, participaba con entusiasmo en la conversación.

Su padre era un reconocido médium que había mantenido a su familia a costa de reuniones donde mesas y sillas flotaban o visitas a lugares donde las personas quisieran librarse de supuestas maldiciones o presencias fantasmales. Su madre había sido la chef de un restaurante donde las sartenes volaban, hasta que contrataron los servicios del estrafalario medium. El resto, era historia.

—¿Estás bien, hermano? —preguntó Oriana, la menor, sentada junto a él—. El guantazo que te pegó esa muchacha todavía se ve en tu mejilla.

Nicolás enrojeció de vergüenza. Sus otros hermanos no tuvieron mucho éxito en contener las risas y su padre tuvo que acallarlos.

—Hija mía —intervino Tomás—, no es de buena educación que uses a los espíritus para sacar chismes sobre la vida de los demás.

—Pero si yo no pregunté, papá, me lo susurraron al oído —protestó la muchacha.

El dj sintió envidia por un momento. El único poder de aquella mocosa era el de escuchar a los espíritus que la rondaban durante las clases en la escuela preparatoria. No tenía que soportar el verlos también, como él. Al otro lado de la mesa, Thiago tosió, atragantándose por las carcajadas. Él tenía dones muy parecidos a los suyos y sí los había desarrollado, bajo el cuidado de su progenitor.

Nicolás siguió comiendo, concentrado en su plato favorito y haciendo de cuenta que no escuchaba a nadie. En la silla de enfrente, Mirna hacía un esfuerzo para no atragantarse de la risa. Ella también podía ver fantasmas, don que utilizaba en la estación de policía con mucha habilidad.

—No importa, Oriana —continuó el cabeza de familia, con seriedad—. Haces de cuenta que no escuchaste y esperas a que él te lo cuente.

—Sí, claro —murmuró la menor, volviendo a su tenedor—. Como si alguna vez nos contara.

Finalizada su porción, el dj se levantó de la mesa, sin esperar a que el resto terminase. Morena le dijo que esperase por el postre, pero él se limitó a llevar su plato, su vaso y sus cubiertos a la cocina, para volver a la cama. Todavía estaba enjuagando las cosas en la pileta, cuando su padre pasó junto a él, camino a la heladera.

—Llamó tu amigo, pidiendo un favor —comentó el hombre, mientras sacaba una botella de agua fría.

—Ah, sí —respondió Nicolás, secándose las manos—. Puedes cobrarle bien caro, seguramente va a revender tus servicios a terceros, tal como lo hace conmigo.

Su padre quedó de pie, a su lado. Se veía pensativo.

—No parece el caso, hijo. Hablé con el contacto que me pasó Johnny, es un problema familiar. Nada grave, pero necesita ayuda extrasensorial. Yo tengo otros compromisos y al parecer el tema es urgente, deberías intentarlo tú.

Nicolás se quitó el delantal y lo dejó colgado frente a la puerta del horno. Estaba furioso, nadie en esa casa lo tomaba en serio, ni cuando decidía hacer algo, ni cuando se negaba.

—Ya le dije que no cuente conmigo —contestó—. Que se las arregle.

Salió de la cocina y se marchó a dormir. Sin embargo, no alcanzó a llegar a su cama y ya sabía que de todas formas iba a meterse en otro de esos problemas.




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