Aurora lunar: La frecuencia de la curiosidad

Cómo nace una obsesión

Comenzó a atardecer en casa de los Luna y Nicolás pudo notar que ya estaba cerca el otoño, por lo temprano de la desaparición de su astro preferido. El aumento en las horas de oscuridad no era ninguna buena noticia para él, nunca lo había sido, desde que era niño. El hecho de ya no ser un bebé, de entender la razón de cada herida llevada por los espíritus al aparecerse, no lo había hecho más fácil.

Las historias que podía imaginar a partir de la apariencia de un fantasma solían ser desgarradoras. Por suerte, él solo era un dj con responsabilidades muy alejadas de aquello. Pocas responsabilidades, lo que era una suerte doble.

Se dio una ducha rápida, extra rápida. Había tomado la costumbre de medir su tiempo bajo el agua, desde que el alma en pena de una adolescente comenzó a hacerse presente en el baño. Thiago le había dicho que solo debía escuchar su pedido, que se libraría de ella cuando pudiesen hacer un trato, pero él se negó. Aquellos seres lo estremecían, le provocaban las peores sensaciones, convertían su vida en una pesadilla constante, no iba a dejar que obtuviesen nada de él. Ya le habían quitado bastante.

Así que hizo de cuenta que el espectro de la muchacha no emitía los gritos aterradores de siempre y salió con el toallón atado en torno a sus caderas de allí. Los más poderosos de la familia le habían hecho el favor de establecer un perímetro en su habitación que los espíritus no pudiesen atravesar. Por cosas como ésa seguía viviendo en esa casa. Por eso y porque su salario como dj no era ni de lejos lo que había soñado al empezar en eso.

Terminó de secarse y se vistió, pensando en cuál sería la lista de temas a elegir para esa noche en el club. Encendió su pc y se sentó en su escritorio, esperando a que el programa que guardaba toda la música y luego conectaba a su consola se iniciase. Se echó hacia atrás, apoyándose en el respaldo, y se distrajo con la vista de la fecha en la parte inferior de la pantalla. El ordenador hacía rato que estaba listo para empezar su tarea, pero él siguió con sus ojos verdes clavados en los dichosos números.

«¿Ya ha llegado el dieciséis?» se dijo, sorprendido.

No había notado que se había cumplido un mes desde su ruptura con Mireya. Y tampoco era que se hubiese anotado la fecha. Se había enterado, en el adiós de la joven, que le quedaba un mes exacto para cumplir el primer aniversario junto a ella. Al final, el día había llegado y él lo recordaba, con la ironía de que ya no tenía importancia.

En el fondo, dejarla ir había hecho su vida más fácil. Ahora podría dedicarse a trabajar en su música, cuando no estuviese escapando de fantasmas. De seguir, su vida podría terminar resumida a quedarse encerrado en ese cuarto la mayor parte del día, luego a escudarse en el sonido desde su cabina de dj. Y así, repitiendo el ciclo hasta morir.

«Tampoco es algo tan malo» intentó consolarse, mientras iba acomodando los temas para la noche.

«Me gusta de verdad lo que hago, cuando le pongo ganas y no me dejo vencer por el miedo».

Entonces su mente pasó, del recuerdo de Mireya, al misterio de esa fantasma que podía resistir la barrera de volumen que él utilizaba en Auris.

«¿Quién habrá sido?» comenzó a preguntarse, mientras dudaba entre elegir puros bailables o dejar algunos intervalos de música más tranquila. Sabía que la gente se movía más a la zona de las barras durante esos momentos. Pero el dueño del club se había negado a darle el aumento que había pedido, por lo que no vendría mal recordarle que estaban todos en el mismo barco. Tampoco bajarían tanto las ventas, pero el hombre notaría la diferencia en su rutina musical y se molestaría si la recaudación cambiaba, aunque fuese por unos centavos.

«Aquí tiene, pedazo de rata» se complació pensando, mientras colocaba puros éxitos en una cola interminable, que muchos no dejarían de bailar hasta el cierre del local. O hasta caer deshidratados, lo que ocurriese primero.

«Tampoco tengo la fórmula mágica de nada» se dijo, pensando en cómo sería el pertenecer a uno de esos grupos de gente de su edad que eran capaces de perderse en el alcohol u otras evasiones de la conciencia. Envidiaba al que fuese capaz de emborracharse sin convertirse en el canal hacia ese mundo de toda entidad oscura de los alrededores.

Y hablando de entidades, volvió a acordarse de la chica luminosa que destacaba sin necesidad de las luces blancas entre los que bailaban. También a ella había estado observándola desde hacía un mes. Por fin, alguien disfrutaba con intensidad de la música que él pasaba cuando no echaba mano de los éxitos de siempre.

«¿Por qué tenía que ser una de ellos?» rezongó, sabiendo que en algún momento tendría que hablarle de aquella misteriosa grieta en su defensa a quienes sí podían ayudarlo.

Una llamada a los mellizos Thiago y Mirna bastaría para averiguar el origen de aquella chica fantasma. ¿Por qué era que seguía postergándola?

«Una semana más y les aviso a ellos» se dijo, con pereza, sabiendo que no iba en serio.

«Total, en una noche la harán desaparecer. Para qué apurarme».

De pronto, se dio cuenta de que había pasado toda la tarde pensando en la muchacha. En cómo habría muerto, qué razón tendría para estar allí, en ese club de mala muerte.

Por primera vez, lamentó el no haber aprendido a comunicarse con los muertos.

Y aquella noche, además, fue la primera en que la chica fantasma no apareció en la pista.




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