En su travesía, decidió cambiar de rumbo para dar diversidad a su oficio, así que giró su camioneta y la estacionó frente a un bosque desconocido que tenía la fama de ser abundante en presas grandes. Fue con su escopeta afianzada a sus manos, pero no pudo ver más allá de su nariz, ya que de repente, una abundante niebla se apoderó del panorama. Esta resultaba tan espesa y profusa, que el cazador no pudo dar con su rumbo de origen y se adentró en el bosque más de lo que había planeado. Caminó y caminó frotando sus manos en sus antebrazos, pues la niebla trajo consigo un frío atroz que le caló hasta los tuétanos al pobre cazador, mientras un marcado humo blanco salía de su boca con cada respiración.
Mientras seguía caminando aleteaba sus brazos en búsqueda de algo de lo que sostenerse, cuando sintió que alguien tocaba sus brazos. Por un segundo no pudo determinar qué era lo que realmente tocaba sus brazos, pero el segundo se convirtió en un momento eterno cuando percató que ese algo halaba sus extremidades con una fuerza descomunal. Mientras más hacía resistencia más sentía que la fuerza opuesta se multiplicaba e intentó con todas sus fuerzas soltarse de eso que no podía ver entre la niebla, hasta que ocurrió. Sus brazos sintieron el desgarre metálico que pondría fin a su vida. Sus brazos comenzaron a desprenderse con una violencia que se movía en cámara lenta frente a sus ojos. Una sensación de impotencia llenaba su mente mientras se desangraba al lado de una piedra, aquel día solo debía quedarse en casa.
Editado: 04.05.2023