Hacía tiempo que no sonaba la campanada, alrededor de 3 años. Tres años donde ya habíamos olvidado lo que era despertarse a mitad de la noche. Cuando sonaba la campanada no había a donde correr, lo único que podíamos hacer era levantarnos y guardarnos en el sótano, el único sitio invisible para los Dark. Desde el momento que sonaba la campana teníamos poco tiempo para escondernos, así que las ventanas y las puertas debían estar tapadas por las noches, los suelos de madera eran un dolor de cabeza, porque si el suelo sonaba con las pisadas podía suponer para nosotros la muerte. Esa noche nos acostamos a dormir tomando las medidas, como hacíamos noche a noche desde hace 3 años, la última vez que sonó. Cuando ocurrió pensé que era una pesadilla pero la tensión que flotó en mi habitación cortó mi sueño por completo. Siempre usábamos medias para evitar sonar el suelo, pero esa noche lo olvidé. No percaté el tiempo que me tomó despertarme, pero había sido demasiado. No pensé en mi familia, quien en ese momento seguramente ya estaría bajo resguardo, sino la impresión que me dio verlo frente a mí. Me paralicé como una piedra, ya que después de toda una vida temiendo a algo que yo realmente no había visto nunca, ahora estaba frente a mí. En ese momento solo pude imaginar todas las veces que dudé, pero en ese segundo todo se había convertido en realidad en mi cabeza. De su boca desencajada caían gotas de baba como un animal que tiene semanas sin comer, pero lo que más llamó mi atención fue el ruido que emitían sus articulaciones de insecto cada vez que se movía. En mi paralización mis piernas temblaron y mi tobillo cedió a la tensión, en cuestión de segundos dejé de sentir mi pierna, que ahora estaba a dos metros de mi cuerpo en la boca del oscuro. Tuve suerte que tomara mi pierna y no mi cabeza, quizás porque me desmayé al ver el panorama que me rodeaba, o porque el ruido de la casa vecina sonó más duro que mi caída al lado del sofá. Esa noche yo perdí mi pierna, pero el vecino perdió la vida.
Editado: 04.05.2023