Hace unos meses, no le daba importancia a cosas insignificantes como los sueños, pero llegó un punto en el que simplemente ya no podía más, no quería que llegara la noche porque estaba seguro de que me volvería loco. La primera vez que ese sujeto se presentó en mi cabeza yo estaba soñando que estaba cazando en el bosque, pero me sentía vigilado, atacado de alguna extraña manera. Los primeros días lo tomé como una simple coincidencia, pero luego todo fue empeorando.
Cada vez que cerraba los ojos, veía a un hombre extraño de tez blanca, cabello largo, cejas muy pobladas y mirada penetrante. Nunca había visto a ese sujeto en mi vida, pero en mis sueños él era el protagonista de muchas desgracias. Durante el quinto mes de sueños, las crisis nocturnas se multiplicaron y mi madre tuvo que intervenir, me quería enviar a terapia.
– ¡Son solo sueños, Hector! No puedes tener miedo todas las noches cuando vas a dormir. –
Ese era el mantra que repetía cada vez que despertaba, pero nunca funcionaba. Ya no era el chico alegre de la secundaria, ahora era otro. Estaba demasiado pálido, con grandes ojeras y había perdido mucho peso, solo dormía 20 minutos al día y una vez que lograba conciliar el sueño, no podía despertarme.
Las discusiones en mi familia por mis episodios nocturnos incrementaron y el terapeuta simplemente no era de mucha ayuda. Las sesiones eran cada vez más largas y como último recurso se decidió que me enviaran con un psiquiatra que pudiera realizarme alguna sesión hipnótica y dar con el verdadero problema, el origen de mis miedos.
Un día antes de la primera sesión, ni siquiera pude darme cuenta cuándo me quedé dormido y por un momento llegué a pensar que este sería el primer sueño normal en meses. Caminaba solo por el bosque, era un día nublado y frío y yo me veía como antes, sin ojeras, feliz. Decidí seguir caminando hasta llegar a unos bancos que habían allí, en uno de ellos había un hombre quien al parecer estaba vendiendo comida así que me acerqué y le pedí algo de comer. El me atendió con normalidad, pero cuando se giró para tomar mi dinero y cobrar, el terror invadió mi cara, era el sujeto y me miraba con ojos distorsionados, su sonrisa era tétrica y sus brazos fueron directo a mi cuello, apretando con mucha fuerza e impidiendo que respirara con normalidad.
No sé cómo pude safarme de su agarre, pero en cuanto logré hacerlo, corría y corría sin parar pero la velocidad disminuyó, todo era como en cámara lenta, pensé en pedir ayuda pero cada persona con la que tropezaba portaba su cara, era el sujeto. Sentí como si me jalaran desde atrás y no pudiera seguir corriendo, entonces el hombre apareció nuevamente, esta vez con una pistola y disparó. Todo se volvió negro por un momento y cuando todo había acabado, abrí mis ojos.
Estaba empapado de sudor y lágrimas con mi madre abrazándome fuertemente. Esto era suficiente, tenía que parar. Esperamos a que saliera el sol para ir con el psiquiatra y al llegar, me sorprendí por la cantidad de personas con igual o peor aspecto que yo esperando en aquella sala.
– Nombre por favor. – Dijo la recepcionista al verme llegar.
-Hector Joel Romero. – Contestó mi madre. -18 años, crisis noc... –
-Si, crisis nocturnas, créame señora, no es el único con ese diagnóstico y ya hasta nosotros estamos preocupados por todo esto.
"¿No era el único?..."
– "Es el último, él vendrá, estamos muertos, el intruso vendrá" – era lo que escuchaba desde que ingresé en esa sala. Una chica se acercó a mí de la nada.
– ¿También ves al intruso, verdad? – me dijo con una mirada perdida y fría en el rostro que jamás me enfocó.
– ¿Qué? – Dije alterado y sorprendido.
– Él quiere matarnos uno a uno y lo ha logrado, nos ha reunido, será hoy, será hoy. – Decía rápidamente y con voz asustada, casi demente.
No comprendía lo que sucedía hasta que la puerta de entrada se abrió de par en par y allí estaba él, el sujeto de mis pesadillas, con ojos distorsionados y sonrisa psicópata.
"...No desperté, fue real..."