Ave de mal agüero

Ave de mal agüero

Aparte de ser un hombre supersticioso; sufro de ese mal que los científicos llaman ornitofobia: miedo irracional hacia las aves.

En mi caso específico; hacia los cuervos.

¡Sí, exacto! ¡Hacia los cuervos!

Y es que todo comenzó un día como cualquier otro.

Una mañana al salir de casa en dirección al auto para ir a mi oficina, me detuve abruptamente al escuchar un fuerte aleteo. Mis ojos recorrieron los alrededores buscando el origen del sonido. Y ahí estaba, posado en un árbol del jardín vecino; un ave de mal agüero, símbolo del diablo, ese que según arroja el alma a las tinieblas.

Era signo de un mal presagio, tenía que espantarlo de allí, y evitar a toda costa que emitiera su graznido. De lo contrario, sería señal de una muerte próxima; y si sobrevolaba la casa traería mala suerte a sus moradores.

¡No lo podía permitir!

Así que decidido, me acerqué con seguridad y agité mis brazos en diferentes direcciones para ahuyentar al córvido; que con mirada prepotente y despectiva me observó con detenimiento para luego desplegar sus alas y alzar vuelo.

¡Me sentí aliviado!

Después de mi proeza continúe con la rutina del día sin darle mayor importancia al asunto.

 

 

Al día siguiente me levanté un poco más tarde por ser fin de semana; con taza de café en mano me dirijí a la entrada a recoger el periódico para leer las noticias. Cuando me incliné para tomar el diario, escuché un aleteo.

No era necesario voltear para saber que se trataba de un córvido. Peor aún, era el mismo del día anterior; supe reconocerlo de inmediato. En cambio, esta vez reposaba en un árbol de mi jardín.

Nuestras miradas se cruzaron, la suya reflejaba altivez, orgullo y desprecio; tácitamente era retado por el grajo.

De la misma manera, acepté el desafío. No me iba a dejar intimidar por ese pájaro siniestro, precursor del mal y de la muerte.

Con la sangre fluyendo a borbotones hacia el corazón, caminé demostrando seguridad en cada uno de mis pasos. Comencé a agitar la mano con la que sostenía el diario y traté de ahuyentarlo. Me miró de soslayo y se giró; ignorándome. Por lo que sin pensarlo tomé una pequeña piedra del césped y se la lancé, asestando en su diminuta cabeza.

El ave en seguida tomó vuelo.

Triunfante y con las comisuras alzadas entré a la casa.

Al término del desayuno escuché una especie de revoloteos. Me levanté de la mesa y me asomé por la ventana de la cocina; lo que vi a continuación heló cada gota de sangre que fluye por mis venas.

Una bandada de grajos se posaba campante en las ramas de un árbol de mi patio. Tenía que hacer algo, así que pensando en que su presencia solo era signo de mal presagio, tomé una escoba y salí determinado a echarlos de mi casa.

Tras largos minutos de infructuoso intento; desistí de la estrategia y me ceñí a la que antes me había dado resultados.

Tomé varias piedras del suelo y comencé a lanzarlas al árbol; en el acto todos alzaron vuelo.

—¡De Jack Miller, nadie se burla! —vociferé creyéndome ganador.

 

***

 

Cuando lavaba los trastes de la cena escuché con claridad mi nombre.

—¡Jack! ¡Jack! —Se oía en la lejanía.

No esperaba visita alguna, así que con el entrecejo fruncido en gesto de desconcierto dejé lo que hacía y me dirijí a la entrada principal.

Abrí la puerta pero no había nadie.

Antes de cerrar volví a escuchar mi nombre y entonces decidí salir.

¡Nada! 

Me acerqué a la acera y observé de lado a lado la calle desierta y el corazón me bombeó con fuerza.

Escuché de nuevo mi nombre; pero esta vez el sonido provenía de la parte trasera de la casa, hacia allá me dirigí y mientras más me acercaba más claro se oía.

El pánico se apoderó de mí en ese instante, la sangre helada fluyó impetuosa hacia mi angustiado corazón. Tragué en seco a la vez que respiré profundo para sosegar mi espíritu y tratar de pensar con sensatez. Hice acopio de todo mi autocontrol, y cuando hube tomado fuerzas levanté la cabeza.

Y ahí estaba, el córvido junto a su pandilla invadían mi árbol.

Era el ave quien hablaba nítidamente.

Incrédulo, lo observé haciendo gestos y señas con el pico, acto seguido una piedra de considerable tamaño cayó sobre mi cabeza. Caí al césped, adolorido, con un hilillo de sangre corriendo zigzagueante por mis sienes. Por indicaciones de su líder, otro grajo lanzó otra pequeña roca.

Con pavor los miré desde el suelo burlándose de mí.

—¡Jack! —El resquemor abrigó mi alma cuando en coro, la bandada recitó mi nombre.

Allí me di cuenta que estaban en todos lados, apostados en cada árbol de la propiedad, incluyendo el techo de la casa.

Con piernas temblorosas, sobrecogido por una agitación fría y sudorosa, dirigí mis pasos indecisos hacia el interior de mi hogar. Con arritmia descomunal en el pecho, me acerqué lo más que pude a una de las ventanas y desde allí los vi armando un nuevo plan en mi contra.

¡Me atacarían!

Cerré puertas y ventanas, mas sin embargo, de pronto escuché con asombro un gran estrépito en la chimenea. De sus fauces salieron lo que para mí fueron cientos de cuervos; el macabro animal invadió mi casa.

Veloz busqué refugio en mi habitación, escondiéndome bajo la cama. Desde allí podía escuchar sus aleteos, revoloteaban en cada recodo de la casa haciendo eco en mis oídos.

Varios días estuve allí, atrapado por ese perverso animal que sin motivo alguno se ensañó contra mí. Torturándome con sus graznidos, amenazándome con su sola y siniestra presencia.

Por fortuna, ahora me encuentro en la seguridad de mi nueva habitación, blanca en su totalidad, desprovista de decoración, mejor aún, desprovista de ventana; aunque eso no impide que lo escuche en las cercanías, imaginando al aciago animal con su plumaje negro brillante, su curvado pico y aterradores ojos; esperando paciente para atacarme, sin embargo...



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En el texto hay: locura, suspenso, cuervo

Editado: 14.04.2021

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