Londres, 1853
Cuando la invitación al baile llegó a casa, no hubo más que celebraciones, principalmente por parte de mi hermana Giselle y mi madre. Esta última se deslizó por la sala de estar, imitando el clásico vals, celebrando así, la buena fortuna que Dios había preparado para nosotros en aquel baile. Por otro lado, mi hermana imaginaba como sería el príncipe y el palacio, y es que no había mejor oportunidad de conocer ambos, que el baile de máscaras por la celebración del cumpleaños número 25 del príncipe, que sería celebrado en tres días.
—Me atrevo a decir, sin duda alguna que no habrá una dama más bella que tú en el baile —afirmó mamá haciendo que mi hermana se pusiese en pie y diera una vuelta sobre sí misma.
Giselle sonrió satisfecha por las palabras de nuestra madre hacia ella y un pequeño rubor apareció en sus mejillas. Era absurdo que siguiese avergonzándose después de dos temporadas cargadas de pretendientes que habían hecho todo tipo de elogios, pero así era mi hermana, muy modesta.
Mamá mandó a buscar a mi padre cuando se calmó un poco, deseaba que él también supiese la noticia. Mi padre entró con una protesta por haber sido interrumpido en medio de sus negocios, sin embargo, al saber de la invitación, una sonrisa de satisfacción apareció en su rostro. Estaba segura de que se sentía orgulloso de haber recibido una invitación a un acto social de tal envergadura, era la primera vez desde que tenía memoria y todo gracias al título de Barón que había heredado junto a una pequeña fortuna, de un primo lejano. No se podía decir que fuéramos pobres, pues papá tenía muchos comercios que nos garantizaban el sustento y el dinero de la dote, sin embargo, ser Lord Kinstong, Barón de Clifford, le daba estatus entre la aristocracia, que siempre rechazaba a los que no poseían un título o no fueran descendientes de linaje noble.
La única que no dio su opinión acerca del baile fui yo, después de dos temporadas junto a mi hermana ya no me emocionaba aquel baile, sería como todos los anteriores, mi hermana Giselle deslumbraría a todos y yo la observaría desde las sombras, orgullosa por su éxito.
Mamá nos obligó a mi hermana y a mí a dirigirnos hacia la habitación de Giselle para buscar un vestido que llamase la atención del príncipe. Aunque protesté, en un intento de marcharme a mi habitación a leer, mi madre me lo impidió, por lo que tuve que sentarme en la cómoda cama de mi hermana a observar como Giselle sacaba sus mejores atuendos y mi madre no aceptaba ninguno. Los vestidos de mi hermana eran totalmente opuestos a los míos, mientras los de ella eran extravagante y muy llamativos, los míos eran extremadamente sencillos, cosa por la que mamá discutía conmigo constantemente, pero hasta ahora no había podido cambiar mi manera de vestir. Nuestra forma de vestir solo era la pequeña muestra de lo diferente que éramos en todos los aspectos.
Giselle era una de las chicas más hermosas de Londres, con hermosos cabellos castaños, bellos ojos grises azulados herencia de nuestro padre y, unos labios, que si bien, no eran tan prominentes, encajaban perfectamente con su rostro. Además, era extrovertida, de buen hablar y poseía innumerables dotes que la hacían el objeto de interés de muchos caballeros. Por otro lado, yo, era más baja que mi hermana, aunque siempre se lo atribuía a ser un año menor que ella. Yo era más parecida a mi madre físicamente, aunque tenía los mismos cabellos de mi hermana, mis ojos eran de un color miel y mi rostro estaba plagado de aquellas pecas que tanto señalaban todos. Además, mis talentos eran pocos, y los idiomas no eran mi fuerte, lo que hacía que casi siempre quedara en un rincón de los salones de baile.
—¿Crees que el príncipe será apuesto? —inquirió Giselle mientras sacaba un nuevo vestido y lo colocaba sobre su cuerpo esperando aprobación.
—Imagino que sí —respondí encogiéndome de hombros—, aunque estoy segura de que muchas damas mantendrán su interés por él, aunque fuese el hombre más horrible —añadí.
—Aveline tiene razón, Giselle. No importa si es apuesto o no, lo importante es que tiene una inmensa fortuna que permitirá que tu hermana tenga un buen matrimonio, tal vez con un duque o un conde —respondió mi madre dejando al descubierto todos sus planes.
Imaginaba que en el resto de los hogares de Londres las madres daban instrucciones parecidas a sus hijas. En nuestro mundo las apariencias no eran lo más importante, sino el poder que una persona poseía y sin duda el príncipe era un objetivo ideal para ascender de nivel social. La pelea entre mi madre y yo era precisamente por aquella lucha de poder, mientras ella quería que me casara con un duque, yo deseaba un hombre que respetara quien era y que no se casara para adquirir una propiedad.
Después de muchos vestidos, por fin mi hermana encontró uno que convenció a mamá. Se trataba de un hermoso vestido blanco de mangas cortas con una bella y abundante pedrería, era una de las últimas adquisiciones de mi Giselle.
Después de dar el visto bueno, mamá se marchó a atender temas relacionados con la casa, no sin antes, dejar en claro que después se ocuparía de mi vestimenta.
—¿Realmente crees que este está bien para el baile, Aveline? —preguntó Giselle echándole una nueva ojeada al vestido, con una mirada insegura.
—Es perfecto, hermana, nadie en el salón podrá quitar los ojos de ti —contesté con una sonrisa, la unión de mi hermana con aquel vestido, eran perfectas para eclipsar a cualquier dama incluyéndome a mí, aunque me sentía orgullosa de no estar celosa de mí hermana, ella se había ganado todo por méritos propios—. Además, estoy completamente segura que el príncipe se fijará en ti, después de todo, eres la dama más culta que he conocido nunca, sin mencionar que ya has rechazado cuatro propuestas de matrimonio en tan solo dos años.
—Hermana, lo dices como si esa cantidad fuera enorme —respondió Giselle quitándole importancia a mis palabras.