Aveline

Capítulo 2

El príncipe, era más guapo de lo que contaban los rumores y lo que había oído de la señorita May, debía reconocer, demasiado guapo para dejar a una dama sin aliento. Este no llevaba antifaz lo que permitía admirarlo mejor. Era un hombre alto, con unos ojos verde olivo, cabellos castaños perfectamente peinados hacia atrás, y labios finos rodeados por una barba leve. Vestía finamente con una casaca negra, y un pañuelo del mismo color adornaba su cuello, además, su postura era perfectamente recta. A su lado estaba el rey, quien tenía unos ojos claros que mostraban cansancio bajo sus cejas gruesas, las cuales presentaban algunos pelos blancos, y las arrugas de su rostro denotaban su edad avanzada. Además, portaba una corona dorada sobre su cabeza, que demostraba a todo el que no le conocía, su posición. Su postura era aún más recta que la del príncipe, sin mencionar, que causaba cierta intimidación, e incluso, el Gran Duque, quien anteriormente había sido el alma de la fiesta y se había comportado egocéntricamente, ahora que aquel dueto había entrado en el salón, se portaba de manera mansa ante el rey.

Todos los presentes hicimos una reverencia ante la familia real y la mayoría de las damas solteras que pude observar soltaron una sonrisilla.

—Aveline, es el hombre más bello que he visto —comentó Giselle con una sonrisa emocionada.

Me alegraba en sobremanera que mi hermana estuviese complacida con el aspecto de nuestro príncipe, habría odiado que mamá la hubiese obligado a casarse con un hombre que desagradase a Giselle, aunque, tenía la convicción de que nuestro padre la protegería de las ideas de mamá. Esta última sonrió, al parecer satisfecha con el aspecto del que sería su futuro yerno.

Las presentaciones de las familias ante la familia real no tardaron mucho tiempo, principalmente las familias que presentaban al menos una dama soltera en casa. Mi madre no tarde más de cinco segundos en presionar a mi padre para que nos acercásemos para ser presentados.

Tener al príncipe aún más cerca fue tan espectacular que me dejó algo nerviosa. El príncipe nos mostró una pequeña sonrisa mientras nos devolvía el saludo. Durante esos breves instantes, mi hermana Giselle desplegó todo su arsenal femenino para atraer la atención de aquel hombre.

Cuando ya casi Giselle lo había cautivado, cuando había imaginado que extendería su mano para solicitar un baile a mi hermana, este alzó su mirada más allá de nuestra familia, lo que hizo que los cuatro también nos volteáramos llevados por la curiosidad. En el fondo de la sala me encontré a una dama de cabellos castaños oscuros, que llevaba un hermoso vestido azul, y un antifaz del mismo color cubría su rostro.

El príncipe pidió permiso con una reverencia y pasó junto a nosotros para dirigirse hacia la recién llegada, que había cautivado toda su atención. Giselle miró en la dirección del príncipe con la decepción latente en sus ojos y odié al príncipe. Él había despreciado a mi dulce y hermosa hermana, y la había hecho conocer la desdicha de ser rechazada.

El príncipe hizo una reverencia delante de la dama, y extendió su mano hacia ella como invitación a un vals. La dama aceptó con una sonrisa y ambos se dirigieron hacia el centro de la pista de baile, lo que nos obligó a hacernos hacia un lado de la pista, donde el resto de invitados miraban con atención a la dama que comenzaba a bailar con el príncipe.

La danza avanzó bajo la mirada de todos, excepto la mía, que estaba fija en mi hermana. Esta miraba en la dirección del príncipe con los ojos llenos de decepción y al punto de las lágrimas.

—¿En qué fallé, hermana? —preguntó Giselle, con la voz ahogada.

—Nada, mi Giselle —contesté negando con la cabeza, mi querida hermana había estado excepcional.

Como venganza hacia el príncipe, busqué los defectos que había hallado en él, los cuales comuniqué a mi hermana, añadiendo, que era mejor que no la hubiese escogido.

Mis insultos parecieron hacer efecto en Giselle, que soltó una sonrisita comedida que nunca había podido imitar.

Al terminar el primer baile, papá se acercó a nosotras con dos caballeros que para nada me eran conocidos.

—Quisiera presentarles al señor Stone y a Lord White, Márquez de Winchester —presentó mi padre a su nosotras—. Caballeros, les presento mi esposa lady Kinstong y mis hermosas hijas, la señorita Giselle Kinstong, mi hija mayor, y la señorita Aveline Kinstong —añadió

Ambas partes presentadas hicimos una reverencia como saludo. Ambos caballeros eran bastantes parecidos, con cabellos castaños y ojos cafés bajo sus antifaces negros, aunque Lord White era unos centímetros más alto que el señor Stone, aunque, igualmente, ambos nos sobrepasaban en altura. El señor Stone no perdió tiempo y pidió a Giselle un baile, lo que me dejó satisfecha, aquello era una distracción para el corazón dolido de mi hermana.

—Señorita Kinstong, me concedería usted este baile —pidió el otro caballero extendiendo su mano hacia mí, cosa que me dejó sin habla.

Miré a mi padre asombrada por aquello, pero este solo me dedicó un guiño de complicidad. Finalmente accedí a aquel baile, y siguiendo los pasos de mi hermana, nos dirigimos hacia la pista de baile.

La música dio inicio mientras todas las parejas comenzábamos el baile, me enorgullecía tener el don de bailar bien, así, por lo menos no dejaría en ridículo a mi padre que de seguro había pedido a aquel caballero que me invitase a bailar.

—¿Qué le gusta hacer en su tiempo libre, señorita Kinstong? —interrogó Lord White cuando pensé que pasaríamos el resto de aquella danza en total silencio.

—Me gusta leer, aunque, no tengo todos los libros que quisiera —contesté con sinceridad, lista para recibir el rechazo de aquel hombre. Me había sucedido con la mayoría de los caballeros que se habían interesado en mí, al parecer, ellos deseaban que fuésemos cultas en algunos deseaban que solo conociéramos de lo justo y lo necesario.




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