Aveline

Capítulo 5

Al día siguiente me levanté con un poco de miedo de enfrentarse al nuevo día, no sabía cuál sería la reacción del príncipe después del enfrentamiento de la noche anterior y de todo lo que había dicho; si salía de esta tenía que aprender a controlar mi genio. Mi única razón para levantarme ese día era la promesa de ver a lord White.

La señora Nicols vino a despertarme como el día anterior, aunque esta vez no fue necesario, pues me levanté de la cama sin rezongar, no había podido dormir en casi toda la noche. Mi doncella me ayudó a vestirme con uno de mis mejores atuendos, si iba a morir, lo haría con la mayor dignidad posible.

Mientras se dirigía al comedor seguida de mi doncella me encontré con lord White y mi corazón dio un nuevo vuelco al verlo, estaba muy apuesto.

—Buenos días, lord White —saludé con una reverencia y el caballero respondió con la misma cortesía— ¿No va al desayuno? —interrogué al notar que iba en dirección opuesta al comedor.

—No, ya me despedí del rey, y el carruaje me está esperando afuera, aunque antes iba a pasar a verla —respondió él negando con la cabeza. Tuve un sentimiento agridulce, al saber que no disfrutaría más de la compañía de aquel caballero, pero que no había olvidado pasar a despedirse por mi habitación—. Quería verla para despedirme y para dejarle mi dirección —añadió dándome un pequeño trozo de papel, en el que observé los perfectos trazos de letras sobre el papel, y al levantar la mirada, mis ojos le plantearon una interrogante.

—Señorita Aveline, no sé qué suceda de aquí en adelante, pero estoy seguro que mi primo seguirá buscando a la chica del baile. Si la encontrase y usted volviese a ser libre, me encantaría cortejarla —explicó lord White. Al parecer conocía muy bien al príncipe para hacer tales afirmaciones—. Si llega a romperse el compromiso me gustaría que me escribiese.

Le miré muy alagada por esa declaración, era la primera vez que me sentía emocionada ante un pretendiente. Lord White era tan diferente al resto de hombres que había conocido alguna vez. Deseaba decirle que le escribiría, que anhelaba tanto como él que mi compromiso fuese deshecho, pero no podía hacer eso.

—Me halagan sus palabras, lord White, pero no puedo hacerle promesas. Estoy comprometida con el príncipe Alexei y debo respetarlo. —Mientras estuviese comprometida lo mejor sería mantener la distancia y no proporcionar falsas esperanzas. Aunque el príncipe estuviese detrás de la chica que amaba, yo no debía seguir flaqueando a mis emociones.

—No espero promesas suyas, sé que en este instante es una mujer prometida, pero albergo la esperanza de recibir una carta suya si logra liberarse —respondió él tomando mi mano para dejar un beso en el dorso de la misma como la noche anterior.

Finalmente se despidió y pasando por mi lado. Una vez estuvo lejos, pude soltar el aliento contenido hasta ese momento. Miré la dirección en la tarjeta y me pregunté si sería posible que llegase a escribirle.

Cuando me recuperé del encuentro, continué mi camino hacia el comedor, no sin antes advertir a Edwina para que guardara silencio acerca de lo ocurrido.

—Yo no he visto nada, señorita —respondió ella con una sonrisa.

Me alegraba saber que tenía una doncella fiel en ella, era la primera vez que tendría una, en casa todas eran espías de mi madre.

Durante el desayuno el príncipe no mencionó una palabra sobre lo sucedido la noche anterior, sólo se dedicó a lanzarme miradas fugaces de tanto en tanto, lo que me tenía confundida, pero no quise preguntar, ni ahondar en el tema.
*****

—Bienvenue, chevalier, est un plaisir savoir —dije en francés mientras mi institutriz me escuchaba atentamente, era la decimocuarta vez seguida que repetía aquella frase por petición de mi maestra.

Ya conocía de francés, pues había tenido que aprenderlo desde niña, después de todo, era un requisito para un buen matrimonio en la alta sociedad. No obstante, mi nueva institutriz había dicho que debía perfeccionar el idioma, y allí estaba repitiendo la misma frase una y otra vez.

—Beaucoup mieux, mademoiselle Aveline, mais encore non est parfait (Mucho mejor, señorita Aveline, pero aún no es perfecto) —contestó la institutriz con su perfecto tono de francés, uno que había deseado con fuerza desde que era una niña.

Pedí un descanso, pues necesitaba un momento para mí, estaba agotada y me sentía frustrada. Mi institutriz me permitió un breve descanso y salí disparada de allí en busca de un escondite. Cuando vi la puerta de la biblioteca, no dudé en entrar y esconder tras una silla.

Lágrimas cargadas de la mayor frustración bajaron por mi rostro. ¿Por qué no podía aprender francés como mi hermana o nuestras amigas? ¿Por qué me costaba tanto ser como el resto de las damas? Estaba cansada de las exigencias de los demás sobre mí, estaba agotada de fingir estar bien cuando no lo estaba. No sería una buena princesa, y mucho menos una reina, no era lo suficientemente buena.

Sentí la puerta de la estancia abrirse, lo que hizo que me pusiese alerta, no deseaba que nadie me viese de esa forma tan humillante.

Unos pasos resonaron en la biblioteca y me mantuve en silencio, intentando descubrir hacia donde se dirigían los pasos, sin embargo, antes de que pudiera decidir donde se hallaba el intruso, fui descubierta por el príncipe.

—¿Qué hace aquí escondida, señorita Kinstong? —inquirió él cuando la encontró en aquel rincón—. Todos la están buscando —añadió cruzándose de brazos.

—Solo buscaba un momento de soledad —respondí poniéndome en pie—. Es mucho pedir que una dama requiera estar sola —añadí secando mis lágrimas de la forma más digna que pude.

—Todos estaban preocupados por su desaparición —informó él—. No es una niña para desaparecer de esa manera.

—No necesito de más insultos suyos —respondí con enojo, de nuevo la ira latía en mi interior, la podía percibir en la forma en que latía mi corazón y mi cara se calentaba—. No soy una niña, soy una mujer a quien le cambio la vida en un solo día. Soñaba con una casa en el campo y me dieron un palacio con una corona sobre mi cabeza. Así que no me culpe por querer tomar un respiro después de las regañinas y exigencias de usted, de la señora Nicols, de mi institutriz y de su padre —añadí antes de dirigirme hacia la puerta.




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