Aveline

Capítulo 8

El baile de compromiso al fin había llegado y no podía estar más nerviosa por aquel acontecimiento. Sabía que los ojos de todos estarían sobre mí y me aterraba pensar en cometer un fallo frente a las personas que muchas veces antes me había criticado y murmurado a mis espaldas.
—Está hermosa, señorita Kinstong —Elogió Edwina y sonreí ante sus palabras. Ciertamente el vestido era hermoso, pero los toques de mi doncella hacía que todo brillase.
Tenía puesto el vestido que me había hecho la modista especialmente para aquella ocasión y para las manos había escogido unos hermosos guantes blancos, que llegaban mucho más arriba del codo. Edwina había optado por dejarme el cabello suelto, en el cual tenía hecho los típicos bucles que tan a la moda estaban, y había escogido una hermosa tiara de rubíes, la cual era sencilla e iba combinada con un elegante collar y aretes en forma de gota.
—Gracias por los elogios. Realmente tú me hiciste brillar. Muchas gracias —respondí dedicando una sonrisa a mi fiel ayudante, y esta se sonrojó. Quizás era su modestia o tal vez no recibía el mérito que merecía por su trabajo, tendría que agradecerle más a menudo.
Tocaron a la puerta de repente, y Edwina se apresuró a abrir dejando a la vista al príncipe, quien lucía una casaca roja, pantalones negros y su pelo bien peinado hacia atrás, además, se había afeitado la barba hacía poco y ya no la tenía tan poblada. Este entró en la habitación cuando recibió mi permiso y al verme se quedó callado, solo observándome de arriba a abajo.
Me puse en pie e hice una reverencia mientras él me hacía sentir cada vez más incómoda con su mirada fija en mí. ¿Me habría equivocado de vestido? ¿Me había pasado con las joyas? ¿Habría algo raro en mi cara?
—Creí que no podría verse más hermosa de lo que es, pero hoy está radiante —Por fin habló el príncipe y sentí mi corazón latir nuevamente, a la vez que me sonrojaba por el cumplido.
—Gracias, su Alteza —agradecí con una sonrisa de satisfacción.
Seguidamente el príncipe me ofreció su brazo, el cual acepté sin miramientos y a continuación fui conducida hacia el pasillo que conducía hacia el salón de baile. Mientras caminábamos por el interminable corredor que nos llevaría hasta el salón de baile, el príncipe sugirió que nos tratásemos de manera más informal cuando estuviésemos solos.
—Después de todo, pronto nos casaremos —Fueron sus palabras para excusar aquella petición.
Negué con la cabeza enseguida, no teníamos la suficiente confianza para llamarnos por nuestros nombres. Además, me iba a resultar muy raro llamar al príncipe por su nombre, aunque sabía que eso llegaría tarde o temprano.
—Me encantaría poder llamarte Aveline cada día. Tienes un nombre demasiado hermoso para no ser mencionado nunca —Escuchar mi nombre en sus labios aceleró mi corazón. Se escuchaba tan bien que solo quería que volviese a repetirlo.
—Está bien —respondí en un susurro. Me sentía sumamente nerviosa cada vez que él decía algo así.
Finalmente llegamos a la puerta del salón de baile, donde el rey ya nos esperaba. Alexei y yo hicimos una reverencia ante el monarca. Acto seguido las puertas se abrieron mientras los tres éramos anunciados en la sala, a diferencia de los bailes convencionales, donde el anfitrión era el encargado de recibir los invitados; en este baile, el rey era el último en llegar.
El salón estaba sumamente lleno, tanto de invitados como de sirvientes que pululaban por el enorme salón, que ahora me parecía más grande que las veces anteriores. La falta de aire me invadió hasta dejarme sin aliento, noté que mi brazo comenzaba a temblar, pero Alexei, apretó mi mano antes de que el temblor pudiese aumentar. Le dediqué una mirada y este respondió con una sonrisa, que me dio la confianza para seguir adelante.
Los tres bajamos la escalinata que separaba la entrada, del salón principal, donde el soberano dio la bienvenida a los invitados. Debía admitir que el salón estaba decorado de manera hermosa y de aquello no podía quejarme.
—Les agradezco a todos por haber venido a esta celebración en honor del futuro matrimonio de mi hijo, el príncipe Alexei Thompson, con la señorita Aveline Kinstong, hija de Lord Kinstong. Que Dios los una para siempre y les dé un matrimonio feliz y duradero—Todos aplaudieron al terminar el pequeño discurso.
A continuación, Alexei alzó su mano entrelazada con la mí instándome a caminar hacia el centro del salón. Quedé frente al príncipe y ambos realizamos una reverencia antes de unirnos al tiempo que "El Danubio Azul" llenaba la sala con su melodía. Me preguntaba cuántos invitados habrían en la sala, cuántas damas me odiaría y esperaba no cometer ningún error.
—Aveline —Me llamó Alexei en un susurro. Dirigí mi mirada hacia sus ojos verdes—. Solo concéntrese en mí, nadie más importa ahora —añadió apretando con más fuerza mi mano para acercarme más a él.
Me moví al ritmo de la música sin despagar mi mirada de él, como me había pedido. Me perdí en su rostro y en su mirada, por alguna extraña razón me hacían sentir una gran confianza, tal vez porque fuera el príncipe, una persona de un rango muy superior al resto de aquella sala, que tantas veces me había juzgado.
—Bailas muy bien, Aveline —Elogió Alexei.
—Gracias, el baile se me da bastante bien —contesté con una sonrisa, y a él, por alguna razón que desconocía, pareció complacerle mi respuesta—. Me siento nerviosa de saber que todos nos observan —añadí al dar un giro y fijarme en las damas, que desde la distancia lanzaban cuchillos contra mí.
—Te dije que soy lo más importante en este salón, así que, mírame —me ordenó Alexei aunque con un tono que dejaba en claro que bromeaba. Aún así fijé mi mirada nuevamente en él mientras la pieza tomaba el tono perfecto, ni muy rápido o lento—. Todas las madres de este salón seguramente te odian por haber sido la escogida y creen que sus hijas son mejores que tú —comenzó a decir Alexei, lo que me puso al borde del desmallo—. No te dejes cohibir por ningún comentario, ten confianza en ti misma, Aveline, no necesitas nada más.
Las palabras de Alexei, su cercanía y su mirada hicieron que mi corazón de joven doncella tuviera un extraño sentimiento, era muy parecido al que había sentido al estar junto a Lord White, pero tenía más fuerza. Las manos de Alexei me daban confianza y sus palabras me llenaban de felicidad.
A ese baile siguió uno nuevo, este mucho más movido, al que se sumaron otros invitados, entre ellos, mi hermana con un caballero desconocido. La seguí con la vista durante casi todo el tiempo que duró aquella pieza y la vi sonreír como nunca antes la había visto hacerlo.
Después de aquel baile, el príncipe y yo nos acercamos a mi familia para saludarles. Mi madre se deshizo en elogios sobre lo buena pareja que éramos y lo bien que ambos nos complementábamos en el baile. Mi padre, me felicitó por lo bella que había quedado la fiesta y se disculpó en nombre de mi hermano, quien no había podido asistir debido a su vuelta a la universidad, pronto estaría de vuelta en casa, ya que era su último año estudiando medicina.
Alexei pidió permiso y marchó a saludar a algunos conocidos, mientras, yo me quedé con mi familia. Una vez solos, mi madre no pudo contenerse para hablar de mis joyas y de lo que comentaban las mujeres en el salón acerca de mí, aunque hubiese sido mejor no escuchar.
Finalmente, pude acercarme a Giselle para hablar las dos solas, necesitaba saber quien era aquel caballero con el que había bailado e intercambiado sonrisas y sonrojos muy poco usuales en mi hermana.
—Es el señor Collins, lo conocí hace una semana, está haciendo negocios con papá —explicó mi hermana mirando al caballero, que se encontraba hablando con un hombre. Este era bien parecido, de cabellos rubios, figura esbelta y postura elegante.
—¿Cómo no me lo contaste en cartas, hermana? —Le recriminé. Mi hermana me había escrito unas pocas cartas, pero estaba segura que podía haber escrito en alguna de ellas.
—Sabes que mamá revisa todas las cartas antes de enviarlas y no quería que se enterara de mi opinión hacia él. A ella no le agrada, porque desde tu compromiso, solo quiere un pretendiente de la nobleza para mí —respondió Giselle con pesar.
Sabía cómo era mamá con respecto a mi hermana. Siempre había querido que su hija mayor se casara con alguien de la nobleza y no iba a desistir ahora que yo sería princesa.
—¿Y tú qué sientes, Giselle?
—Me gusta mucho, Emma —confesó Giselle con las mejillas teñidas de rojo—. A él nunca le ha interesado cuantos idiomas hablo o cuantos instrumentos toco, ni siquiera se molestó cuando me reí a carcajadas. Le importa quién soy realmente, siento que me ve más allá de un adorno decorativo —añadió con la admiración reflejada en la mirada.
—Giselle, si a ti te gusta, lucha por él, sin importar lo que mamá crea, ¿está bien? —respondí, sabiendo que ambas ya habíamos sufrido demasiado por las expectativas de mamá y de la sociedad. No era necesario que siguiésemos sacrificando nuestras vidas por lo que otras personas creyesen acerca de nosotros.
—Es fácil para ti hablar, Emma, mamá y la sociedad no esperan la perfección de ti —respondió Giselle dando un golpe, uno que dolió más que cualquiera que hubiese recibido anteriormente, este era más parecido a un puñal.
—Claro, porque yo soy menos que perfecta —dije con una amargura en mis labios que me sorprendió, pero no la pude detener—. Tú eres la perfecta y yo solo una copia defectuosa de ti.
—Emma, ¿quién ha dicho tales cosas? —inquirió Giselle mirándome como si no comprendiera lo que acaba de decir.
Quise soltar una carcajada, pero me contuve. ¿En serio no sabía quien había dicho eso?
—Mamá siempre comentaba con nuestra institutriz lo perfecta que eras en todo y que yo debía mejorar, nuestro hermano también expresaba siempre lo orgulloso que estaba de su hermana, las damas en este salón, los caballeros también, todos lo dicen —respondí con una falsa sonrisa—. Estoy harta de eso, quiero ser yo misma sin que tú seas más y yo menos —añadí antes de marcharse hacia la terraza con las lágrimas a punto de desbordar sus ojos. Gracias a Dios nadie se había entrometido en mi camino, no podía hablar en ese instante con nadie.
Cuando al fin estuve sola, me permití llorar con amargura. Me sentía la persona más rastrera del mundo, siempre me había alegrado de no sentir envidia hacia mi hermana, pero había encontrado ese difícil sentimiento en su corazón. Era terrible la forma en que había tratado a Giselle, sin embargo, no había podido detenerme cuando ella había tocado mi lado sensible, mi talón de Aquiles. De repente sentí unos brazos cálidos que me envolvieron y al darme la vuelta me encontré con Alexei que me dedicó una mirada que me ofrecía llorar en su hombro, y no pude evitar aceptar su invitación y abrazarlo con todas mis fuerzas mientras las lágrimas bajaban por mis mejillas. Era una situación extraña, pues no nos conocíamos desde hacía mucho tiempo, pero en ese momento necesitaba desahogarme y él estaba ahí, dispuesto para mí.
—Creí que la envidia no formaba parte de mi vida, pero me equivoqué, envidio demasiado a mi hermana —confesé con la voz ahogada—. No quiero hacerlo, pero no he podido evitarla, porque me he sentido desechable y poco importante a su lado.
Alexei se mantuvo en silencio, y sólo me dio algunas palmaditas en la espalda a modo de consuelo.
—No sé tocar bien el piano —soltó Alexei en un susurro. Eché la cabeza hacia atrás para mirarle a los ojos sin entender a qué venía aquella confesión que para nada tenía que ver—. Mi padre, por otro lado, es un maestro en el piano, uno de los mejores. Cuando era niño le tenía mucha envidia por ello, yo también quería tocar como él, ser admirado como lo era mi padre. Un día mi madre me dijo que me amaba aunque yo no supiese tocar el piano y entonces renuncié a luchar aquella batalla con mi padre, tenía a una persona que me quería incondicionalmente.
—Tu caso es diferente, tú madre nunca te comparó...
—No puedo deshacer la envidia que sientes en tu interior —. Me interrumpió él antes de que pudiera mostrarle mi punto de vista—, pero sí puedo decirte que no es importante como el resto del mundo te mire, sino que sepas quien eres, y que comprendas que las personas que realmente te aman estarán a tú lado así como eres y te ayudarán a mejorar las cosas imprescindibles de la vida. Aveline, no me interesa que no sepas tocar el piano con maestría, ni que bailes con perfección o que sepas todos los idiomas del mundo; eres la chica que ama usar vestidos sencillos, que dio parte de su ropa a las criadas, que enseña a su doncella matemáticas sin recibir nada a cambio, que prefiere trasplantar un tulipán a cortarlo. No necesito nada más para saber que eres mejor que todas las que están en el salón.
—¿Cómo?
¿Cómo podía saber tanto de mí? Lo miré a los ojos mientras el corazón me latía a una gran velocidad, como caballos al trote. Aún nos encontrábamos muy cerca y podía sentir el olor a romero que me resultaba muy familiar. ¿Podría ser posible enamorarse de un hombre que había odiado? No sabía que responder, solo sabía que él se había convertido en mi zona segura.
******
Un rato después, cuando estuve más calmada, volvimos a entrar al salón. Nos dirigíamos hacia el salón para comenzar un nuevo vals, sin embargo, Alexei fue interceptado por otro invitado, que deseaba hablar con él.
Tuve que marchar sola hasta la mesa de los refrigerios en donde tomé una de las copas que servían en la mesa, y al alzar la mirada, me encontré con Lord White a pocos metros de mí. Pensé en todos los sentimientos que en algún momento había sentido por él, pero sólo los nervios salieron a la luz al tenerlo frente a mí. ¿Era posible que un sentimiento como el que había experimentado se hubiese esfumado o realmente no había existido nunca ese sentimiento?
—Señorita Kinstong, es un placer verla nuevamente —dijo este acercándose a mí con su habitual galantería.
—Igualmente, Lord White —respondí con un gesto de la cabeza a modo de saludo.
—¿Me concedería un baile? —inquirió el caballero extendiendo su mano hacia mí.
Miré su mano dudando si sería correcto que bailáramos juntos, pero decidí que lo mejor sería aceptar, ya que teníamos cosas sobre las que hablar. Nos dirigimos hacia la pista de baile, donde comenzamos a bailar al ritmo del nuevo vals.
—Me sorprendió recibir una invitación a este baile en vez de una carta suya —comentó Lord White sin rodeos.
—El príncipe Alexei no pudo encontrar a la dama con la que bailó y decidimos resignarnos a ser marido y mujer —expliqué con brevedad.
—¿Está de acuerdo con esa decisión? —inquirió Lord White mirándome con una expresión que dejaba en duda mis palabras.
—Cuando me trajeron a palacio estaba totalmente en contra, solo quería escapar de aquí, pero ya me he acostumbrado. El príncipe se ha mantenido a mi lado y he podido conocerle mejor, estoy segura que algún día llegaremos a ser felices juntos —contesté dejándolo descolocado.
Solo llevaba dos semanas en el palacio, pero sentía que todo había ido cambiando desde que estaba aquí. Alexei había cambiado desde que lo había conocido y las últimas palabras que me había dedicado me daba esperanzas de un futuro mejor.
—Pensé que sentía algún sentimiento por mí, señorita —replicó Lord White con una gran sinceridad. En sus ojos estaba claro que no quería darse por vencido conmigo.
—Es cierto, me sentí deslumbrada, porque usted fue el primer hombre en notarme realmente, pero creo que si ese sentimiento no se riega es imposible que llegue a ser algo más—respondí dejándolo turbado, lo pude ver en sus ojos. No me gustaba hacerle daño, pero tampoco podía decir algo más. Lamentaba haberle dado esperanzas, pero, ya no luchaba contra mi destino, mis sentimientos habían cambiado y las circunstancias tampoco eran las mejores para que pudiésemos tener una relación con él—. Es usted un hombre maravilloso, y espero que algún día encuentre una chica que lo ame con todo el corazón, lord White, porque yo no soy esa chica —añadí cuando la canción terminó.
Hice una reverencia antes de marcharme hacia algún lugar del salón con el corazón acelerado, todo lo que acababa de decir me había dejado alterada, no sabía cómo mi hermana había podido rechazar tres propuestas, yo apenas había podido rechazar a uno y había sido sumamente difícil.
Pronto fui encontrada por Alexei, quien lucía enojado, sus ojos centellaban con aquella emoción. Con delicadeza tomó mi mano sin decir nada y me sacó del salón arrastrándome hasta una habitación algo alejada de la sala. No comprendía nada de lo que pasaba.
—¿Qué hacías bailando con lord White? ¿Aún te interesa? —inquirió Alexei con furia mostrando nuevamente al hombre que me había prometido no volver a ser.
Sus palabras me dolieron en lo más profundo de mi corazón, no podía comprender como era posibles que el hombre que me había abrazado en la terraza, que me había dicho aquellas palabras tan hermosas, fuese el mismo hombre que ahora me trataba de esta forma.
—Solo quise despedirme de él y explicarle que me casaré contigo —respondí alzando la voz dejando latente mi enojo y no las heridas que me había causado, no iba a permitir que viera esa parte de mí.
El príncipe dio unos pasos hacia mí con porte amenazante, mientras yo retrocedía, hasta que quedé arrinconada contra una de las paredes de la habitación.
—Ahora eres mi prometida, así que actúa como tal —susurró Alexei muy cerca de mí.
Los ojos que antes habían estado llenos de calidad, ahora solo me miraban con enojos, pero yo también sabía responder con ese sentimiento. No iba a permitir que él me tratase de esa forma.
—Yo me comportaré como tu prometida, pero al parecer tu has olvidó tu promesa —respondí dándole un empujón que lo alejó de mí apenas unos centímetros, pero que me permitió salir de la habitación con toda la decencia posible.
En ese instante deseaba acabar con el príncipe Alexei Thompson. Había sido una tonta al confiar en sus palabras y en sus promesas. Definitivamente nuestro matrimonio no iría bien, pero ya era demasiado tarde para acabar con aquel compromiso.
******
¿Qué les parece el príncipe Alexei? ¿Realmente pueden tener un futuro juntos? ¿Les hubiese gustado una relación entre Lord White y Aveline? Déjenlo en los comentarios para saber sus opiniones y no olviden seguirme para más historias. Yo actualizo en algunas ocasiones lento pero seguro 😁. Recuerden que también pueden seguirme en redes sociales para nuevas historias, spoilers y recomendaciones. Besos y bendiciones.
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