Aveline

Capítulo 11

Al día siguiente, me levanté antes que los demás; era algo que no podía evitar cuando me encontraba en el campo. Después de realizar mi oración matutina, me acerqué a la ventana de la habitación. Aún no amanecía del todo, pero eso no me detuvo. Me coloqué una manta sobre mi ropa de dormir y salí de mi habitación, intentando no hacer mucho ruido. Caminé por los pasillos de la casa, tratando de esquivar a los sirvientes, que ya trabajaban desde esa hora, hasta llegar a la puerta principal.

Al salir al exterior, el olor de la hierba mojada por el rocío de la mañana y el canto de las aves me envolvieron. Cerré los ojos, siendo consciente de cuánto había extrañado el campo. Desde mi presentación, había ido demasiado poco a nuestra casa de campo. Mi madre prefería las calles y el gentío de la ciudad antes que el polvo del campo y el silencio tan apacible que había en él.

Unos pasos tras de mí me pusieron en alerta y, al girar la cabeza, encontré al príncipe.

—¿Qué haces aquí afuera? —inquirió Alexei, acercándose a mí.

Me cubrí con la manta todo lo que pude, sintiéndome avergonzada por andar con esas vestimentas frente a él.

—Solo quise salir a ver la salida del sol. Es algo que siempre hago cuando estoy en nuestra casa del campo —contesté con una sonrisa, recordando los momentos que había vivido allí—. ¿Y tú?

—Planeaba dar un paseo; hacía mucho que no venía al campo. Desde que mi madre falleció, mi padre se ha refugiado en el palacio y no sale de allí —explicó Alexei con semblante agridulce.

—¿A tu madre le gustaba mucho el campo? —me atreví a preguntar.

El príncipe Alexei mostró una sonrisa melancólica mientras su mente parecía perderse en algún lugar lejano. Sus ojos estaban fijos en el horizonte, donde el sol asomaba lentamente. Pasaron varios minutos hasta que él habló.

—Lo amaba —dijo con voz ahogada—. Era el lugar en el que los tres podíamos desprendernos de nuestros roles y ser una familia común. El olor a tierra mojada y la brisa de la mañana me recuerdan las risas de mis padres. Desde la muerte de mi madre, mi padre nunca ha abandonado su rol como rey, aunque comprendo que fue su manera de lidiar con su duelo —explicó en tono bajo, como si le costara hablar.

Recordé el día en que había muerto la reina debido a una fuerte neumonía. Aún era muy pequeña, pero recordaba claramente dos cosas: ese día había descubierto lo que significaba la muerte y la tristeza que podía traer. La había visto reflejada en un Alexei pequeño, quien, aquel día, viajaba en el carruaje dentro del cortejo fúnebre. No podría olvidar su expresión.

—Solo lloré una vez; solo derramé lágrimas cuando supe que la enterraría. Para mí, ese momento fue la confirmación de su muerte. Luego de eso, me escondí detrás de un rostro de indiferencia; no deseaba que nadie me mirara con lástima —agregó Alexei, recomponiéndose, como si no quisiera que pudiera ver parte de su vulnerabilidad—. Desde que mamá murió, papá se ha vuelto un rey exigente y frío en muchos aspectos. No sé lo que es el amor; ya no lo recuerdo. Es por eso que, al sentir una sensación semejante en el baile de máscaras, me aferré a él, pero ella...

Alexei se detuvo, como si no pudiese seguir hablando de ella. Por primera vez, no pensé en mí y en lo que quería que el príncipe sintiese por mí. Me sentí triste por no poder llenar el vacío que había dejado esa chica en su corazón. Deseé que ella hubiese aparecido, que estuviese ahora al lado del hombre que había robado mi corazón.

Aquella afirmación casi me hizo entrar en pánico. ¡Estaba enamorada del príncipe! Y él no sentía nada por mí. ¿Cómo podría hacerlo feliz si no podía llenar el espacio que aquella chica había dejado en su corazón?

«Si no puedo ocupar su lugar, crearé uno para mí».

Ese pensamiento me hizo sonreír tanto externa como internamente. Levanté una de mis manos y la llevé hasta la mejilla de Alexei. Él levantó su cabeza y fijó su mirada en la mía. En sus ojos podía ver la sorpresa, pero también un cálido sentimiento.

Quizás no era su primer amor; tal vez su corazón aún recordaba a otra, pero yo era quien estaba a su lado y quería amarlo.

—Dame un lugar en tu corazón. Intentaré hacerte feliz —susurré, colocando mi otra mano sobre su corazón, que latía rápidamente.

Alexei me miró con los ojos como platos. Era normal que estuviese asombrado; yo también me sentía así, aún no entendía cómo había tenido la valentía para pedirle una parte de su corazón. Después de unos minutos, él no dijo nada y me sentí decepcionada.

—Será mejor que entre; debo cambiarme para el desayuno —me excusé.

—Sí, claro —respondió él con un tono neutro.

Me hizo sentir como una estúpida, como una tonta que acababa de confesar sus sentimientos. Me di la vuelta para volver a la casa. De repente, una mano me sujetó y me sentí jalada. Antes de que pudiese procesar lo que estaba sucediendo, me encontré entre los brazos de Alexei. Me costó reaccionar en un inicio, pero cuando sentí los brazos del príncipe en mi espalda, finalmente le devolví el abrazo.

—Ahora sí puedes entrar —dijo cuando nos separamos momentos después.

Simplemente asentí, sin poder mirarlo a los ojos, y seguidamente entré en la casa. Caminé a toda prisa de vuelta a mi habitación y, una vez dentro, me acosté en mi cama. Por instinto, llevé mis manos hasta mis mejillas y rememoré el momento con una sonrisa de felicidad. No podía creer lo que acababa de suceder. No era la declaración de amor que siempre había leído en los libros, pero era un primer paso.

******
El día transcurrió con tranquilidad, al menos para mí. Me había encerrado en la habitación, huyendo del bullicio provocado por los preparativos para el baile. Ya había tenido suficiente ajetreo en las semanas anteriores; solo quería descansar. Mi hermana, por otro lado, se había ofrecido para ayudar con la organización junto a la tía del señor Collins, una señora de unos cincuenta años que parecía molestarle incluso las moscas que zumbaban cerca de ella.




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