Aveline

Capítulo 12

Al día siguiente, pasado el desayuno, partimos de la casa del señor Collins hacia Londres. Nuestro anfitrión se encargó de llevar a mi hermana Giselle hasta nuestro hogar, mientras que el príncipe y yo regresábamos al palacio con renovadas fuerzas. El viaje había estado lleno de renovación y revelaciones. No podía parar de sonreír mientras sentía la mano de Alexei enlazada con la mía. Mi corazón latía rápidamente, pero no me molestaba; me agradaban los sentimientos que en ese instante habitaban en mi interior.

Al llegar al palacio, el rey nos interceptó nada más entrar. Su expresión no era para nada amigable; debía admitir que era más bien feroz, lo que me asustó. Sin embargo, Alexei sostuvo con fuerza mi mano, dándome el aliento necesario para mantenerme firme.

—Veo que han llegado los irresponsables —dijo el rey con severidad, mientras su mirada nos fusilaba. Ahora comprendía el sentimiento de los siervos frente a un cazador.

—Padre, deje ir a la señorita Kinstong —pidió Alexei con tono serio y fuerte. Él se colocó por delante de mí como si fuese un escudo—. Yo fui quien autorizó nuestra salida.

El rey me observó con una expresión que dejaba en claro su duda sobre las palabras de su hijo, pero finalmente asintió, liberándome del castigo. Alexei soltó mi mano enseguida para permitirme huir.

Me quedé quieta sin saber qué hacer. Las escaleras que me sacarían de allí estaban solo a unos metros de distancia, pero...

Volví a tomar la mano de Alexei, quien me miró asombrado y con los ojos me pedía que me fuese. No dije palabra alguna, pero apreté su mano y me coloqué a la misma altura que él. La idea había sido mía; por tanto, cargaría con las consecuencias, aunque estuviese atemorizada frente al rey.

—Majestad, yo fui la culpable —dije al rey después de tomar una fuerte bocanada de aire—. Le insistí al príncipe para que fuéramos.

El rey pareció tomar una respiración profunda y cerró los ojos. Cuando los volvió a abrir, su mirada me penetró hasta el alma.

—Señorita Kinstong, retírese, por favor —pidió el rey entre dientes.

No podía creer lo que acababa de decirme después de mi confesión. Había esperado que me gritara y me dijera todo lo que tenía pensado decirle a Alexei, pero no.

—Suba a su habitación, señorita Kinstong —pidió esta vez Alexei. Su voz era firme y su mirada en mí también—. Dentro de poco conocerá a sus futuras damas de compañía —añadió, cambiando su mirada a una súplica.

Había olvidado aquel evento en mi lista de quehaceres y tampoco era de gran interés para mí. Prefería quedarme junto a Alexei, pero ante su petición y su mirada, decidí hacerle caso. Realicé una reverencia hacia el rey y el príncipe antes de marcharme hacia mi habitación hecha una furia.

Entré en mi habitación como un vendaval, dispuesta a tomar las almohadas como mis enemigas mortales; sin embargo, me detuve al ver a una sirvienta arreglando mi cama. Era una chica de cabellos castaños claros y piel tan blanca como las nubes en un día soleado. Ella, al verme, hizo una reverencia, pegando la mirada en el suelo.

—Buenas tardes, señorita. En unos instantes terminaré de arreglar su cama —dijo la sirvienta alzando su mirada, lo que me permitió ver mejor su rostro.

Su belleza era encantadora; estaba segura de no haberla visto antes, pero no me enfrasqué en ello. Ella tenía labores que realizar y yo unas damas que recibir, aunque fuese lo que menos me apeteciese.

—No se preocupe, tómese su tiempo —contesté con una sonrisa amigable en un intento de borrar las emociones de enfado que venía cargando desde que había sido reprendida.

Me dirigí hacia el balcón para no entorpecer las labores de la sirvienta. Me dediqué a observar el estado de mis flores, el cual seguía impecable, mientras me calmaba.

Estaba enojada conmigo misma por haberle pedido a Alexei que fuésemos a casa del señor Collins cuando sabía que él no debía salir del palacio. Estaba enojada con Alexei por haber aceptado y estaba furiosa porque el rey me hubiera eximido de mis responsabilidades cuando era la principal causante de la situación.

—Señorita Kinstong, ya está lista su habitación —anunció Edwina a mis espaldas—. Ya escogí el vestido que usará para conocer a sus damas de honor.

Asentí con la cabeza dirigiendo una mirada hacia ella. Seguidamente, entré a la habitación y Edwina me ayudó a cambiarme de ropa. La señora Nicols entró unos instantes después para indicarme cómo debía comportarme.

Según la señora Nicols, mis nuevas damas de compañía serían mujeres casadas con nobles de alto rango. Ellas serían mis compañeras cuando me convirtiera en princesa y me acompañarían a todos lados.

Cuando estuve lista con un hermoso vestido azul, me dirigí hacia mi sala de estar, donde me esperaban. Una vez frente a la puerta, fui anunciada por la señora Nicols y al entrar me encontré con una docena de mujeres que fijaron sus ojos en mí.

Todas ellas realizaron una reverencia frente a mí. Era raro aquel gesto viniendo de mujeres que tenían un rango superior al mío, pero así lo indicaba el protocolo, pues yo era la prometida del príncipe.

Me senté en uno de los amplios sofás, frente a mis damas. Ellas volvieron a sus respectivos asientos y poco a poco se fueron presentando. Entre ellas había mujeres jóvenes y otras que poseían bastante experiencia. Tenía la esperanza de poder utilizar la sabiduría de aquellas mujeres para aprender más acerca de mis funciones tanto de reina como de esposa.

Hablamos por un largo rato sobre temas de la boda y cuáles serían sus funciones dentro del agitado mundo que me esperaba. Una vez terminó el tiempo que se me había concedido con ellas, me despedí de manera amable y pedí a la señora Nicols que acompañara a las damas hasta la salida.

Yo me retiré hacia mi habitación junto a Edwina. Por el camino, me encontré con Alexei, lo que detuvo mi paso. Venía en dirección contraria a la mía y al verme, las comisuras de sus labios se elevaron en una sonrisa, pero yo mantuve mi rostro sereno; estaba enojada con él.




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