Alexei
Cinco días atrás...
Debía analizar los temas pendientes ese mismo día. Le había prometido a Aveline que la acompañaría al baile en casa del señor Collins, pero, a la vez, no quería fallarle a mi padre en las labores que me había encomendado. Deseaba demostrarle que no era ese inmaduro que él pensaba; yo realmente anhelaba ser un buen rey para mis súbditos.
Dejé todos los manuscritos que analizaba sobre la mesa. Tomé un respiro y decidí organizar los papeles de una forma que me ayudase a comprender mejor la información.
Mientras comenzaba a organizarlo todo, tocaron a la puerta, interrumpiendo mi labor. Rápidamente tomé los papeles y los amontoné lo mejor posible para que no se viera desordenado.
—Adelante —dije con voz serena, al tiempo que me enderezaba aún más en mi asiento.
—Su Alteza —dijo John, uno de mis hombres más leales, entrando en la estancia.
Tras él entró una chica de pelo castaño y ojos claros que me parecían familiares. Ambos hicieron una reverencia, y me dio tiempo para detallar a la joven, quien llevaba un vestido bastante sencillo, de un color crema desgastado.
—Alteza, mientras andaba en una misión en Escocia, he encontrado a esta joven. Ella afirma ser la mujer de la zapatilla y, efectivamente, el zapato le queda —dijo John, incorporándose. En sus ojos podía ver el orgullo que le proporcionaba haberla hallado.
Me quedé de piedra, sin saber qué hacer. No podía creer que, después de tanto tiempo, de tantas circunstancias, la chica que me había robado el corazón en un baile estuviera frente a mí. La observé con detenimiento; ya otras damas antes que ella habían aparecido afirmando ser la dama del baile. De repente, ella levantó la mirada hacia mí y sus ojos me transportaron a aquella noche. Le había prometido que nunca olvidaría sus hermosos ojos, y había cumplido mi promesa. Estaba claro que ella era la chica del baile, la mujer que me había robado el corazón.
Ese descubrimiento se ligó con el enojo de saber que ella se había negado a aparecer antes.
—Muchas gracias, John. Será recompensado por su arduo trabajo —respondí con el temperamento que mi padre me había enseñado a demostrar—. Por favor, déjanos a solas.
John hizo una reverencia y salió de la habitación. Cuando se marchó, sentí que mis escudos se resquebrajaban frente a aquella joven, que había devuelto la mirada al suelo. Me puse en pie, y una de mis manos se sujetó a la mesa, pues era mi forma de controlar el enojo que bullía en mi interior.
—Usted, ¿qué hace aquí? —inquirí, haciendo que la joven levantara nuevamente la mirada. Aquella mirada que me había hechizado en el baile, la misma que había buscado en cada dama que llegaba al palacio, y que ahora solo me producía amargura—. ¿Sabe cuánto tiempo la he buscado? ¿Todo lo que movilicé para encontrarla? ¡¿Por qué aparece ahora y no antes?!
Fui consciente de cómo alcé la voz, por lo que cerré los ojos intentando controlar mi rabia, pero no podía. Había luchado por ella, discutido con mi padre, me había puesto en ridículo para encontrarla, y ella no había aparecido. Ahora que mi vida se estaba organizando, que mi relación con Aveline había comenzado a avanzar, ella volvía a poner todo patas arriba.
—Alteza, por favor, permítame explicar mis razones —pidió ella a modo de súplica. Me costó un momento responderle, pero finalmente asentí, al tiempo que abría los ojos.
Le pedí a la dama que tomase asiento en la silla que se encontraba al otro lado de la mesa, y yo me acomodé en mi asiento.
—Mi nombre es Rose, Rose Walker —se presentó la dama, primeramente con voz temblorosa—. No soy quien usted piensa, no soy una dama, o no del todo. Soy una sirvienta en casa de la Vizcondesa Viuda de Winston.
>>Bueno, realmente, soy la hija ilegítima del difunto vizconde de Winston. Él se hizo cargo de mí desde pequeña y, hasta su muerte, me trató como a una dama. Luego quedé en manos de mi madrastra cuando apenas tenía doce años, y desde entonces he sido tratada como una sirvienta. La noche del baile me arriesgué; decidí hacer algo completamente diferente a lo que había sido mi vida antes. Tomé un viejo vestido que había guardado para una ocasión especial y asistí al baile a escondidas de mi madrastra. Debo decir que no me arrepiento de ello, porque fue la mejor noche de toda mi vida. Luego del baile, la vizcondesa —no comprendo de qué forma— descubrió lo que había hecho, y fui vendida como una propiedad a un mercader de Escocia. Allí fui casi esclavizada, y hace poco tiempo pude escapar. La providencia puso en mi camino al señor John, quien me ayudó y finalmente descubrió quién era.
Escuché aquel relato en silencio, sin comprender del todo. ¿Estaría diciendo la verdad aquella joven, o solo estaría mintiendo para poder ingresar al palacio? Tal vez aún no sabía de mi compromiso y podía creer que aún había probabilidades de convertirse en reina.
—Por favor, Alteza, no me devuelva con ese hombre —pidió Rose, con la desesperación reflejada en sus palabras.
—Esté tranquila. No soy un ser monstruoso; no he de ser yo quien la devuelva a aquel lugar —respondí, apaciguando la agitación de la dama, más no la mía—. Usted está bajo mi protección a partir de ahora. Por el momento, solo podré ofrecerle un cuarto en el ala de los criados.
Era la única solución que podía encontrar a corto plazo. Debía verificar la historia que me acababa de contar, y lo más difícil sería encontrar la forma de contárselo a Aveline. Eso era lo que más me preocupaba: cómo se lo tomaría ella.
—Espero que me excuse, pero no puedo ofrecerle nada mejor por el momento. Debo hablar primero con mi prometida —agregué.
Los ojos de Rose parecieron apagarse.
—¿Prometida? —inquirió Rose con voz ahogada.
—Sí —susurré, bajando la mirada.
Si la historia de la señorita Walker era cierta, ella era una víctima de las circunstancias. Elementos externos nos habían llevado hasta allí, y yo no sabía cuál sería el desenlace de aquella situación. Si ella hubiese aparecido semanas antes, la habría recibido con los brazos abiertos, pero el tiempo había pasado y mis sentimientos habían cambiado; no del todo, pero era innegable que ya no era el mismo príncipe del baile.