Aveline

Capítulo 14

—Si yo hubiera llegado antes a su vida, estaría comprometido conmigo y no con la señorita Kinstong —dijo una voz femenina dentro del salón.

Mi cerebro tardó unos momentos en unir cada pieza. No reconocía aquella voz y tampoco entendía de qué hablaba, o quizás no deseaba entender. Mi corazón oprimido sabía quién era ella y lo que su presencia significaba, pero me negaba a reconocer lo que estaba pasando.

Esperé la respuesta por parte de Alexei, pero cuando esta llegó, solo me causó más dolor.

—Así es.

Después de aquellas palabras, no quise escuchar más acerca del tema. Salí casi huyendo de allí con el corazón roto en astillas. Estaba intentando contener las lágrimas, pero no lo estaba consiguiendo.

Al doblar por una de las esquinas del corredor, casi choqué con el rey, pero me detuve a tiempo.

—Majestad —saludé realizando una reverencia. Estaba agradecida de que mi voz no hubiese salido empañada por el dolor que quebrantaba mi alma en ese momento—. Lo siento mucho, venía distraída —me disculpé mientras mis ojos se mantenían fijos en un punto del suelo. Necesitaba recomponerme antes de volver a alzar la cabeza.

—No se preocupe, señorita Kinstong —respondió el monarca quitando importancia a lo sucedido. Finalmente, me vi obligada a levantar la cabeza, aún cuando las lágrimas amenazaban con salir de mis ojos y convertirse en un mar—. Quería disculparme por lo que sucedió ayer y decirle que me alegra mucho la influencia que ha tenido sobre mi hijo.

Aquellas palabras me sorprendieron y, a la vez, me dolieron en mi ya quebrado corazón. Sentía que me ahogaba internamente, pero tenía que mantener una fachada externa que nada tenía que ver con mis sentimientos actuales.

—Su Majestad, no entiendo a qué se refiere —respondí confundida.

—Ayer él me plantó cara como príncipe que es y también como un futuro esposo. Me hizo sentir muy orgulloso de él —explicó el rey con el orgullo reflejado en la mirada—. Estoy seguro de que todo ello es gracias a su influencia.

—Majestad, perdone mi atrevimiento, pero yo no he hecho nada que usted no hubiera podido lograr. El príncipe Alexei necesita que sea su padre tanto como su rey. Si no dudase tanto de él y le diese la oportunidad a su hijo de ser escuchado, estoy segura de que él seguirá mejorando —No sabía si había hecho bien o no en decir aquello, pero era algo que había deseado decirle el día anterior y ahora estaba expuesto.

El rey se quedó pensativo al tiempo que yo también intentaba que mis pensamientos se organizaran. Necesitaba estar sola, saber lo que haría con mi vida después de aquellas palabras. Finalmente, me dedicó una pequeña sonrisa y pasó por mi lado para marcharse. Sentí un alivio de que al fin me dejara sola con mis pensamientos.

Antes de que el rey se marchara, me giré hacia él.

—Majestad —El rey giró hacia mí y yo volví a realizar una reverencia—. Deseaba pedirle permiso para viajar a la casa de campo de mi padre.

—Señorita Kinstong, acaba de regresar de un viaje; la boda se acerca y ¿quiere salir hacia la casa de su padre? —dijo el rey como si mi petición fuese la más terrible del mundo—. Hoy mismo debe asistir a la ópera.

—Majestad, lo sé, pero necesito unos días para organizar algunos asuntos pendientes —respondí retorciéndome las manos con afán—. Por favor, solo le pido que me dé una semana, como máximo. Lo necesito —supliqué.

El rey me observó por unos minutos hasta que finalmente asintió con la cabeza, generándome un gran alivio.

—Muchas gracias, Majestad —respondí haciendo una nueva reverencia.

Me marché rumbo a mi habitación, donde pedí a Edwina que recogiera mis vestidos, preparara un coche —el más sencillo— y que buscara a dos guardias que nos acompañaran en el viaje. Quería partir lo antes posible. Además de ello, le pedí encarecidamente que no le contase ni una palabra a Alexei. Sabía que él intentaría detenerme, y necesitaba estar sola para reflexionar sobre todo lo que había sucedido.

Mientras esperaba que los preparativos estuvieran listos, mi corazón gritaba para que al fin sacara todo el dolor que lo había estrujado, pero no me permití llorar. No demostraría mi debilidad frente a nadie. Deseaba tirar y romper todo lo que me recordaba al príncipe, pero las plantas y los objetos en mi habitación no tenían la culpa de mi sufrimiento.

******
Los dedos de mis manos se movían con agilidad por las teclas del piano interpretando "Moonlight Sonata" de Beethoven. Al principio había comenzado a tocar para disfrutar un poco de la música, pero a medida que había ido avanzando en mi interpretación y la música había adquirido un ritmo más rápido, mis dedos se habían deslizado con mayor velocidad y fuerza en cada tecla, dejando en cada una de las notas los sentimientos que bullían dentro de mí y que aún no dejaba salir. Aquello ya no era una simple interpretación, era mi lucha interna reflejada en el piano. Pensaba que si me concentraba en el piano, mis pensamientos no me atormentarían, pero no había sido así.

En el día que llevaba allí había llorado en silencio e intentado distraerme, pero nada mitigaba el dolor que mi corazón albergaba y que estrujaba mi pecho.

Terminé la pieza de piano y toda la realidad se me vino encima. Me levanté de mi asiento para dirigirme a una de las ventanas del salón, desde donde podía contemplar la gran vista que ofrecía la casa de campo de mi padre. Los terrenos no eran los más extensos, pero para mí siempre habían sido suficientes. Aquella casa era mucho mejor que la casa en Londres, rodeada de un montón de personas.

De repente, me percaté de una pareja que caminaba por la propiedad; debían de ser alguno de los pocos sirvientes de la casa. Se veían tan felices juntos que solo aumentó mi corazón quebrantado. Parecía que el mundo se había oscurecido, pero no, solo mi mundo lo había hecho.

Salí al pasillo con el corazón envuelto en un puño. Necesitaba salir de la casa, sentir el aire libre. Salí a toda prisa hasta los establos, donde pedí al mozo que preparase un caballo.




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