La boda se acercaba con cada puesta y amanecer, y me sentía tan ansiosa como en mi primer baile o tal vez más. No solo iba a ser la esposa de Alexei, sino la princesa, y aquella responsabilidad me emocionaba a la par que me aterraba. Por otro lado, la confesión de mi futuro esposo había traído felicidad a nuestras vidas; aprovechábamos cada momento para estar juntos.
Deseaba que aquella felicidad nunca terminara, que fuésemos como aquellas parejas de ancianos que, a pesar de los años, aún se dedicaban miradas de complicidad.
A excepción de los preparativos de la boda, eran días de bastante paz. Alexei me había explicado por qué aquella chica del zapato estaba en el palacio, y yo lo apoyaba totalmente. No podía imaginar por todo lo que ella había pasado. Además, estábamos felices porque el proyecto de la escuela que quería Alexei había sido aprobado por el rey. Aún podía ver en su expresión la duda acerca del proyecto, pero estaba segura de que pronto se daría cuenta de que era una gran idea.
—Me encanta este libro —dije mientras disfrutaba sentada junto al príncipe en uno de los espaciosos sofás de la biblioteca. Leíamos un libro de historia—. Es interesante conocer los errores y las cosas buenas que hicieron nuestros antepasados y cómo se fundó nuestra nación.
—Debo admitir que no me gustaban los libros de historia —confesó Alexei mientras me dedicaba una de esas miradas que desarmaban a cualquier dama—. Pero después de oírte hablar de la historia con tanta pasión, me he sentido tan emocionado como tú.
Sonreí con un claro sonrojo mientras me preguntaba si era normal sentirse tan feliz y a la vez tan nerviosa. No me había sentido así ni siquiera el día en que le había gritado.
De repente, fuimos interrumpidos por un criado que entró en el lugar y me entregó una nota proveniente de mi hermana. La abrí rápidamente y, con horror, leí que nuestra madre había enfermado de una fuerte gripe.
—¿Qué sucede, Emma? —inquirió el príncipe cuando levanté la mirada de aquel trozo de papel.
—Mi madre se encuentra enferma —respondí, aún procesando la información—. Debo ir a visitarla —añadí, poniéndome en pie de manera súbita.
—Claro —apoyó Alexei, levantándose del diván—. Hablaré con mi padre para que te asigne dos guardias que te acompañen. Quédate el tiempo que necesites.
Sonreí con dulzura por su gesto y comprensión ante aquella situación tan compleja. Levanté una de mis manos para acariciar su mejilla en un gesto íntimo.
—Gracias —susurré.
El príncipe tomó mi mano y depositó un beso en la palma, haciéndome estremecer. En ocasiones me preguntaba cómo había evolucionado tanto nuestra relación en tan poco tiempo.
Mi doncella preparó algunos vestidos, y partí con premura hacia mi antiguo hogar. Allí fui recibida por el ama de llaves, quien me informó todo sobre lo acontecido. Mi madre había caído enferma por una gripe desde hacía algunos días; sin embargo, nadie me había escrito antes por órdenes de ella, que había insistido en restar importancia a su enfermedad. Al no notarse mejorías, finalmente habían tomado la decisión de escribirme por si ocurría alguna eventualidad.
Después de conocer la situación, me encaminé a la habitación de mi madre. Al caminar por los pasillos, noté algo extraño: una sensación de frialdad. Eran aquellas las paredes que me habían visto pasar miles de veces, pero ya no eran mi hogar, al menos no por completo.
Al entrar en la habitación, encontré a mi madre en la cama, pálida, y a su lado se encontraba mi hermana Giselle, quien me miró con asombro al fijar la vista en la puerta.
—Hija mía, no era necesario que vinieras —comentó mamá con voz débil mientras dirigía sus ojos apagados hacia mí.
Negué con la cabeza y me acerqué a mi madre para tomar su mano libre. Me dolía mucho verla en aquel estado, tan apagada.
—Claro que tenía que estar aquí —respondí con una pequeña sonrisa que trataba de ocultar la tristeza que me causaba verla en cama—. Tengo que estar a tu lado para cuidarte —agregué, pasando una mano por su mejilla con ternura.
Pasamos un largo rato juntas. Mamá apenas tenía voz para hablar, pero aún así hacía el esfuerzo por dar órdenes con respecto a la casa. Incluso intentó que yo regresara al palacio, pero me negué. Me quedaría allí hasta que ella estuviera bien. Tenía que retribuirle todas aquellas noches que ella se había quedado despierta cuidando de mí.
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Alexei
El palacio se sentía vacío sin Aveline. Ya en varias ocasiones había pensado en salir del despacho para ir a visitarla, pero luego recordaba que ella no se encontraba allí. Me asombraba lo fácil que me había acostumbrado a tenerla a mi lado.
—Su Alteza —saludó uno de mis hombres, haciendo una reverencia al entrar en el despacho.
—¿Qué noticias me traes? —inquirí ansioso. Aquel hombre se estaba ocupando de todo el papeleo para liberar a la señorita Rose.
No había querido tratarla como una mercancía, pero había sido necesario comprarla de aquel mercader a la que había sido vendida. Solo Dios sabía todo lo que había pasado en manos de aquel hombre, que, según mis hombres, se había negado a venderla hasta saber que eran enviados míos.
—Ya le hemos dado libertad a la señorita Rose Walker —anunció, entregándome el papel donde finalmente se liberaba del cautiverio.
—Muchas gracias. Buen trabajo. Ya puedes retirarte —respondí.
Tomé los documentos que me habían sido entregados y los leí con detenimiento para asegurarme de que todo estuviera bien. A continuación, me dirigí a la cocina en busca de la señorita Walker; quería contarle personalmente que ya era libre.
Una vez allí, después de que todas las criada se alarmaran por mi presencia, la encargada me informó que había salido a los jardines, por lo que me marché hacia los enormes jardines traseros, donde generalmente paseaban las criadas.
Di un largo paseo por los jardines en busca de la señorita Rose, pero no podía hallarla. Los jardines del palacio eran bastante grandes; incluso había un bosque y un lago. Podía estar en muchos lugares.