—Señorita Kinstong —llamaron a mi lado mientras yo solo veía cómo aquel sujeto se llevaba a la dama al bosque.
—Edwina, rápido, avisa al príncipe que la señorita Rose ha sido secuestrada —ordené a mi doncella casi sin fijarme en ella, antes de salir corriendo en la dirección donde aquellos dos habían desaparecido.
Escuché a Edwina llamarme, pero no podía detenerme. Si los perdíamos de vista, posiblemente sería demasiado tarde cuando llegara Alexei. Levanté las miles de capas de mi vestido y corrí tan rápido como me lo permitió.
Me interné en el bosque siguiendo el camino que habían tomado. Las ramas se enredaron con mis faldas, rompiéndolas, pero aquello no me detuvo. Miré a mi alrededor mientras todo me parecía igual en aquel lugar: todos los árboles eran exactamente una copia del otro. No podía ver más que troncos y hojas verdes, ni rastro de otro color.
<<Señor, ayúdame a encontrarla>>, pedí, levantando la mirada al cielo.
Cuando bajé la vista, pude ver entre los árboles: eran ellos. Distinguí la espalda de ese hombre, que llevaba un uniforme del palacio. Me acerqué sigilosamente y, cuando estuve lo suficientemente cerca, me lancé sobre su cuello. Soltó a la chica, quien se alejó de él a toda prisa, y comenzó a forcejear conmigo.
Intenté sujetarme a él con todas mis fuerzas mientras se movía de un lado a otro. Al principio no me había parecido un hombre tan fuerte, pero ahora que luchaba contra él, todo era diferente. Solo esperaba poder aguantar hasta que Alexei nos encontrara.
De repente, mis manos se soltaron de su cuello y me vi lanzada por los aires hasta que todo se volvió oscuridad tras un fuerte golpe.
Abrí los ojos lentamente, intentando ubicar el lugar donde me encontraba. Había árboles a mi alrededor. La cabeza me dolía muchísimo, y podía escuchar unos jadeos cerca de mí.
Me incorporé a duras penas y, con la vista borrosa, pude ver a un hombre; bajo él, Rose estaba siendo asfixiada. Solo entonces tomé conciencia de dónde estaba y supe que tenía que actuar rápido, o aquel hombre la mataría.
Divisé un tronco cerca de mí. Era bastante grueso; no sabía si podría con él, pero no tenía tiempo para analizarlo. Con todas mis fuerzas, levanté aquel pedazo de madera y lo dirigí hacia el hombre. El tronco cayó con toda su fuerza sobre su cabeza, y enseguida se desplomó sobre Rose.
Ella soltó un chillido y se escurrió de debajo del hombre, mirándolo aterrada mientras respiraba con gran dificultad. Parecía que todo el aire del mundo no le bastaba.
Me acerqué a ella y me arrodillé a su lado.
—¿Se encuentra bien? —inquirí, mientras ella aún miraba a aquel hombre y jadeaba.
No sabía cuánto tiempo había estado inconsciente ni lo que había sucedido, pero claramente ella había librado una batalla contra él. Estaba llena de moretones por todas partes, tenía el labio inferior partido y, lo peor, eran las marcas en su cuello, un símbolo que dejaba en claro que casi había muerto.
De repente, saltó hacia mí, abrazándome el cuello, y comenzó a llorar desconsoladamente. Yo también sentí deseos de llorar al sentir las vibraciones de su pecho. No sabía cómo no me había unido a su llanto. Había pasado todo tan rápido que mis emociones parecían bloqueadas.
—Está sangrando —susurró de pronto, con voz apagada y llena de terror.
Se separó de mí, mostrándome su mano manchada por aquel líquido rojizo. La verdad, sentía un fuerte dolor en la cabeza, pero lo había ignorado; no había sido relevante hasta ese instante.
—Debemos volver al palacio —dijo Rose, poniéndose en pie.
Aún tenía la voz entrecortada y los ojos llorosos, pero parecía más serena. Me tendió su mano temblorosa para ayudarme a levantarme. Me mareé un poco al ponerme en pie, pero Rose estaba ahí para sujetarme. ¿Quién podría haber imaginado que estaríamos juntas en una situación como esa?
Comenzamos a caminar hasta que me detuve de repente y miré hacia atrás.
—No podemos dejar atrás a ese hombre —dije a Rose, quien me dedicó una mirada como si me hubiese vuelto loca.
—Ese hombre casi nos mata —replicó ella, negándose rotundamente.
—Lo sé, pero si lo dejamos aquí, seremos iguales a él —respondí, intentando convencerla. Sabía que debía ser duro para ella, pero era lo correcto.
Nos sostuvimos la mirada por unos instantes hasta que ella finalmente aceptó. Nos acercamos al hombre y lo levantamos como pudimos. Era complicado porque pesaba demasiado, y caminar entre los árboles con él fue aún más difícil. Más de una vez tuvimos que parar por cansancio o porque el vestido de alguna se enredaba con las ramas.
Cuando salimos de aquella arboleda, encontré a Alexei dispuesto a entrar al bosque con varios guardias. Finalmente, soltamos al hombre en el suelo y me desplomé, agotada. Me dolía muchísimo la cabeza y me faltaba el aire, al igual que a Rose, quien también se había desplomado cerca de mí.
Enseguida, Alexei se acercó a mí y, con suma delicadeza, me envolvió entre sus brazos.
—Salva a ese hombre —le pedí antes de que mis ojos se cerraran.
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Rose
Definitivamente, la señorita Kinstong era mejor persona que yo. Había traído a aquel miserable que había intentado matarme, a pesar de su herida en la cabeza. Sin duda, ahora sabía por qué el príncipe la había escogido, aunque eso no quitaba el dolor punzante que atravesó mi corazón cuando él se puso en pie con ella en brazos. Me embargaban demasiadas emociones en ese instante: estaba feliz por estar viva, con miedo por lo ocurrido, agradecida hacia Aveline, pero también con envidia.
—Atiendan a la dama —ordenó el príncipe—. Lleven a ese criminal a una habitación con guardias y que el médico lo cure —añadió con tono gélido.
Estaba segura de que no estaba de acuerdo con ayudar a ese hombre, pero lo haría porque ella se lo había pedido.
El príncipe comenzó a alejarse con algunos guardias, mientras otros se llevaban al secuestrador. En ese instante, me sentí sola. Todos se habían ido; nadie me había mirado siquiera, y de nuevo me sentí como en casa de mi madrastra cuando enfermaba.