"Una persona aveces encuentra su destino en el camino que toma para evitarlo"
—Jean de la Fontaine.
Nueva York.
Febrero, 2020.
—No estoy segura de poder lograrlo.
Observó a la mujer a la que una vez le había profesado amor profundo con verdadero cansancio.
Los tres adultos habían estado sentados alrededor de quince minutos en un imperturbable silencio hasta que el desespero de la mujer se hizo presente, haciendo que los otros dos fijasen sus ojos en ella.
Tenía ojeras bajo todo ese impecable maquillaje y llevaba ropa de trabajo todavía, solo que un poco mal arreglada por el constante movimiento.
El sol caía por la ciudad reflejando sus ultimos colores amarillos y naranjas mezclados con una leve lluvia de nieve típica a finales de invierno, que dejaba empañado el ventanal del último piso del edificio donde se encontraban sentados en una estrecha mesita de reuniones.
Mezclar el negocio con el hogar nunca se les había hecho tan difícil como en los ultimos seis meses a ninguna de las dos mujeres y no creían poder seguir soportando la presión seis meses más hasta que el hombre decidiera hacer algo por su cuenta cuando llegase el momento. Ninguna soportaba la espera.
Tenía que recordarles el plan que llevaba recordándoles los ultimos ocho años y se sentía cansado de volver a ver sus caras llenas de dudas y de preocupación por dos muchachos que no tenían ni idea de lo que estaba pasando. Debía admitir que a él tampoco le agradaba la idea en lo absoluto y le revolvía el estómago pensar en que en cualquier momento ella podría presentarse con un plan diferente y arruinar lo que él había programado desde hacía años. Pero debían dejar los pensamientos negativos de lado y pensar que todo saldría de acuerdo al plan A, antes de que pasaran al plan B.
Lo que el hombre no sabía tampoco es que unos meses más tarde iba a cansarse de intentar que el plan B se llevara a cabo e iba a dejar que un plan C se presentara: dejar todo fuera de su control a ver hacia donde llevaban las situaciones.
Si a Lynus se lo hubiesen comentado en ese momento, hubiese reído hasta el llanto. Le parecía absurdo, porque un plan tan bien elaborado como el que él tenía no podía salir mal en ningún sentido.
—¿Qué es lo que no crees poder lograr con exactitud?
—No creo poder seguir tratándola de esta manera. ¿Qué derecho tengo yo de apresarla tanto? No es un perro, Lynus, es mi hija.
—Sólo un poco.
La mujer impaciente se removió en su silla, llevándose los dedos a la boca para mordisquearse las uñas. Él hizo un gesto de desagrado ante su acción.
—La llevé durante nueve meses en mi vientre y la crié durante dieciocho años, no puedes decirme que es mi hija sólo por un poco.
—Todos sabemos muy bien que eso no te convierte en su madre —replicó con paciencia. Sonaba tonto diciéndolo de ese modo, pero dadas las circunstancias, no era nada que no fuese cierto. Volvió su vista hacia la morena que fruncía el ceño impaciente, pero se mantenía al margen de la conversación—. ¿Tú qué has hecho?
—He seguido todo de acuerdo al plan.
—Muy bien. Y no andas chillando desesperada por una estupidez moralista —se volteó hacia la rubia, señalando con obviedad—. ¿Lo ves? Si ella puede hacerlo, tú también.
—No es tan fácil —replicaron ambas al unísono. Él tomó aliento antes de beber de su taza de café, viéndolas con detenimiento.
La de cabellos oscuros que había estado sombría mirando al ventanal en silencio desde que se sentaron y ni siquiera contestó al saludo cordial que él les había dado por fin mostró un atisbo de emoción. Ella era más expresiva que la otra mujer, pero sabía cuándo serlo y cuando no, y había decidido mantener una actitud distante que reflejaba su preocupación retenida. Pero no la culpaba, ella ni siquiera debía estar involucrada en nada de esto, pero al considerar a su pequeño hijo una parte fundamental para que el plan se llevara a cabo, la rubia tuvo que arrastrarla años atrás, una noche a este mismo edificio para plantearle la situación. La promesa de una estabilidad económica y una vida próspera para sus hijos fue suficiente para que accedediera a meterse en esto.
Situaciones desesperadas requieren medidas desesperadas.
—¿Han tenido una actitud extraña últimamente?
—No —contestó de inmediato, deteniendo el flujo incesante de palabras exaltadas de la abogada a su lado—. Sólo el deseo por salir más, pero nada alarmante que nos haga pensar que ella haya aparecido.
—¿Y si no va a aparecer? —preguntó la rubia con una pequeña nota aguda en la voz—. Es decir, ¿no se supone que debió hacerlo antes de que cumplieran la mayoría de edad? ¿Para ir sembrando su cosecha luego?
—Tiene razón. ¿Y si ya no quiere hacerlo? Quizá por eso no ha aparecido.
—Lo hará —afirmó con una seguridad absoluta, haciendo que las dos mujeres volvieran a hundir su entrecejo—. He conseguido infiltrar a alguien en su equipo de trabajo y me ha dicho que lo hará dentro de poco —alzó los brazos antes de que empezaran a preguntar, acallándolas—. No ha dicho cómo ni cuándo. Pero lo hará y eso es lo que importa. Estar preparados para cuando ocurra es lo mejor que podemos hacer.
—¿Y si logra convencerla?
Él la miró de ojos entrecerrados— Espero que hayas criado a tu hijo con un buen sentido de raciocinio para detenerla de hacer una locura. Son bastante unidos, ¿no? Cuento con que él la detendrá.
—Esa es otra cosa que tú no entiendes porque eres un maldito insensible —replicó la rubia haciéndolo sonreír ante la acidez de sus palabras. Obviamente, seguía herida por lo ocurrido entre ambos—. No pude criarla como una jodida sumisa ni tampoco pude evitar que quisiera tomar decisiones por sí sola. Es parte de su naturaleza, y como son tan unidos, él irá adónde ella lo decida.