La cabeza iba a explotarme y aún no razonaba qué le diría cuando la tuviese frente a mi.
De manera indirecta me había contestado preguntas por un lado, pero no me dejaba claro la que más me importaba: cómo pudo ella hacerlo.
Lo primero que hice cuando se despidió diplomáticamente de la clase fue pegármele como un rabito detrás de ella, pero sólo ignoró mis constantes preguntas diciéndome que fuera por algo de comida, que ella luego me alcanzaría. Un parpadeo después había desaparecido de mi vista, dejándome sola en un pasillo que tampoco conocía.
Y yo realmente me negaba a creer en la teletransportación, así que ignoré su desaparición y me mezclé entre la gente hasta dar con la cafetería, donde me senté a mordisquear un bolígrafo mientras miraba confundida la hoja en la que había garabateado durante la conferencia.
Como todos mis apuntes, éste tampoco tenía sentido.
¿Me vería muy extraña con mi uniforme y falda de ramera en esta universidad?
Vencida ante las incoherencias que garabateé, saqué mi teléfono de mi chaqueta y vi unos mensajes de mamá quién me sermoneaba por no haber pasado por casa antes de clases y conseguí distraerme de mi nudo mental dándole unas contestas poco empáticas. También le contesté a Mikaela que se había vuelto loca enviando mensajes preguntándome si estaba bien y le dejé otro par de textos a Michael para que nos reunamos luego de práctica.
Estaba considerando en contarle mi locura con Mina, que ciertamente, de algún modo con esas palabras científicas que le salían fluidamente, no parecía tan desquiciado a final de cuentas. Pero, ¿tendría cabeza para otra cosa aparte de su plan de venganza contra Grecia? Y no es que esto fuera cualquier cosa. Probablemente me daría por perdida cuando se lo contara.
El dueño de unos increíbles grandes brazos y despampanante cabello arrastró una silla delante de mi y volteándola se sentó en ella con una sonrisa.
Con cierta indiferencia, saqué el bolígrafo de mi boca y alcé la ceja hacia él.
—¿Disculpa?
Había crecido rodeada de niños hormonales y musculosos con complejos de galanes por pertenecer al grupo de amigos de Michael, quienes no tenían una pinta distinta a el chico de ojos verde frente a mi, así que me agradó que su poderosa y masculina presencia no me afectara.
Él me señaló y yo volví a mirarlo interrogante.
—Mi bolígrafo.
Bajé la mirada al bolígrafo azul en mi mano, mordido y babeado. Con algo de vergüenza, lo limpié discretamente con mi chaqueta y se lo tendí.
—Lo siento, no sé cómo llegó hasta mi.
—Estabas distraida —asintió, tomándolo y metiéndolo detrás de su oreja—. ¿Eres nueva? ¿Estás perdida?
—No —bajé las manos hacia mis muslos y suspiré—. Espero a alguien.
—Luces muy joven para tener un novio universitario —sonrió en grande, arrogante y molesto.
Contuve mis ganas de escupirle la cara para sonreirle.
—Y tú muy joven para andar entrometiéndote en la vida de una chica como una abuela. Pero creo que eso no es mi problema —enarqué las cejas, insinuando. Él soltó una risa.
—No te pongas a la defensiva, solo intento socializar contigo.
—Vaya manera —le sonreí irónica. Él chasqueó la lengua.
—O quizá sólo intento saber por qué una malhumorada colegiala se pasea como si nada por una universidad que no había pisado antes y se mete a clases de las que no entiende ni un pelo.
—Buena observación. —le acepté, metiendo mi teléfono de vuelta a la chaqueta junto con la hoja con supuestos apuntes. Cuando alcé la vista aún me miraba curioso y sonreía divertido—. ¿No tienes otra cosas que hacer que quedarte ahí mirándome? ¿Cómo ir a una práctica, o entrenar, o algo por el estilo?
—Quizá si practicara o entrenara, sí.
Sonreí con sorna.
—Si tu beca no es en deportes, no puedo imaginarme de qué será, fortachón.
Tuve la ligerísima sospecha de que todos los que se me acercaban intentaban mentirme y eso empezaba a divertirme.
—Hm —hizo una mueca—. Beca sí, pero deportes no. ¿Tengo aspecto de mariscal? Interesante.
Fruncí el ceño y lo detallé descaradamente.
Parecía tallado por los dioses con ese cuerpo atlético y ese cabello cobrizo que le sentaba de maravilla. Su cara era angulosa, pero se veía joven, y casi respondiendo a mi próxima pregunta mental, se echó hacia atrás con una sonrisa.
—Tengo veintidós años. Gané una beca, sí, pero a los catorce en física. Estoy haciendo un doctorado.
Si decía la verdad, al igual que Grecia, éste era un cerebrito universitario desde antes de la pubertad.
Dejé caer mi barbilla sobre la palma de mi mano— Cada mentira me enamora más.
Rió— Sé cuán creíble parece —me tendió la mano—. Damien Lockwood.
Se la estreché— Avon Clarkson.
De una manera extraña, estar rodeándome de puros genios de la ciencia (y a pesar de que este fuese guapo y no pareciera inteligente, y probablemente sólo estuviera mintiéndome) me agradaba. Era igual que Trenton, quién era todo un softboy agradable y una dulzura de persona, que también era físico incluso.
—Es un placer.
—¿Física, entonces?
—Experimental —se estiró y puso las manos detrás de su cabeza, mostrándome sus grandes bíceps. Estuve a punto de blanquear los ojos—. Pero cuántica también. Actualmente mi tesis se basa en algo grande y ocupa mi mente más de la mitad de mi tiempo. Es muy adictivo, ¿sabes a lo que me refiero?
Pensé en Mina y reí. Cómo no entenderlo.
—Me ha pasado ultimamente —confesé, pero por suerte no me sumí en mis pensamientos nuevamente. Los chicos guapos solían distraerme —. ¿De qué es tu tesis?
—Tratamos de conseguir una manera de canalizar una fuerza parecida o igual a la de los agujeros negros. Trabajamos en una ecuación que nos permita, como a ellos, pasar materia de una dimensión a otra, solo que sin traspasar este plano, hacer que se estropee o simplemente se desaparezca.
Alcé las cejas y asentí mirando a los lados, esperando que alguien saliera de algún lado gritándome "¡¡¡Caiste en Pranked!!!" Pero no sucedió, así que le miré algo incrédula.