Una vez que salió del trabajo, tomó el autobús de las ocho para dirigirse al departamento. Estaba exhausto. Una vez que entró, saludó a Augusto.
—Hola.
—Hola. ¿Trajiste las leches?
—¡Mierda, no! —Hizo una mueca—. Las olvidé.
—Como sabía que algo así pasaría, le pedí a la vecina de enfrente —le sonrió mientras se servía cereal en un plato, pero Axel estaba tan agotado tanto física como mentalmente para hacer un gesto de empatía.
—Como sea, iré a dormir —murmuró.
—Buenas noches.
Cuando se acostó en su cama, se sus pensamientos volvieron a la invitación de la mañana. No entendía el motivo por el cual lo invitaron, sabía que era venganza, ¿pero por qué? Claro que él los alejó de su círculo de amigos, pero lo que le hicieron fue peor. Además se suponía que tenían que ser muy felices si iban a casarse, ¿qué ganaban con molestar a alguien más? Lo más fácil hubiera sido romper esa hoja y no pensar en ello, pero de seguro también invitaron a los demás amigos de la universidad, no quería parecer dolido o afectado frente a los muchachos.
El joven suspiró, se dio la vuelta y se tapó la cara con la almohada.
—Agggh, ¿por qué me ahogo en un vaso de agua? De seguro sí iré a la boda… Pero no puedo ir solo. —Se preguntaba y respondía él mismo en voz alta—. Ya sé, invitaré a una chica para que finja ser mi novia… O puede volverse mi novia en realidad… Así no pareceré un fracasado… ¡Axel, qué grandiosa idea!
Lo gracioso fue que lo pensó sin sarcasmo.
***
Al día siguiente, Axel se levantó más cansado que de costumbre, ya que por andar pensando en su plan para encontrar novia, no pudo dormir bien. Hizo la misma rutina de siempre: ducharse, cepillar sus dientes, desayunar. Tomó su maletín y tomó el mismo autobús con la misma ruta de siempre. Una vez que bajó, se dirigía al edificio de su empresa cuando notó que Elizabeth estaba terminando de colocar su auto en el estacionamiento de allí.
«Esta chamaca se siente la mejor, pero de seguro que ese auto se lo compró su papi» pensó con algo de envidia.
La chica se quitó los lentes de sol y lo saludó.
—Buenos días.
—Buenos días —respondió sin ánimo.
La chica tomó su bolso, se bajó del carro, se arregló con rapidez el moño que tenía amarrado en su coleta alta, y se puso al lado de él para caminar juntos hacia Contazaf, una empresa de contaduría privada, donde en su área se encargaban de las cuestiones administrativas.
—No luces muy bien, te ves algo pálido —comentó ella de repente.
«Oh, sí, perdóneme, señorita encantadora, pero no todos tenemos la dicha de ser tan perfectos en todo lo que hacemos» pensó sarcástico pero se mordió la lengua para no decir nada.
—Coméntale a la jefa que te dé permiso para ir al médico. Si gustas le puedo decir por ti…
«Ja, y quedarte con todo el crédito del trabajo y yo como el flojo que no quiere hacer nada… No, gracias».
—Estoy bien, estoy un poco cansado, eso es todo.
—Ah, está bien, solo no quiero que te sientas mal. —Lo miró con preocupación.
«Es una excelente actriz, obviamente no le importo». Rodó los ojos. Al llegar a la entrada, Axel tuvo que abrir la puerta y dejar que ella pasara primero.
—Como todo un caballero. —Sonrió pero por su tono Axel no supo diferenciar si lo decía en serio o con una pizca de sarcasmo.
—Ándale.
Tomaron el elevador y se dirigieron al piso que les correspondía para acudir a sus respectivos lugares, pero antes de lograr su cometido la señora Carvajal, que se encontraba cerca, se acercó a ellos y los detuvo.
—Con ustedes dos tengo que hablar. Vengan a mi oficina.
Ambos se miraron con duda y caminaron atrás de ella. Sus compañeros comenzaron a murmurar entre ellos para tratar de adivinar el motivo por el cual los llamaron. A primera vista parecía que era para llamarles la atención, pero Elizabeth era un elemento ejemplar y Axel no era malo en lo que hacía sino todo lo contrario.
—¿Para qué crees que los llamen? —Murmuró Federico a Amanda.
—Ojalá no sea para nada malo —contestó la mujer con preocupación.
***
Una vez dentro de la oficina de la señora Carvajal, ésta invitó a los jóvenes a tomar asiento. Ambos lo hicieron con aparente calma, aunque en el fondo estaban inquietados por saber a qué los habían llamado.
—Elizabeth, Axel. —Comenzó.
—Mande —respondió él sin poder disimular su ansiedad.
—Ustedes dos han sido, hasta ahorita —agregó con un tono ligeramente amenazante—, dos trabajadores que se han desarrollado y han cumplido muy bien con su trabajo. En especial tú, querida.
Axel tuvo que luchar con todas sus fuerzas para no poner una expresión de fastidio, y Elizabeth para no sonreír con arrogancia.