Al final, como solo se quedó con la opinión de Augusto, terminó yendo con ellos al cine. Después de trabajar, Axel llegó al cine y vio que su amigo y Kimberly ya se encontraban allí, platicando y riendo entre ellos. Cuando se acercó más, Augusto lo saludó y le dijo que se acercara.
—Hola. —Saludó sin muchos ánimos.
—Hola, amigo.
—¡Hola! —Exclamó Kimberly—. ¡Qué bueno que también invitaste a tu amigo! Así la diversión es mayor. —Aplaudió mientras daba pequeños saltitos.
—Sí, por eso lo traje —respondió con su mismo tono aburrido.
Lo peor fue que, a la hora de entrar a la sala, Augusto, con la excusa de que él cargaba la bandeja de palomitas y refrescos, se sentó en medio. Axel en verdad quiso ponerle atención a la película, para distraerse aunque fuera un poco, pero las risitas y comentarios que se hacían su amigo y la chica que le gustaba no lo ayudaban en mucho.
Al terminar la función, los tres decidieron tomar un taxi. Lo peor para Axel fue cuando estaban en el vehículo, pues Augusto y Kimberly seguían riendo y comentando acerca de lo genial que estuvo la película.
—Ayy, me la pasé genial —rio la chica—, ¿ustedes no?
—Sí, estuvo muy padre —contestó Augusto—, ¿qué dices, Axel?
—Sí, genial. —Les siguió la corriente, y aunque intentó que su tono de voz no se escuchara hosco, falló, aunque los otros dos parecieron no darse cuenta o si lo hicieron, lo ignoraron a propósito.
—Mi parte favorita fue cuando hicieron el baile gracioso. —Siguió la chica.
—Esa también fue mi parte favorita —respondió Augusto.
Llegaron a sus respectivos departamentos y Axel ya se estaba sintiendo cada vez más irritado de que los otros dos estuvieran platicando entre ellos e ignorándolo a él.
Cuando llegó el momento de separarse, solo le dijo adiós a Kimberly y se metió hasta su habitación. Pensó que al menos era fin de semana y podría descansar, ya que en el trabajo tampoco le estaba yendo tan bien, pues en los últimos días Elizabeth parecía irritada con su presencia.
***
El día lunes, todo estaba bien hasta que Elizabeth le empezó a reclamar por qué no había investigado y encontrando más información.
—Axel —se tocó el puente de la nariz—, no te estoy recriminando nada, ¿pero por qué no has traído más información?
—Sí he traído. —Se defendió. Estaba demasiado fastidiado con todo el mundo como para permitir que le echaran algo en cara.
—Pero es mínima —reclamó ella—, ¡yo soy la que se ha involucrado más en esto!
—Niña —dijo con desdén—, no te quieras tomar importancia, puede que hayas traído más información pero es irrelevante comparado con lo que yo encontré.
Los compañeros que se encontraban cerca de ellos hacían que no los escuchaban, pero en realidad no se perdían ni un solo detalle de la discusión.
—Al menos yo sí me preocupo por mi trabajo.
—¿Crees que yo no?
—¡No! —Aventó los papeles encima del escritorio—. No soporto trabajar contigo —murmuró en voz baja, pero para su mala suerte, Axel tenía muy buen oído.
—¿Crees que me es fácil trabajar contigo? —Replicó—. ¡Es un suplicio! —Exclamó—. Eres muy molesta.
La chica bajó la mirada y frunció el entrecejo.
—Y tú un irresponsable. —En seguida se dio la media vuelta y se alejó.
Después de esa «diplomática conversación laboral», el joven se pasó las manos por la cara, sintiéndose culpable.
—Aghh… —Se enderezó y vio a los demás, que lo miraban con fijeza sin tratar de disimular—. ¿Y ustedes qué? —No se sentía tan calmado como para no actuar mordaz con esos chismosos. Sus compañeros lo vieron de mala manera y regresaron a sus actividades sin decir nada.
***
Después de la discusión que tuvo con Axel, Elizabeth fue rápidamente al baño. Se quedó un rato encerrada en un cubículo, limpiándose una que otra lágrima. Cuando murmuró que no soportaba trabajar con el joven, no significaba que lo encontraba fastidioso —aunque al parecer, él sí la encontraba a ella de esa manera—, se refería a que en realidad lo que no soportaba era formar equipo con la persona por la cual tenía sentimientos encontrados y, lo peor, con la cual competía por un puesto laboral. A Elizabeth no le pareció desde un principio la idea de trabajar con Axel, pues sabía que existía el peligro de que esa acción llegara a intensificar sus sentimientos, y eso era lo que menos quería.
«Yo quiero el ascenso, solo eso» pensó, después de tranquilizarse. Salió rápidamente del cubículo y se dirigió a los lavabos. En seguida tomó una toalla de papel y comenzó a quitarse el maquillaje de los ojos porque se le había corrido un poco. En el momento en que oyó que alguien más entraba al baño, se tensó, lo que menos deseaba era tener compañía. El hecho de que fuera Amanda la que entraba no le ofrecía un mayor alivio.
—Elizabeth —dijo la mujer viéndola con fijeza—, ¿estás bien?