El resto de la semana, Axel intentó buscar a Elizabeth para hablar pero al parecer lo estaba evitando, y las pocas veces que la vio estaba acompañada de Carvajal, así que no podía decirle nada. El día viernes se hartó de la situación y decidió ir a buscarla a su nueva oficina. Una vez allí, iba a tocar pero le pareció escuchar voces adentro, así que prefirió esperar. No tardó mucho, pues en unos minutos, salió Eduardo de su oficina. Su compañero lucía muy molesto, hasta murmuró algo en voz baja y Axel leyó sus labios, donde se dio cuenta que decía claramente «es una perra». Sabía que ahora tenían más trato con Elizabeth porque su puesto lo ameritaba, ya que, como supervisora, les tenía que decir a sus compañeros lo que hacían mal para tratar de mejorar; la señora Carvajal se quitó un peso, pues ahora le pasaba todas las quejas, y ella se las tenía que hacer llegar a los demás. Eduardo estaba molesto porque le dijo que holgazaneaba mucho y que, si seguía así, le levantaría un acta. Por supuesto que las órdenes no eran de ella pero al parecer sus compañeros no lo comprendían. Axel lo ignoró y tocó la puerta de la oficina.
—Adelante. —Escuchó la voz de la chica.
Axel entró y cerró la puerta tras de sí. Elizabeth, al verlo, puso cara de fastidio.
—Buenas tardes —saludó él.
—Buenas tardes —respondió—. A ti no te he llamado todavía, pero no tengo mucho que decirte, tu desempeño es bueno —comentó mientras hojeaba los expedientes para buscar el de él—, aunque sí te falta mejorar en ciertos aspectos…
—No vengo a hablar de eso.
—¿Ah, no? —Alzó una ceja y lo miró. Puso sus codos en el escrito y junto sus manos, para posteriormente recargar la barbilla en ellas—. ¿Entonces qué?
—Quiero hablar contigo. ¿Me puedo sentar?
—Me imagino que quieres saber asuntos del trabajo, ¿o me equivoco?
—Te equivocas.
Elizabeth frunció el entrecejo.
—No tengo tiempo, estoy ocupada, necesito volver a trabajar —respondió, regresando la mirada a su computadora—. Puedes retirarte —agregó, al ver que no se iba.
Axel frunció el entrecejo e ignorándola, tomó la silla y se sentó.
—¿Qué te pasa? —Le preguntó.
—¿Qué te pasa a ti? —Respondió ella con el mismo tono, volteándolo a ver con severidad.
—Visiblemente estás enojada —ignoró su pregunta—, ¿pero por qué? ¿Qué te molesta? ¿O te hice algo?
—No tengo nada —respondió con tono cortante.
—Vamos, no me salgas con eso.
—No tengo nada, Axel, pero en serio necesito seguir con mi trabajo.
Él suspiró con pesadez. Ella, por su parte, no despegó su vista del joven.
—Está bien. —Se cruzó de brazos—. Antes de irme te quería invitar a mi departamento la siguiente semana… —Ella lo miró con extrañeza—. Bueno, no solo a ti, no pienses mal —movió las manos de un lado a otro—, lo que pasa es que el dieciocho es mi cumpleaños…
—Lo sé —lo interrumpió. En seguida se maldijo en la mente, pues no pensó lo que dijo, solo se le salió.
—¿Lo sabes? —Sonrió con algo de picardía; ella sólo tragó grueso pero no respondió—. Bueno, eso me alegra —murmuró sin dejar de sonreír—. El punto es que haré una reunión, algo sencillo, y me gustaría que fueras.
—¿Es en serio? —Musitó.
—¡Por supuesto! —Exclamó—. Te echo de menos, extraño trabajar contigo.
—¿No me odias? —Preguntó, mordiéndose el labio inferior.
—¿Odiarte? ¿Por qué? —Preguntó dudoso.
—Por el ascenso —dijo en voz baja.
«Ahí está lo que tenía» pensó Axel. En seguida se levantó y rodeó el escritorio. Ella hizo lo mismo y quedaron frente a frente, sin decirse nada, hasta que Axel le rodeó la cintura con los brazos y la acercó a él.
—Te mereces el ascenso —le susurró—. Felicidades.
Elizabeth le devolvió el abrazo.
—También te echo de menos —respondió, aferrándose más a él—. Y por supuesto que me encantaría ir…
Axel no se contuvo y le dio un pequeño beso en la frente. Antes de que ella comentara algo, escucharon la puerta de la oficina abrirse y se separaron con rapidez. Lo peor fue cuando vieron quién entraba: la señora Carvajal. La mujer tenía el entrecejo fruncido y parecía muy molesta.
—Les dije que sus cosas personales las hagan fuera de aquí —les recordó con tono duro—. Axel, vete —le ordenó.
El chico le hizo un gesto de despedida a Elizabeth y salió con rapidez. Una vez que se quedaron solas, Diamantina habló.
—Elizabeth, si no te puedes controlar con Axel, mejor ni lo metas a tu oficina, no te vayas a ocasionar algún problema.
—Solo fue un abrazo —le replicó. La mujer la miró con curiosidad, era la primera vez que le respondía para defenderse.
—Vaya, Elizabeth, te creí más lista.
La chica se mordió la lengua para no responder.
—Como sea, allá tú, pero no vengas a quejarte cuando tengas un matrimonio fallido y pequeños monstruos corriendo y saltando alrededor tuyo.