Axel no sabía cuánto tiempo le darían de penalización a Martina, o si la llevarían a un manicomio, pero lo que sí sabía —y estaba de acuerdo— fue que le pusieron una orden de restricción para que no se acercara ni él ni a Elizabeth. Eso lo aliviaba de cierta forma, aunque todavía faltaban algunas cosas como tener que ir a hacer su declaración, pero eso lo vería en los siguientes días. También ayudó el hecho de que, como el joven fue el que acusó a Martina con las autoridades, la chica perdió el interés romántico en él. Ahora le caía mal y en su mente lo llamaba «traidor».
Mientras tanto, el resto del tiempo en que se quedó como supervisor, fue sacando el trabajo de Elizabeth. Los compañeros la odiaban, pero se dieron cuenta de que el cargo ameritaba ser duro, pues Axel era peor llevándolo a cabo, ya que no tenía tacto a la hora de decir las cosas.
—Federico —le dijo un día de esos a su amigo—, eres muy flojo. —Lo señaló con su pluma—. No eres de los mejores elementos, tienes que cuidar tu trabajo, estás en la lista negra de la señora Carvajal. Además eres un pervertido, te recomiendo que dejes de andar viendo las fotos de tus tipas encueradas en tu celular, no creas que no nos damos cuenta de que ves esa clase de cosas en tus ratos libres.
El hombre frunció el entrecejo.
—¿Cuándo regresa Elizabeth? Ya hasta la extraño, por lo menos ella no era tan metida.
—Regresa en menos de un mes.
—Dile que la esperamos con ansias.
—Se lo diré. —Se cruzó de brazos.
Incluso hizo molestar un poco a Amanda.
—Amanda, te recomiendo que dejes tus pasatiempos personales fuera de aquí. Algunos compañeros se han quejado de que hablas cosas de tu religión, puede resultar molesto para algunos, así que ya no lo hagas —lo dijo como «sugerencia» aunque más bien era una orden. La chica lo miró atónita. Elizabeth nunca se atrevió a decirle nada, ya que también era muy creyente y no le gustaba decir algo en contra de su religión, pero Axel sí lo hizo.
—Axel, estás insufrible —se quejó—. Y no soy la única que lo piensa. Todos se están quejando de ti.
—No es fácil ejercer este puesto pero tengo que hacer mi trabajo. Lo lamento como amigo tuyo, pero es mi obligación.
Amanda bajó la mirada.
—Lo sé.
Al verla triste, agregó.
—En verdad, Amanda, no es mi intención, sabes que tú puedes hablar conmigo de lo que quieras, solo que aquí no. Incluso podemos ir a algún café saliendo de aquí.
Ella negó con la cabeza.
—No es eso, es que… Tú eres uno de mis mejores amigos y de las mejores personas que conozco, al verte de esta manera siento que todos fuimos muy injustos con Elizabeth —aceptó—. Ella solo hace su trabajo, no lo hace por molestarnos a todos.
Axel le sonrió.
—Ella es muy buena persona.
—Sí, ya me di cuenta. —Lo volteó a ver y entrecerró los ojos—. Al menos ella es educada, tú eres un sinvergüenza a la hora de decir las cosas. Creo que Eduardo te odia.
—Lástima. —Se encogió de hombros—. No voy a dejar de comer.
—Ayyy, ya, por favor, Diosito, que venga Elizabeth pronto. —Juntó sus dos manos y Axel soltó una risotada.
Incluso la señora Carvajal, al oír las quejas que tenía los trabajadores hacia Axel, se arrepintió —un poquito— de no haberle dado el ascenso. «Pero si él los enoja más, lo hubiera dejado en el puesto». Llegó a pensar. «Sin embargo no puedo, Elizabeth ya firmó el contrato y Edgar dice que no puedo quitarla así de repente».
Al ver que sus compañeros empezaron a simpatizar un poco más con Elizabeth y la extrañaban, Axel se puso de acuerdo con ellos para darle la bienvenida el día que regresara y por ahí festejar el hecho de que ella se llevara el ascenso. En otro momento, esa idea les habría parecido absurda a los demás y no hubieran aceptado, pero como ya les urgía que regresara, hasta se pusieron contentos con la noticia; también sabían del accidente que había pasado y, en el fondo, todavía le tenían estima a Axel, y él se veía muy ilusionado por hacer ese pequeño festejo para la joven.
***
Cuando Elizabeth regresó se quedó extrañada de que, antes de llegar a su oficina, Axel le pidiera que lo acompañara a la cocina. Después de saludarla y darle un abrazo, dijo su petición.
—Eli, ¿podrías venir a la cocina un momento? Por cierto —la miró con atención—, me alegra de que estés mejor, veo que ya no llevas el collarín.
—Sí, ya estoy mejor, gracias a Dios no fue nada grave.
—¿Y de tus costillas?
—Estoy perfectamente bien —le sonrió—. ¿Pero para qué quieres que vaya? —Preguntó regresando al tema original, alzando una ceja.
—Tú ven.
—Pero tengo que ir a la oficina, tengo trabajo pendiente.
—No te preocupes por eso, yo saqué todo.
—¿Ah, sí?
—Sí… Bueno, quedaron cosas pendientes —aceptó—, pero poquitas —se excusó.