Retrocedamos algunos años.
Leo Zaragoza tenía dieciséis años y había sido marinero más de la mitad de su corta vida, era una cuestión familiar, y cuando le ofrecieron la oportunidad de unirse a una de las primeras expediciones al nuevo mundo acepto dichoso.
-Mi valiente muchacho-sus padres fueron a despedirle en el puerto-que Dios te acompañe.
-Cuídate mucho y regresa a salvo, eres nuestro orgullo, Leo.
En aquella época América era lo más lejos que se podía ir, la gente decía que era una tierra tan salvaje y exótica como las indias, tan exuberante y llena de riquezas como el medio oriente; todos querían una parte de América pero como los españoles la habían descubierto serian los primeros en tomar una buena porción del pastel.
-Llévate esto-su padre le dio una daga.
-Y esto-su madre un relicario-estaremos rezando por ti.
-¡Todos a bordo!-gritaron desde los barcos.
-Los voy a extrañar-dio un último abrazo y salió corriendo-¡Hasta pronto!
Subió rápidamente a la nave y busco un lugar en el puente desde donde despedirse de sus padres, sin ellos nunca hubiera llegado allí, su padre había sido capitán y desde niño le acostumbro a los barcos, su madre era una mujer letrada, le enseño a leer, escribir y contar, gracias a ella no sería un simple grumete sino que asistiría al capitán en la noble tarea de documentar el viaje.
-¡Zaragoza!-el capitán vociferaba ordenes por todos lados-¡No te quedes allí parado!, ¡Ayuda con las amarras!
-¡Si, capitán!-lanzo una última mirada al muelle y se puso a trabajar.
En esa época una Carabela Española bien equipada tardaba dos meses en hacer el viaje desde España, eso con buen clima, ir al nuevo mundo no solo era una aventura impresionante sino que rayaba en lo suicida, al despedirse de sus seres queridos Leo, y todos los que iban a bordo, lo hacían a conciencia de que quizás jamás los verían otra vez.
La expedición de la que Leo formaba parte estaba compuesta por tres carabelas, la Santa Rosa, la Buena Esperanza y la Josefina, Leo iba a bordo de la Santa Rosa y como el capitán también estaba allí eso le convertía en el barco líder; cuando España dejo de verse en el horizonte y la actividad se redujo se dirigió al camarote del capitán, este seguía afuera supervisando la navegación asique tuvo tiempo de buscar papel, pluma y tinta, dejando todo a punto para su labor.
-Ah, ya estás aquí-se sintió complacido al verle-estupendo, escribe mi nombre y la fecha.
-Sí, capitán.
-“Día uno”-comenzó a narrar-“Salimos del Puerto de Palos con cielos despejados y viento a favor, nuestra misión es arribar en América y establecer las bases de una colonia en nombre de sus majestades, el rey y la reina de España”
-“…de España”, listo.
-Déjame ver-reviso lo escrito-buena letra, ¿haces cuentas también?
-Sí, capitán.
-Nos serás muy útil-le dio una palmada en la espalda-vete a la bodega y que nuestro despensero te ponga al tanto de las provisiones, quiero todo anotado.
-Enseguida, capitán-tomo un legajo de papel y salió a cumplir la orden.
Un barco es uno de los lugares más curiosos para vivir una larga temporada, es un pequeño mundo de hombres en constante movimiento, se avanza pero el paisaje no cambia durante semanas y eso convierte el tedio en el mayor de los enemigos, los marineros se enfrentan a este con historias, ron, canciones, juegos de cartas, ron, juegos de azar, ejercicios, ¿ya mencionamos el ron?, y cuanto se les ocurra para hacer menos aborrecible el día tras día en alta mar.
En lo particular Leo no se aburría, era un muchacho alegre y lleno de energía que no veía la hora de poner un pie en el nuevo mundo, cuando no estaba escribiendo se paseaba de arriba abajo por la nave asistiendo a quien lo necesitara, limpiaba la cubierta, pelaba patatas, pescaba peces y animaba a todos con su contagiosa vitalidad.