Ayar Cachi Y El Origen De La Tribu Quilimas

Ayar Cachi y el origen de la Tribu Quilimas

Germán Ochoa

Se cuenta que, luego del Diluvio Universal salieron de una cueva  sobre la montaña de Pacari Tambo,  ocho hermanos y hermanas que fueron esposos a la vez.   Al ver los valles y montañas enlodadas, sin vida, sin vegetación, decidieron viajar al sudeste  en busca de tierras fértiles para tener sus descendientes y  poblar la tierra. Al cabo de unos días  de viaje hubo discrepancias entre ellos, todos se revelaron en contra de  Ayar Cachi el más fuerte, valiente, y gigantesco hombre fornido. Sus hermanos  celosos de su fuerza  e intimidados pensando que él quería gobernar la tierra y dejarlos a ellos como sirvientes, traman un plan. Con engaños lo convencen  de regresar a la cueva de la montaña llamada Pacarina en busca de  agua y semillas. Una vez allí, hacen rodar una gigantesca piedra que cubre la entrada.  Ayar Cachi queda encantado  y los siete  hermanos  siguen su camino.

Nakawé– Hija de Pachamama, dueña y señora del agua y de las chispitas doradas que siempre le acompañan cuando la tierra se cubre  de obscuridad.  Recorría todas las noches iluminando la tierra en una especie de esfera de oro.  Cuando entre sus viajes, al pasar por aquella montaña  miraba y se acercaba cada vez más. Sin duda, fue una atracción muy fuerte. Con el pasar de las noches,  ella  se conmovió tanto  al verlo que padecía frío y hambre,  con sus aladas manos lo envolvió en su regazo y lo lleva  hasta su morada para que no esté solo.

Ayar Cachi fue  introducido en el nevado llamado “Quilimas”  y Nakawé, se introducía  al despertar el Dios Inti en el volcán llamado “El Altar”

Inti, su padre,  entre sueños  manifiesta:

– Hijo mío,  quienes te hicieron esto pagarán con sus vidas, sus reinos florecerán, acumularán grandes tierras y grandes riquezas, pero,  ya vienen unos  lobos blancos que arrasaran con todo, serán despojados de su casa y sus imperios quedaran bajo las garras de los invasores. Sus mujeres y sus hombres  y su espíritu serán esclavos.   Tú, mi hijo amado, vivirás por la eternidad en el corazón de tu pueblo…

Ayar Cachi, se lavanda  de sus sueños, queda atónito, pues el aire le faltaba, sentía frío, sentía miedo,  la vista se queda nublada.  Entre espejismos recuerda que una hermosa mujer la envolvió entre su pecho y la trajo hasta este sitio,  abrigó la curiosidad por una voz que le susurraba en sus orejas invitándole a seguir.

– ¡Carajo! – En voz pongo mi pasos  Taita Inti –  Exclama.

Nadie sabe cuántos días caminó  o si alguien le iba guiando. Se introducía más y más en las profundidades del páramo. Por fin luego de estar sediento y casi sin fuerzas logra ver una pequeña hendidura a lo lejos  entre tanta neblina espesa, con esfuerzos logra llegar. Se desploma y cae al suelo, lo más raro era que llovía, pero no mojaba, eran unas gotas como de lana de alpacas, unas blancas, otras grises.

¿Qué era eso? – No lo comprendía – 

Las gotas congeladas  iban pegando sobre su rostro y cubriendo sus ojos.  Empieza a hurtar el lugar. El viento cada vez más penetrante soplaba  con sus cuatro bocas y sus mil pulmones impidiendo dar un paso siquiera.  Con dificultad trata de mantener abiertos los párpados,  que de a poco se iban quedando entumecidos y apenas veía sus pies descalzos.  Inquietante decide asomarse por un lado de la montaña, y para cubrirse del frío arranca un poco de hierba para  el rostro  y su espalda,  mas ésta en sus manos, se vuelve opaca, seca y dura.

A sus orejas llega nuevamente unas voces, un susurro…

–Ven, tú que caminas por chaquiñán sagrado, no tengas miedo.

– Vete de aquí, – decían otras, muy grotescas–  No perteneces a este lugar,  únicamente los hijos de Taita Chimborazo, Taita Quilimas y Mama Tungurahua  pueden pasar.  La curiosidad lo lleva hasta las inmediaciones del lugar.

– ¿Quién podía ser?  – Pensaba ­– Para él, solo existía su Taita Inti.

Cae la obscuridad y,  de una hermosa  vertiente de agua cristalina que  brotaba desde las entrañas de una roca negra  azulada, emerge una silueta en forma de mujer cubierta por un manto blanco, sus cabellos rizados llegaban hasta su vientre, de su torso se extendían un par de alas doradas y en vez de pies llevaba un par de patas de pájaro.  A sus ojos,  aquella mujer se enrolla y se posa sobre sus anchos  hombros junto a ella unas chispitas doradas que juguetean saltando de montaña en montaña.

– ¿Quién eres?  –Decide preguntar­–

– Soy Nakawé– Hija de Pachamama, dueña y señora del agua y de las chispitas doradas que siempre me acompañan cuando la tierra se cubre  de obscuridad. 

–  Yo Ser Ayar Cachi, hijo de Taita Inti ¿Por qué me has traído? –Cuestiona–

–Nakawé, no dice palabra alguna y empieza su recorrido.  Iba girando entre destellos luminosos sobre aquel lugar muy feliz,  feliz porque tenía con quien platicar y no se sentiría sola nunca más.  



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Editado: 07.10.2019

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