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Capítulo 1 Si algo tiene que suceder, sucede.

Estoy corriendo en una carrera perdida

Caminando en un laberinto sin salida

Y solo veo rostros extraños a mí alrededor

Solo quiero dejar de rodar en círculos

Encontrar la salida de este lugar oscuro y frío.

Mi mamá siempre dice: si algo tiene que suceder, sucede. A veces eso me molesta, lo aplica en todo. El otro día estaba lloviendo, dos taxis pasaron y no se detuvieron, ella me miro seria y me dijo que por algo pasan las cosas y si algo tiene que suceder, sucede. No mamá, algunas cosas simplemente pasan. También dice que si alguien está destinado a morir, morirá de cualquier forma. ¿Cómo sabe alguien que está destinado a morir?, recuerdo que le pregunte y ella me conto sobre un accidente muy extraño que me dejo pensativa. En aquel accidente de auto solo murió un pasajero de los siete que viajan en el auto. Ni el conductor murió. Después de contarme eso, mi mamá me miro y me dijo: si alguien está destinado a morir, morirá. Y después que mi mamá se alejó y me dejo sola en la sala me pregunte ¿Qué pasa con aquellos que no están destinados a morir y quieren morir? ¿Quién se apiada de ellos? Pero no encontré una respuesta, al menos no una buena. No una que me deje conciliar tranquila el sueño.

-Mañana será mejor.-me digo mientras apago la luz y me acuesto en mi cama. Cierro los ojos y me duermo con la esperanza que mañana será un buen día.

Cuando me despierto son las cinco de la mañana, últimamente siempre me despierto a esta hora y me resulta muy extraño, yo siempre he sido buena para dormir, podía dormir por horas y horas. Pero ahora no, ahora el dolor no me deja dormir. Así que me pongo de pie y salgo de mi habitación sin hacer ruido. La sala aún está a oscuras y puedo escuchar los leves ronquidos de mi mamá, tanto mi mamá como mi hermana duermen con la puerta abierta, yo no puedo dormir así. Siempre cierro la puerta con seguro cuando estoy en mi habitación. Camino hasta la ventana y me quedo de pie mirando a través del vidrio las calles solitarias. Todo está tan tranquilo a esta hora. En este pequeño momento de paz, no hay dolor, no hay ansiedad, no hay nada más que tranquilidad. Pero no dura mucha, el dolor siempre vuelve ¿Por qué vuelve? Yo no lo quiero aquí, no es bienvenido.

-Pero al dolor no le importa eso-susurro mientras recuesto mi mejilla izquierda en el vidrio.

Mientras miro las calles y veo un par de gatos correr por la vereda, el dolor solo se siente como un recuerdo lejano, algo extraño. Una terrible tormenta del pasado.

-A veces yo soy la tormenta.

¿De dónde viene tanto dolor? No lo sé, casi todos los días me pregunto lo mismo. Pero no encuentro una respuesta, yo debería ser feliz, tengo todo para ser feliz y recuerdo que antes era feliz, pero ahora esa felicidad es solo un recuerdo lejano. Recuerdo que un día el dolor llegó, deje la puerta abierta y se metió por error, era tan pequeño como un grano de arena así que no le di importancia, a la siguiente semana eran cien granos y al mes ya no fui capaz de contar cuantos granos eran. Ahora es tan grande como el desierto del Sahara y yo estoy perdida en él. ¿Qué puedo hacer? ¿Pedir ayuda? Mi mamá no lo entendería. Nadie se da cuenta y yo no puedo decir nada, me acostumbre a callar todo, a guardarme mi dolor. Pero ya no hay espacio dentro de mí para guardar más dolor. Las lágrimas que he venido conteniendo salen sin control cuando quieren, están molestas conmigo por reprimirlas tanto tiempo. Y la felicidad es un turista a la que no trate bien y ahora ya no quiere regresar.

-Buenos días, Alice Liliana-me sobresalto al escuchar la voz de mi mamá.

-Clarke, solo te falta decir mi apellido-le digo a mi mamá-no entiendo porque por las mañanas me llamas por mis dos nombres, es raro mamá.

Aún esta oscuro, miro el reloj en forma de sol que hay en la pared y veo que son las seis, falta poco para que amanezca. Mi mamá empieza a calentar agua para hacer un poco de café, ella no puede hacer nada en las mañana sin antes tomar una taza de café.

-Buenos días.- Finjo una sonrisa, estoy tan acostumbrada a fingir sonrisas, a decir cosas agradables cuando me siento triste, a disfrazar mi dolor con buen humor hacia los demás. Si los demás son felices no se fijan en mi dolor y yo tengo más tiempo para aprender a lidiar con él. Me siento sola, perdida en un mar de almas rotas. Perdida y hay momentos en donde ya no quiero que me rescaten, momentos en donde ya no quiero luchar ¿Para qué? El dolor no se va y es que no puedo dejar de pensar en todo el dolor que hay en el mundo, en todo el dolor que hay dentro de mí, que no hace más que crecer y crecer todos los días. No puedo dejar de pensar que en cualquier momento puede haber un terremoto y moriré. Todos los días tengo el temor que mi casa se incendie, que explote el gas, todos los días tengo miedo de sufrir. Porque somos personas tan frágiles, cualquier cosa nos rompe, nos lastima y yo soy aún más frágil, pero nadie ve eso, ellos creen que soy invencible y me están bombardeando y ya no puedo más. El chaleco antibalas que tenía ya no funciona, se rompió y ahora está junto a mí, está roto a mis pies. Tiene más balas de las que puedo llegar a contar. Ya no quiero luchar y sin embargo aún hay una parte de mí que quiere que alguien me tome de la mano y me saque del hueco en el que estoy. Pero no hay nadie y el frío de este hueco me está matando lentamente y las balas no dejan de llegar, ellos no ven que ya no tengo mi chaleco antibalas o quizás no les importa.




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