Ayúdame a Despertar

CAPITULO 2

—Aiden.

El chico que se encontraba llorando levantó la mirada y vio a la mujer que cuidaba de él. Sin decir una palabra, ella, con el corazón en la boca, se acercó a él y lo abrazó con fuerza. Era una escena triste, pero entre ellos nacía una luz de esperanza que aumentaba a medida que el abrazo se prolongaba. Ana le daba fuerzas para no derrumbarse. Había días en los cuales esas fuerzas no eran suficientes, y se apoyaba hablando con Olivia, aunque sabía que ella no le iba a responder.

—La extraño, Ana. Quiero que regrese —el muchacho se separó de la mujer secándose las lágrimas y respirando profundamente para detener el llanto.

—Todos la extrañamos y sabemos que va a abrir los ojos a lo que evitaba, solo ten fe —la mujer acarició los cabellos castaños del joven, logrando calmarlo aún más, y ambos observaron a la joven en la camilla.

—Recuerdo cuando la conocí...

Los recuerdos invadieron la mente de Aiden y llegaron a su primer día en la preparatoria. Se había mudado por enésima vez gracias al trabajo de sus padres, que les demandaba viajar constantemente. Cada dos semanas, el joven se quedaba solo, hasta que se mudó con Ana y Diego. La pareja era amiga de sus padres desde la infancia y se ofrecieron a cuidarlo cuando él empezó a tener cuadros muy fuertes de ansiedad producida por estrés.

Aidan era el chico nuevo que llegaba de Londres, pero había nacido en Nueva York y sentía los ojos de todos encima. Era el inicio de septiembre cuando ingresó y los nervios estaban a flor de piel. Con un poco de dificultad, logró llegar a su aula y al entrar se topó con un par de ojos color avellana observándolo con curiosidad, para luego bajar a sus labios y ver una sonrisa brillante que irradiaba calidez, como una bienvenida silenciosa.

—Hola. Tú eres Aiden, ¿verdad? —la voz del profesor interrumpió el detallado reconocimiento que realizaba en el rostro de aquella joven que había captado su atención.

—Sí, soy Aiden McGregor —el chico se acercó al escritorio del profesor para dejar la ficha que le habían entregado cuando llegó y recibió el libro del curso: "Historia Universal".

—Muy bien, clase —el profesor se puso de pie y llevó a Aiden al centro mientras todos tomaban asiento en sus respectivos lugares, prestando atención al joven de ojos azules—. Hoy se nos une un alumno nuevo, vamos, preséntate.

—Mi nombre es Aiden McGregor y soy de Nueva York —todo el salón se llenó de murmullos cuando el joven se presentó. Siempre era la peor parte de ser el recién llegado.

—Orden, muchachos. Puedes sentarte junto a Olivia —le indicó, y al seguir la dirección a la que le apuntaba, pudo ver de nuevo ese par de orbes color avellana viéndolo impacientes por saber más de él.

Aiden se dirigió en silencio a su asiento y, aun con los ojos de ella puestos en él, acomodó sus cosas dispuesto a poner atención a lo que decía el profesor.

—Ah, así que eres de Nueva York. ¿Qué te trae a San Francisco? —un susurro suave y dulce llegó a los oídos de Aiden, haciendo que sus ojos azules se encontraran con los curiosos ojos avellana que lo perseguían.

—Me mudé con unos amigos de mis padres, ya que ellos viajan mucho por trabajo —respondió de igual forma y volvió a centrar su atención en el pizarrón.

—Interesante.

Una sonrisa apareció en el rostro de Aiden al escuchar el tono de voz de la joven que se había interesado en él. Sabía que había iniciado con un buen pie en la preparatoria.

La mente de Aidan regresó al presente con el anhelo de volver a ver ese par de ojos avellana que siempre lo veían con curiosidad, queriendo saber qué esconde detrás de sus ojos azules, tan profundos como el océano.

—Deberías ir a casa, necesitas descansar —la voz de Ana lo sacó de sus anhelos y cayó en cuenta de que no había dormido bien los últimos días que se había quedado en el hospital vigilando a Olivia.

—Estoy bien.

—Anoche apenas dormiste. Cuando entré a tu habitación, eran casi las cuatro de la mañana.

—Estoy durmiendo bien —mintió.

—Sabes que no me puedes mentir. Te cuido desde que llegaste a la ciudad y te conozco desde que tenías un año —le reprochó la mujer. Era difícil mentirle a quien prácticamente es tu segunda madre.

—De acuerdo, solo serán un par de horas —suspiró con pesar y levantó su pesado cuerpo con dificultad. Había estado más de ocho horas sentado sin moverse.

Los dos salieron de la habitación y se encontraron con los tres adultos que conversaban en el pasillo. Al verlos, sonrieron, relajando el ambiente melancólico que se había formado momentos atrás.

—Al fin lograste que saliera.

—No te alegres mucho, Diego. Solo serán unas horas —se quejó el joven y sin decir más, se encaminó a la salida del hospital, dejándolos atrás.

—No serán un par de horas.

—Lleva días aquí, además, con las ojeras que tiene, necesita descansar —habló la mujer con los mismos ojos color avellana que había heredado Olivia.

—Diego y yo iremos con él. Debo asegurarme de que coma algo antes de que se duerma.

Los cuatro se despidieron con un cálido abrazo, y la pareja más joven siguió el mismo camino que había tomado el chico minutos atrás, dejando a los padres de la joven observando la puerta de la habitación de su hija.

—Va a abrir los ojos a lo que evitaba, ¿verdad? —preguntó en voz baja Laura, provocando que a su esposo se le cortara el aliento por el tono de su voz.

—Lo hará. Yo sé que va a abrir los ojos a lo que evitaba.

Ambos se fundieron en un fuerte abrazo, dándome fuerzas para no caer. Los últimos tres meses habían sido agotadores, y no perdían la esperanza de recuperar a su única hija.

Para aquellos padres, escuchar que su hija había quedado en coma fue una bala en el corazón. Amaban con locura a su hija, y les dolía verla en ese estado, más aún cuando las festividades habían pasado hace poco.

—Sabemos que Liv no se rinde fácil. Sé que está luchando para abrir los ojos a lo que evitaba y volver con nosotros —Jeremy acariciaba el brazo de su esposa, transmitiendo tranquilidad.



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En el texto hay: tragedia, amor, recuerdos

Editado: 27.07.2025

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