Ana y Diego entraron a la casa media hora después, y el primero en ver a un muy borracho Aiden fue Diego. Se encontraba en la mesa de la cocina con la mirada perdida y todas las botellas vacías cerca de él. Aquella escena lo enfureció, y golpeó la mesa para llamar la atención del chico, lo que provocó la llegada de Ana también.
—¡Aiden Nicolas Mcgregor! —gritó, lleno de furia, bajo la mirada serena del chico, la cual era provocada por el alcohol.
—Presente.
—No estoy bromeando —Diego se cruzó de brazos.
—Aiden, ¿qué te pasa? —preguntó la mujer al verlo en aquel estado.
—Antes de que sigan con el regaño, estaré ebrio, pero sé bien lo que hice —se levantó tambaleante y miró a la pareja.
—Háblanos, ¿por qué lo hiciste?
—Quería olvidar, por eso lo hice, Diego. Quiero olvidarme de toda la mierda que han sido estos meses por mi maldita culpa —las lágrimas caían por sus mejillas, y lo único que quería era dormir.
—Eso no te da derecho a ahogarte en alcohol. ¿Sabes lo peligroso que puede llegar a ser eso?
—Lo sé perfectamente, y si me disculpan, quiero ir a dormir —se limpió las lágrimas y trató de caminar, pero Diego se puso frente a él.
—No irás a ningún lado, Aiden. No tienes edad para embriagarte así. ¡Mira cómo estás!
—Diego...
—No, Ana, no seremos sus padres, pero somos responsables de él, y no podemos permitir que haga estupideces. ¿Y si le hubiera pasado algo estando en ese estado? Estará aquí en casa, pero pudo cortarse o caerse de las escaleras —la frustración se apoderaba del hombre.
—Lo siento, no volverá a pasar —ambos vieron al chico y suspiraron. Sabían que era difícil que una situación así volviera a pasar, o eso esperaban.
—Ve a lavarte la cara, te llevaré una taza de café —la mujer besó la mejilla del chico y se encaminó a la cocina.
Bajo la mirada de Diego, Aiden subió rápidamente a su habitación, o mejor dicho, trató de hacerlo sin caerse de cara. Al entrar, fue directo al baño y se mojó la cara con agua muy fría. Las náuseas amenazaban con invadir su garganta, y estaba consciente de que no volvería a tomar de esa manera.
Con mucho cuidado de no marearse y aumentar las náuseas, se recostó en su cama. Estaba agotado, y el sueño empezaba a apoderarse de él. Sabía lo que le esperaba al día siguiente, y era algo que no quería volver a experimentar.
Después de ese acontecimiento, pasaron dos semanas más, y llegó un día que antes era feliz, pero ahora solo sentía tristeza y un gran vacío en aquellas cinco personas que se encontraban en el hospital como todos los días desde hace ya tres meses. Era el 10 de enero, el cumpleaños número 18 de Olivia, y para ellos, no era la situación que esperaban para ese día. Veían a la joven en aquella cama de hospital con los ojos cerrados, sin mostrar ninguna señal de querer despertar.
—Feliz cumpleaños, mi pequeña Liv —la voz de Jeremy resonó por la habitación, temblorosa y suave, y algunas lágrimas rodaban por sus mejillas mientras dejaba un beso en la frente de la muchacha.
—Felices 18, Olivia. Esperamos con ansias que ya despiertes, bella durmiente —Diego fue el segundo en felicitar a la chica.
Y así se fueron turnando para saludarla, hasta que llegó el turno de Aiden. Se acercó a la camilla y dejó un suave beso en los labios de ella. Ese beso se sentía como una despedida, y era algo que a él le dolía hasta el alma. No se quería despedir, pero sus esperanzas habían muerto en esas dos semanas que habían pasado, y pensaba que ya era momento de soltarla.
—Feliz cumpleaños, amor. Te amo y siempre lo haré, pequeña. Desde el día en que te conocí, fui tuyo, y eso no va a cambiar —mantenía los labios pegados al oído izquierdo de ella para que ninguno de los presentes escuchara—. Eres la chica más dulce, divertida y tierna que he conocido. Te robaste mi corazón, y no hay día que no te extrañe. Despierta pronto.
Beso sus labios con suavidad y se alejó para ver a los demás, quienes ya se veían un poco más tranquilos. Lo único que pensaba Aiden era irse de aquella habitación y correr a la seguridad de su habitación.
—Con Laura pensamos en hacer una cena en casa por este día. Sabemos que no será igual sin Liv, pero sería bueno pasar tiempo todos juntos —comentó el padre de la joven para romper el silencio que había.
—Claro, estaremos allí a las 7 —respondió Diego en nombre de los tres.
—Yo no iré —interrumpió el joven, que había fijado de nuevo su mirada en Liv. No podía estar en esa casa sin ponerse mal.
—Pero Aiden... —habló Ana, confundida.
—Lo siento, no puedo —la interrumpió.
Él observó a Laura, y esta asintió entendiendo. Sabía que debían darle su espacio y que aún no estaba listo para estar en su casa. El tema murió allí, y los cinco se quedaron conversando de algunas cosas hasta la hora de irse. Los adultos se encaminaron a casa de Jeremy y Laura, mientras que Aiden se dirigió a la suya. Quería estar solo y pensar en todo.
Al llegar, subió hasta su habitación y se sentó frente a su escritorio. Hacía mucho tiempo que tenía pensado escribirle una carta a Olivia como despedida, y ahora estaba más que seguro de que necesitaba desahogarse de alguna manera para poder soltarla sin tanto dolor acumulado.
Tomó una hoja de papel y un bolígrafo para empezar...
Amor mío,
Escribir esta carta no es fácil para mí, pero siento que es necesario hacerlo. Nos conocimos hace casi tres años y hemos pasado cosas increíbles. Lo que más amo de todo es que te tuve como novia, y es lo que más deseaba desde que te vi por primera vez. Solo que no me había dado cuenta de eso hasta hace cinco meses atrás.
Desde que vi tus ojos, mi corazón fue tuyo. Cada vez que me hablabas o sonreías, miles de mariposas revoloteaban en mi estómago. Extraño tanto la paz que me brindabas en los momentos difíciles y la alegría que le dabas a mis días. Extraño cada parte de ti, extraño besarte y acariciarte, extraño todos los detalles que tenías para mí. Te extraño a ti.