Durante varios días, Aiden y Katherine se veían en muchas ocasiones. Se la pasaban muy bien juntos y recordaban sus momentos en la ciudad de Nueva York cuando eran niños. Aquel cambio le sentó muy bien al chico. Nadie lo sabía, pero en aquel año de sufrimiento, sus ataques nocturnos volvieron, y por eso no dormía durante varios días, lo cual le afectaba bastante.
Para él, Kat era una brisa fresca de verano. Alegraba sus días con chistes malos y lo llenaba de datos curiosos que no conocía. Ella se había vuelto muy inteligente y culta sin llegar a ser aburrida, y aquello le estaba empezando a gustar.
—¿Me estás escuchando? —la voz dulce de ella lo sacó de su trance.
—Sí —mintió.
—A ver, ¿qué te acabo de decir?
—¿Que tienes sarpullido? —quería que su respuesta sonara como afirmación, pero terminó siendo una pregunta.
—Ves, no me escuchabas.
—Lo siento.
Katherine suspiró y observó con detenimiento a Aiden. Sabía muy bien que algo escondía, y esperaba pacientemente que se lo contara, pero parecía que no tenía intenciones de hacerlo. No quería sobrepensar las cosas, pero no podía evitarlo, y se estaba preocupando mucho por él, ya que los sentimientos que tuvo de niña volvieron, y quería volver a tenerlo en su vida como su pareja.
Ambos iban paseando por la ciudad hasta que Aiden vio un sitio muy particular. Al darse cuenta de cuál era, su corazón se encogió, y llegó a él aquella persona que estaba empezando a olvidar: Olivia.
Era el sitio favorito de ella, uno de los puntos más altos de la ciudad que ofrecía una vista hermosa de esta, en especial al amanecer. Recordaba perfectamente el día que vio aquello y quedó enamorado de la ciudad.
Era julio, estaban próximos a celebrar el Día de la Independencia y habían pasado todo el día ayudando con las compras para la celebración. Ambas familias se juntarían en la casa de los Norton para hacer una parrillada y pasar un rato en la piscina que tenían en el patio trasero antes de ir a ver los fuegos artificiales que se lanzarían en un parque cercano.
Ya se encontraba en su cama y se despedía de Olivia por mensaje. Estaba agotado y necesitaba dormir, ya que al día siguiente saldría con su novia a ver las cosas que faltaban para la fiesta. El cansancio lo venció, y se quedó dormido después de dejar su móvil en la mesita de luz que se encontraba al lado de su cama. Sus sueños eran enredados e irreales, casi llegando a la fantasía. Sabía que era por todos los cómics que leía y los videojuegos, pero algo llamó su atención: un ruido lejano le decía que debía despertar.
Poco a poco, aquel ruido se hizo cada vez más fuerte, hasta que terminó despertando con el ceño fruncido. Pensaba que era su imaginación cuando otro golpe en la ventana lo sobresaltó. Rápidamente se asomó para ver a Liv debajo, con unas cuantas piedras pequeñas en la mano.
—Hasta que despiertas.
—¿Qué haces aquí? —ambos gritaban susurrando para no molestar a nadie. Aún estaba oscuro, pero ya se veían algunas personas saliendo al trabajo.
—Vine a secuestrarte —comentó graciosa la chica, haciéndolo reír.
—¿Qué hora es?
—Son las 5:30 de la mañana.
—¡¿5:30?! ¿Estás loca?
—Un poco sí, pero solo un poco —la mirada atónita de él la hizo reír con un poco de fuerza, pero se tapó rápidamente la boca para no despertar a Ana, quien tenía el sueño algo ligero—. Anda, baja, quiero mostrarte algo.
—Ya voy.
Aiden torpemente se cambió y tomó su móvil para bajar, tratando de hacer el mínimo ruido. Se preguntaba por qué su novia estaba en su casa a esa hora y sentía que debía ser al revés, pero le gustaba aquella situación. Bajó con prisa, tomó las llaves de la casa y salió para encontrarse con Olivia. Al cerrar la puerta, un viento frío llegó a él, así que se cerró la chaqueta que traía.
—De verdad estás loca.
—No pensarás lo mismo cuando veas lo que te mostraré. ¿Listo? —ella extendió su mano, y él la tomó con una sonrisa.
—Te sigo.
Él se dejó guiar mientras caminaban calle arriba. Tenía mucha curiosidad por saber qué era lo que tenía que mostrarle a esa hora de la mañana. Mientras caminaba, veía cómo el cielo empezaba a aclararse, y sabía que dentro de poco se despejaría toda la neblina que había. La mañana era algo fría, pero con el paso de las horas, el calor del verano se hacía sentir. Era la primera vez que caminaba por la ciudad a esa hora de la mañana, no le disgustaba, pero aún tenía algo de sueño que se iba disipando con el viento frío.
—Demonios —se quejó la chica cuando vio que se estaba haciendo de día.
—¿Qué pasa?
—Pasa que eres muy lento. Vamos —empezó a correr jalándolo.
—¡Ay, espera!
—Corre —se quejó ella mientras lo seguía jalando para que igualara el paso.
Trató de no tropezarse y caer mientras Olivia empezó a correr más rápido, y ambos se dirigieron en dirección a un lugar bastante alto, parecía una colina, y arriba había un par de árboles. La neblina no lo dejaba ver muy bien, pero pudo notar que el sol empezaba a asomarse.
—Ya casi llegamos, rápido, tortuga —lo regañó mientras llegaban a la cima.
—Voy lo más rápido que puedo, esto es muy empinado. Sabes que no hago mucho ejercicio, y aún tengo sueño.
—Un metro más, y llegamos.
Al llegar, no vio nada; las nubes cubrían todo, y trataba de calmar su respiración. ¿Era para esto que lo había llevado allí? ¿Para hacerlo sufrir?
—¿Y? —miró a su novia, quien veía la nada o eso parecía.
—Mira al frente y espera un minuto.
Hizo lo que le había dicho y miró la cantidad de nubes que había delante. Pudo notar que empezaban a desplazarse. Sintió la mano pequeña de Olivia tomar la suya mientras veían lo que sucedía. Calculaba que serían las seis de la mañana cuando se despejó la vista, y los primeros rayos de sol tocaron la ciudad en el horizonte. Era lo más hermoso que había visto después de su novia; el cielo tenía tintes rosados y naranjas, mientras que el sol se reflejaba en las ventanas de los edificios más altos. Sin duda alguna, se había enamorado de esa ciudad, y aquello era impresionante.