Diego y Ana quedaron un poco en shock al ver al jadeante chico llegar con ellos. Parecía que iba a desmayarse, pero se mantenía en pie mientras respiraba con dificultad.
—Debo...hacer... —tomó una buena bocanada de aire para poder seguir hablando— ejercicio más seguido, me muero.
—¿Qué sucedió? ¿Por qué llegaste corriendo? —preguntó Diego, quien sentó al chico para que descansara y le pasó una botella de agua.
—Quiero verla —recibió con gusto la botella y bebió la mitad de golpe.
—¿Cuántas calles corriste? —preguntó la mujer algo preocupada.
—Creo que hice unos 30 kilómetros.
—¡¿Qué?! —dijeron ambos atónitos con lo que escuchaban.
—Tenía prisa, tranquilos, estoy bien —él se levantó con la mirada atónita de ambos encima.
—Deberías descansar un poco más —el hombre trató de sentarlo de nuevo, pero él se negó.
—Estoy bien, me sentaré adentro.
Sin dejarlo responder, entró a la habitación y vio a la chica que yacía dormida aún. Parecía que el tiempo se había congelado en esa habitación. Se acercó a la camilla y se sentó en la silla que había al lado, con suavidad tomó la mano de Olivia y la llevó a sus labios. Estaba algo fría pero era suave.
—Lo siento, siento haberte dejado sola por tanto tiempo —murmuró sobre la mano de ella y la miró. Por un instante, sus ojos se movieron como si fueran a abrirse, mas no sucedió.
Sabía que lo estaba intentando; quería despertar y ella sabía que él estaba allí. De eso no tenía duda. Su corazón dio un brinco al sentir un leve apretón y la miró, esperando a que despertara o hablara. Era la primera vez que ella daba señales como esas. Sabía que iba a despertar en cualquier momento.
—Vamos, ya dormiste mucho, bella durmiente, debes despertar —pasó los dedos por su cabello como lo hacía para que ella despertara—. Debes despertar si no quieres que Diego entre haciendo ruido con su música horrible —sonrió al recordar las tardes en las que ella se quedaba dormida sobre su pecho—. Ambos sabemos que te pone de mal humor y empiezas a perseguirlo, ¿no extrañas eso?
La respiración se le empezó a cortar y la culpa salió a flote. Se sentía muy mal por lo que había hecho. Había sido bastante egoísta al abandonarla. Quería olvidarse del dolor, pero en el proceso la empezó a olvidar, y era algo que no se podía perdonar. Sabía que si ella moría debía continuar, pero aún no se había ido y ya la estaba soltando. Se estaba rindiendo y dejándose llevar por un viejo amor de niños, un amor inmaduro y pasajero.
Olivia le había enseñado muchas cosas en el año de relación que llevaban, y era un idiota si pensaba cambiar aquello por el pasado. Ya no era un niño que huye de todo y se esconde. Sabía que era humano y que cometía errores, pero también es de humanos reconocerlos y aprender de ellos. Al fin y al cabo, el amor que ella le dio le hizo abrir los ojos. Con cada detalle que dejó en él y que seguiría dejando, entró a su corazón y no saldría de allí en mucho tiempo.
En el pasillo, la pareja esperaba a que el muchacho saliera para poder aclarar la gran duda que les había dejado. Ana veía la hora cada tanto, ya que el tiempo se agotaba y sabía que Jeremy y Laura llegarían en cualquier momento. Mentalmente, trataba de decirle a Aiden que se diera prisa o pensar en qué decir para que ambos salieran del hospital lo más rápido posible sin que Diego sospechara.
—No hace ejercicio y corrió 30 kilómetros en un día de golpe —ella lo vio confundida; parecía que estaba hablando para sí mismo.
—Debe haberse dado cuenta de algo o no sé —se encogió de hombros, tratando de restarle importancia, pero ella también quería saber la razón.
Unos pasos en el pasillo llamaron su atención, y algo de alboroto la hizo ponerse de pie. Por un instante, vio a Jeremy seguir a un enfermero que llevaba a Laura en una silla de ruedas. Al ver el dolor en la cara de su amiga, se dio cuenta de lo que sucedía.
—¿Viste eso? —preguntó su esposo, quien también se ponía de pie.
—Sí, ya va a nacer.
—¿Qué?
—¡Va a nacer el bebé, tonto!
Ambos empezaron a correr en dirección a sus amigos que iban para la sala de partos. Al llegar, pudieron ver a Jeremy esperando a que lo dejaran entrar.
—¡Jeremy! —lo llamó Diego, y el nombrado los vio con sorpresa y luego confusión.
—¿Qué hacen aquí?
—Vinimos a ver a Olivia, y los vimos pasar. ¿Laura está bien? —preguntó la mujer tratando de mantener la calma.
—El bebé quiere nacer antes, así que ya es la hora —los nervios regresaron al cuerpo de Jeremy, hacía mucho tiempo que no pasaba por esa situación.
—Tranquilo, estaremos aquí para cuando salgan.
Sin decir más, ambos hombres se abrazaron, y luego de eso hicieron pasar a Jeremy. Ana se sentía satisfecha; las asperezas que habían tenido se fueron, y todo volvería a ser como antes.
—Tu puedes, Laura —le mandó fuerzas desde donde estaba, mientras que se sentaban a esperar.
Meses atrás, el médico de Laura había programado una cesárea para el parto, por ende las cosas fueron más rápidas, sin esperar a que dilate, sin pasar horas con fuertes contracciones, sin gritos.
Por otro lado, Aiden había escuchado el alboroto y los gritos. Él había salido justo cuando habían llegado los Norton y vio cómo sus tíos corrían a ver qué sucedía.
—Tu hermano está por nacer, no me había dado cuenta de que tu madre estaba embarazada —sonrió y recordó cuando ella le había dicho que deseaba un hermano—. Tu deseo se cumplió, amor. Debes despertar para conocerlo.
Se quedó observándola mientras acariciaba su mejilla. Sin duda, era muy hermosa y había tenido mucha suerte. Sabía que estarían en el hospital por varias horas más, así que tomó uno de los libros que había en la habitación y se puso a leer en voz alta mientras esperaba.
Por su parte, Jeremy y Laura ya estaban en la sala esperando pacientes a que terminara la cesárea. Aquella situación los había tomado por sorpresa, pero estaban felices de saber que estaban a unos minutos de tener a su segundo hijo con ellos. Cuando escucharon el llanto de ese pequeño ser, sus ojos se llenaron de lágrimas, y ambos empezaron a llorar. Lo pudieron ver por unos minutos; era hermoso y se parecía a Jeremy; de Laura solo tenía la nariz.